“¿Quién mueve más hoy: el Coronel Gonorrea o un comunicado partidario?”
El director de la Revista Panamá Pablo Touzon analiza la historia política reciente de la Argentina y sus efectos con anteojos generacionales. Explica cómo cambiaron las formas de militancia en los últimos años.
Así como en las organizaciones se desdibujaron las jerarquías en el paso al siglo XXI, en la política también ocurre un fenómeno similar, aunque la herramienta sigue siendo indispensable. En la Argentina los outsiders están bastante adentro, apunta.
Autor junto a Martín Rodríguez de La Grieta Desnuda, libro que describe y analiza las características del sistema político argentino de la última década, Touzon señala las particularidades que se pueden identificar en las generaciones que emergieron a la política después del 2008.
-¿Qué distingue este momento de la juventud de las generaciones anteriores, que también crecieron en democracia?
-Veo algunas diferencias claras. Al revés del 2001 donde la salida fue -por el contexto social e internacional- por izquierda y Néstor Kirchner capturó esa energía para armar su coalición, en el 2020, ya con una crisis global, la Argentina está en otra encrucijada totalmente distinta. La generación 2001, que es la mía, es también la generación Cámpora, por llamarla de alguna manera, siendo que ellos fueron los protagonistas de ese trasvasamiento generacional muy característico del peronismo de la última década. Ahora hay algunos indicios que indican diferencias con el proceso de los últimos 20 años. Los libertarios más jóvenes, por ejemplo, canalizan algo de un espíritu de este tiempo. Para esa juventud, el kirchnerismo es el poder, lo cual es particularmente disruptivo para un kirchnerismo que se imaginó siempre a si mismo como un contrapoder (contra los poderes fácticos, internacionales, etc). Si vos hoy tenés 20 años, gobernó 15 años el kirchnerismo y cuatro el macrismo. Entonces tiene lógica que parte del espíritu contestatario contra el statu quo, que es siempre una característica juvenil, se construya contra el imaginario de esa nueva élite hija del 2001. No se puede ser joven para siempre. Pero simultáneamente, muchas de las novedades de los últimos años, como el movimiento de mujeres o de los trabajadores de la economía popular, encontraron sobre todo eco político y respuesta institucional dentro del peronismo más kirchnerista, antes y después del colapso del gobierno de (Mauricio) Macri, lo cual revela también una vitalidad social y cultural. Lo que si parece intuirse es que la generación política de la pandemia -por llamarla de alguna manera- tendrá diferencias en sus formas con la generación del 2001 y también con la generación post 2008, nacida políticamente de un lado y otro de la grieta, al calor del conflicto con el campo.
-¿Cuáles son los aspectos que cambiaron a la hora de hacer política?
- Hay dos características sobresalientes: es menos partidaria y muchas veces está asociada a causas puntuales y a cuestiones identitarias. Es la era de lo personal es político, que tiene su reverso complejo: lo político es personal. En esa indiferenciación de esferas entre lo público y lo privado, y en la politización extrema de la esfera íntima y personal hay riqueza, pero también riesgos grandes. Si todo es político, nada es político. La política como actividad específica y autónoma se desdibuja y cambia en su formato. Seguro que no desapareció la idea de militancia, sino que mutó. Hoy hasta el orden de los muebles en un living puede ser politizable. Habría que ver si esa hiperpolitización en realidad no revela una crisis de lo político.
- En los 90, la política sumó a los famosos como una forma de oxigenarse, ¿es posible que el esquema ahora busque referentes dentro del universo de los influencers y las redes sociales?
-Es probable que suceda. Los referentes libertarios, como Javier Milei, son un poco eso: un producto situado en la intersección entre el mundo de la televisión y las redes sociales, que se muestra como un hater (odiador) anti sistema. De todas formas, estos procesos nunca son lineales y necesitan de la política. El ex presidente de los Estados Unidos Donald Trump no fue un outsider completo, utilizó y necesitó la estructura del Partido Republicano. En la Argentina, que tiene una gran capilaridad política en organizaciones intermedias de todo tipo, es difícil que alguien pase derecho de Youtube a lograr el 50 por ciento de los votos. Hasta ahora nunca pasó. En la Argentina los outsiders suelen ser bastante insiders, una dialéctica que está muy bien graficada en el diálogo público del 17 de Octubre: un ida y vuelta entre las masas que irrumpen sorpresivamente y un general del Ejército Argentino. La frontera porosa entre el afuera y el adentro. Otra consideración posible para ese desgaste es que la carta outsider ya fue utilizada miles de veces por Macri y Marcos Peña, los otros hijos del 2001 que sostienen al día de hoy que no forman parte de la política. Nacidos al calor de la crisis de representación, ni al macrismo ni al kirchnerismo les gusta admitir que en definitiva son ya el establishment político argentino. Es como si dijeran siempre: el poder es el otro, cuando en realidad constituyen el corazón del sistema.
-¿Se puede identificar un denominador común en la agenda de los políticos sub35?
-Te diría espontáneamente la democracia, aunque a veces tengo mis dudas de la inalterabilidad de ese consenso: tal vez tengamos en las elecciones de este año impugnaciones a la validez del proceso electoral; la lógica de la polarización extrema llevará inexorablemente a eso en algún momento, como sucedió en las últimas elecciones americanas. Un proceso al que las nuevas generaciones no son para nada ajenas. Creo sí que existen consensos sobre el temario. La delimitación del campo de batalla. Los nuevos temas -las cuestiones medioambientales y de género e identidades, por ejemplo- son en principio más transversales, pero solo como temas, como asuntos que se declaran importantes en la nueva agenda política. Las soluciones son muchas veces diametralmente opuestas, pero este es un proceso más que clásico. Todo tema que pasa de lo social a lo político se vuelve naturalmente conflictivo. Es en parte por eso que se vuelve político.
-¿En qué cambiaron las redes sociales la forma de relacionarse de los políticos jóvenes?
En principio eliminó muchas de las mediaciones e intermediaciones. Democratizó y masificó el concepto de fama, al punto tal que a la famosa frase de Andy Warhol de los 15 minutos es más descriptiva que irónica. Ese acorte en el camino facilita la ilusión del emprendedorismo político: 4 amigos y un Instagram y ármate tu propio partido. El tema es que esos proyectos suelen durar poco y ser muy inestables, construidos al vaivén del cardumen de Twitter. Me parece que la construcción política edificada en esa arena ya está demostrando, después de un auge de varios años, sus propios límites. Esto no implica, claro, que eso denote un retorno al viejo modelo partidario clásico. Me parece que el futuro estará en la hibridación.
-Esto acortó la carrera tradicional de los dirigentes. La hizo más veloz
-Modificó muchísimo el sistema de ascensos. En el viejo mundo para ser candidato existía algo así como un cursus honorum. Podía observarse de manera más nítida entre los radicales, los más clásicos de clásicos dentro de la política nacional. Había que ser primero presidente del Centro de Estudiantes, concejal, diputado provincial, diputado nacional, intendente. Eventualmente se podría saltar una de las etapas, pero era casi un escalafón. Una educación paulatina en el poder. Pero era así porque así eran todas las organizaciones, en el marco de una concepción distinta del poder, mas territorial y radial. Un poder con un centro que hoy desaparece. Era lo mismo en la Coca-Cola, en la UOM o en el Partido Comunista. Eso hoy se rompió. Son carreras que se construyen rápido y se destruyen con la misma velocidad, en el marco de un poder político cada vez más atomizado. Es frustrante para la política profesional, pero hoy es probable que mueva más un tweet del Coronel Gonorrea que un comunicado partidario.