Editorial

La política gobierna, pero es el miedo el que manda

Sin aires de cambio, las coaliciones parecen apostar a perpetuar la polarización frente al nuevo proceso electoral. La vicepresidente y el expresidente reinciden en protagonismos de choque, que dejan poco margen a vías alternativas. Por Alberto Calvo

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21-07-2021

En circunstancias que estremecen (o deberían estremecer), la política nos ha acostumbrado a instalar el miedo como una realidad natural y doméstica. En vísperas electorales, esa tendencia no sólo se consolida, sino que, además, se vuelve herramienta para la devaluación del adversario. 

A través de una retórica facilista, inescrupulosa, se narran escenas que contagian angustia e infligen riesgo de cataclismo a la representación democrática. Cuanto peor es la imagen que se proyecta del rival, mejor puede llegar a ser la cosecha propia.

En sus campañas, tanto el oficialismo como las oposiciones zamarrean al diferente con la fuerza del escándalo. Es la única idea, si se la puede considerar tal, que aporta originalidad al esfuerzo por tomar distancia de la propuesta ajena.

Ese plan, traducido a dichos y hechos, patina una y otra vez en el mismo barro. Con él, van y vienen las descalificaciones verbales como átomos sueltos, en constante multiplicación exponencial del malestar de una ciudadanía cansada. Muy cansada.

¿Hasta dónde se pensará explotar ese vaciamiento del sentido y esa renuncia al compromiso como estrategias políticas? Difícil adivinarlo, pero todo el tiempo que demore la respuesta será uno que transcurra sin propuestas concretas que inviten a salir del franco peligro (que no es el rival político) y del riesgo inminente (que no es la derrota electoral). 

Enemistadas con la posibilidad de un acuerdo genuino y superador, las coaliciones que se consagran como decisoras en el actual encuadre político del país sólo parecen apostar a perpetuar un funcionamiento... que no funciona.

Asistimos a la presentación de las cartas credenciales de los nuevos exponentes que llegan a las listas para intentar acceder a una de las bancas del poder legislativo. Provienen de distintos ámbitos y comparecen con la notoriedad mediática de ser conocidos, muchas veces, por sus destrezas en otros menesteres que la función pública. 

En un país tan presidencialista, esas intentonas comparecen en la persuasión sublime de los encantos, en tanto, el conjunto de electores anda a suerte y verdad deshojando entre poco, poquito y nada ante la labor parlamentaria que pueden intentar hacer los recién llegados a la política.

En el medio de una polarización de primera magnitud, sobreviven potenciales adherentes a una opción que no sea “estar en contra de”. Son los quizás mal catalogados como “indecisos” en encuestas y sondeos, sujetos bastante más racionales que la media y con mucha prudencia a la hora de conformar sus simpatías, que rehúyen a caer en el accidente de la llamada grieta. 

Se trata de una creación tan colectiva como abstracta, pero categóricamente controversial. Estereotipada. Un largo camino recto, que -de tan aburrido- reduce la atención del que conduce y lleva a trágicos choques frontales. Inexplicables, tanto como absolutamente evitables.

Los discursos se exponen de manera acabada para que un gran número de autómatas fieles, avancen a tientas en la escritura de comentarios en las redes sociales digitales. Invocaciones, en definitiva, que no escapan al dilema del huevo y la gallina.  

Millones de defensores y detractores en cada uno de los rincones esperan la caída, tanto de la Doctora CFK como del Ingeniero MM, de acuerdo con la grada a la que se pertenezca como adepto inalterado. La vicepresidenta y el expresidente consolidan férreas oposiciones que, lejos de anularse, se potencian en su protagonismo. 

Hace mucho tiempo que se vive mal porque no se gobierna bien. Las realidades asustan, pero son los vientos del miedo y de la revancha los que se levantan. Y no traen aires de cambio.

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Redacción Mayo

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