La organización del Consejo Nacional de Ciencia y Técnica (Conicet) y de la Universidad Nacional del Sur, en Bahía Blanca, la creación de la Ciudad Universitaria y el nivel de excelencia que alcanzó la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires entre 1957 y 1966, entre otros hitos de la educación pública en la Argentina, tuvieron al menos un factor en común: el protagonismo de Rolando García (Azul, provincia de Buenos Aires, 1919 - México D. F., 2012), un científico que asoció de modo sobresaliente las actividades de gestión con las de investigación y problematizó su práctica desde una perspectiva social y política.
"Fue un líder en el sentido más fuerte de la palabra. Más allá de contenidos específicos en sus campos de investigación, dejó el ejemplo de una acción en la política universitaria y del ideal de una ciencia con valores sociales, orientada hacia las necesidades del país", dice Carlos Borches, investigador del Programa de Historia de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA.
García se recibió de Profesor Normal en Ciencias en la Escuela Normal de Profesores, luego conocida como Escuela Mariano Acosta. Trabajó como docente mientras cursaba la licenciatura en Ciencias Físico Matemáticas hasta que firmó una nota contra la introducción de la enseñanza religiosa en las escuelas, durante el primer peronismo. Se fue entonces a Estados Unidos, para doctorarse en meteorología en la Universidad de California.
El exilio fue una constante en su trayectoria: regresó al país en 1955 y volvió a irse en 1966, como consecuencia de la represión militar-policial en las universidades, conocida como la noche de los bastones largos; volvió a principios de los años 70, fue secretario de ciencia y técnica del gobernador bonaerense Oscar Bidegain entre 1973 y 1974 y abandonó el país después de recibir amenazas. "No solamente no hay interés en que venga sino que tienen interés en que no venga", se quejó en una entrevista realizada en 1985, cuando ya estaba instalado en México.
"Tenía una concepción de la ciencia y del conocimiento basada en la acción", explica Gastón Becerra, investigador del Conicet y director de la carrera de Sociología en la Universidad de Flores. "Para García, y para Jean Piaget, con quien trabajó en el Centro Internacional de Epistemología Genética, generar conocimiento es una práctica y no solamente una cuestión de ideas, y la práctica tiene un contexto, está guiada por valores sociales", agrega Becerra.
En los años 70 sus posiciones políticas y científicas -indisociables, según su visión- se reformularon precisamente en el contexto político de la coyuntura. "La historia es el laboratorio epistemológico de la ciencia. Lo que hoy afirmamos en ciencia no es independiente del desarrollo que ha tenido el pensamiento científico", dijo, al enfrentarse con otros referentes que postulaban un ideal de la ciencia como una empresa objetiva guiada por criterios de verdad ajenos a las circunstancias sociales y políticas. "Una política científica y tecnológica no es una suma de proyectos. Si no se integra con el resto del desarrollo del país, no tiene mucho sentido", advirtió García.
Un ciclo de cambios y de discusiones
En su primer regreso a la Argentina, García trabajó en la organización del Servicio Meteorológico Nacional y se desempeñó como docente en la Universidad Nacional del Sur. Eran tiempos de la llamada Revolución Libertadora que había derrocado a Juan Domingo Perón en su segunda presidencia. "La comunidad universitaria estuvo entre los aliados del golpe militar de 1955, por lo que tuvo cierto compromiso del Estado para apoyar su desarrollo. En ese contexto aparece la figura de José Babini, que es el rector de la UBA en ese período de transición y por otra parte fue un referente de la historia de la ciencia en la Argentina, y dos años después Rolando García es designado decano interventor de Ciencias Exactas y luego asume como decano electo", recuerda Carlos Borches.
García impulsó entonces la formación de profesores e investigadores y la discusión acerca de las asignaturas, los programas y la relación con los alumnos. Además de impulsar el proyecto de la Ciudad Universitaria, diseñó el plan de reequipamiento de la universidad y la creación del Instituto de Cálculo, que introdujo en el país la primera computadora. "Lo que hizo dentro de la universidad de esos años fue acelerar un proceso de modernización asombroso", agrega Borches.
Su gestión generó una Facultad departamentalizada, sin cátedras, con los primeros cargos de dedicación exclusiva del país; el Instituto de Investigaciones Bioquímicas a cargo de Luis Federico Leloir en el Departamento de Industrias de la UBA y el dictado de la primera carrera universitaria de computación en América del Sur. En ese período de transformaciones también fueron protagonistas Manuel Sadosky, vicedecano de Ciencias Exactas, y Oscar Varsavsky, director del Instituto de Cálculo.
Gastón Becerra destaca un contexto de discusión que se configura en la época y retorna con intensidad en la década siguiente: "La relación con la sociedad es una preocupación de la ciencia argentina desde principios del siglo XX. García se empieza a diferenciar entre los actores de este debate al proponer que cuando la ciencia incluye la ideología no necesariamente deja de ser ciencia ni deja de ser objetiva, como se pensaba".
Pero lo que después se conocería como una época de oro de la universidad pública generó críticas desde distintos sectores políticos. García resumió la situación en una declaración de la época: "Nos critican la izquierda y la derecha. La izquierda porque no comprende qué queremos hacer; la derecha, porque sabe hacia dónde vamos".
La etapa entre 1957 y 1966 suele ser evocada como una edad perdida en la historia de la universidad pública. Sin embargo, el propio García relativizó esa idealización. "En realidad fue una década atravesada por conflictos y batallas en el interior de la Universidad, durante el rectorado de Risieri Frondizi, y en el Conicet. Había proyectos distintos", señala Borches.
Creado durante la presidencia de Perón, luego disuelto y finalmente refundado durante el régimen de Aramburu, el Conicet tuvo un directorio encabezado por Bernardo Houssay (premio Nobel en Medicina en 1947) y Rolando García. "No solo eran prestigiosos científicos sino líderes de las corrientes políticas de la comunidad científica -dice Borches-. La influencia de Houssay en el área de química orgánica y de las ciencias de la salud no era la misma que en el área de la física, de la matemática, de la química inorgánica, donde prevalecía el liderazgo de García. Ya en ese momento hay matices y alineamientos distintos que responden a cuestiones ideológicas y dividen a los investigadores".
La intervención de las universidades ordenada por el dictador Juan Carlos Onganía clausuró esa etapa el 29 de julio de 1966. Rolando García enfrentó personalmente a los policías que ingresaron a Ciencias Exactas y más allá de que él mismo fue golpeado se preocupó por subrayar el significado profundo de la noche de los bastones largos: "Los que la instigaron eran civiles y universitarios, porque lo que estaba en juego era un programa ideológico: lo que querían romper no eran nuestras cabezas sino el escenario que habíamos construido, porque conducía a un tipo de país totalmente distinto".
García lideró las renuncias masivas de profesores como resistencia al decreto de Onganía que anuló la autonomía universitaria y convirtió a decanos y recortes en interventores. Mientras tanto, Houssay se entrevistó con el dictador y su influencia sirvió para contener parcialmente el rechazo a los militares en el claustro docente.
Más de 300 profesores emigraron del país como consecuencia de la noche de los bastones largos, de los cuales 215 salieron de Ciencias Exactas. En el Instituto de Cálculo quedó un solo docente y la computadora que había sido comprada en 1959 no fue reemplazada cuando dejó de funcionar. Pero García no se rindió.
Un legado vivo
En la Universidad de Ginebra, García trabajó en colaboración con Jean Piaget en el campo de la epistemología genética y posteriormente en la fundamentación metodológica, teórica y epistemológica de la investigación interdisciplinaria aplicada a sistemas complejos, en relación a la integración de ramas diversas de la ciencia en función de la heterogeneidad de los elementos imbricados en los problemas a resolver.
"Un problema como el del hambre, por ejemplo, es complejo porque no es un asunto exclusivo de la medicina, de la sociología o de la economía sino que es un problema de las tres disciplinas -explica Gastón Becerra-. Para armar un proyecto que piense al hambre como una problemática compleja necesitamos entonces la visión de los médicos, de los biólogos, de los sociólogos, de los economistas, y necesitamos que todos piensen el problema de la misma manera, es decir, políticamente, en términos de que es una problemática social para cambiar. García no piensa un mundo de ciencia de ideas sino en una ciencia en un contexto social particular, con problemas particulares, y en última instancia para generar una política".
Regresó al país a principios de la década de 1970 y se integró al Consejo Tecnológico del Movimiento Nacional Justicialista. A través de Ciencia Nueva, una revista de divulgación, promovió el debate sobre la misión de la universidad en un programa contra la dependencia cultural -"que también es científica y tecnológica", les recordó a sus adversarios- y sobre la articulación entre la investigación científica y los problemas sociales. En el fragor de la discusión, sin embargo, se distanció también de figuras que lo habían acompañado en su decanato en Ciencias Exactas.
"Manuel Sadosky, siempre buscaba puntos de encuentro con el interlocutor. Rolando García era lo contrario: un torbellino de ideas y de acciones", destaca Carlos Borches. "Así como se enfrentó con Mario Bunge, quien representaba una posición política opuesta, se peleó con epistemólogos que no tenían esa visión, como Oscar Varsavsky, que bien podría haber seguido de su lado", señala Becerra.
En "Ciencia, política y concepción del mundo", uno de sus artículos en la revista Ciencia Nueva, García formalizó su diferenciación con Varsavsky y lo que consideraba "un planteo tecnocrático" en su ex compañero de gestión. "Lo que nos preocupa es qué es lo que podemos hacer nosotros -trabajadores en el campo científico- para ser coherentes con nuestra concepción del tipo de sociedad al cual aspiramos", planteó. En esa perspectiva, "lo que importa es la manera de estar involucrados en un proceso que nos impone la urgencia de actuar con él, dentro de él, y no marginados, observándolo desde afuera".
Las polémicas precedieron a su radicación definitiva en México hacia 1974 y desbarataron una red de vínculos que no pudo recomponerse. "A pesar de todo lo que hizo, de promover la construcción de la Ciudad Universitaria y la refundación del Conicet, García no hizo escuela, no tuvo seguidores en Argentina. En México le dieron y le dan una importancia mucho mayor a la que se le reconoció en el país", afirma Gastón Becerra, que considera su pensamiento "una referencia actual y relevante".
Provocar un cambio implicaba pasos concretos en el presente. "Lo posible -escribió García- no es algo que ya está dado, que se busca, se lo encuentra y se lo utiliza. Todo proceso profundo de transformación comienza con la apertura de nuevas vías de acción". La construcción de lo posible, como tituló uno de sus libros, condensa un núcleo de su pensamiento, como explica Becerra: "La filosofía de la lógica cree que lo posible es posible o bien no es posible, no que es algo que se construye. Lo que García investigó con Piaget sobre el conocimiento, en cambio, es que aquello que no es posible adquirir en un momento puede serlo después porque se generaron condiciones distintas. García no se queda esperando a que se produzca la revolución, digamos, para hacer la ciencia".
Si en tiempos de la última dictadura cívico-militar hubo un retroceso en la forma de analizar la ciencia en relación con lo social, el debate parece resuelto en la actualidad. "Justamente hoy se empieza a discutir en los términos que planteaba García: cómo hacer una ciencia que sea a la vez científica, rigurosa y socialmente relevante -dice Becerra-. Esta idea se reflejaba en la manera de hacer política en el Conicet. Había dos posiciones: no bajarle línea a los científicos porque una ciencia supuestamente contaminada por lo social le quita libertad al científico; y lo que pensaba García, la ciencia tiene que ser relevante para el país, para el desarrollo del país, por lo que se trata de promover la investigación de los problemas más convocantes. Esa discusión hoy ya está dentro de un sentido común sobre el trabajo de la ciencia y por suerte se refleja en la manera en que se empezó a hacer política científica desde el kirchnerismo en adelante".
En México, García trabajó como docente e investigador y lideró el Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades (CEIICH) de la UNAM, hasta sus últimos días. "¿De qué modo se explican las autoridades científicas, los funcionarios académicos del estado -ante sí mismos y ante la cultura argentina- el hecho de que una figura como Rolando García no sea jerarquizada y consultada en su calidad de destacadísimo epistemólogo y de especialista en políticas científicas?", se preguntó Roberto Jacoby en 1985, cuando lo entrevistó.
Los homenajes llegaron finalmente, pero los reconocimientos más productivos son aquellos que activan un legado movilizador. Así lo entiende Gastón Becerra: "A través de su trayectoria, García generó inquietudes y preguntas. La manera en que pensó la ciencia y lo social, por ejemplo, no está del todo cerrada. Son cuestiones que se mantienen vivas si las discutimos".