Día Internacional de la Mujer

Ni uno más

La violencia de género y los femicidios siguen atravesando de espanto e impotencia a la sociedad - Por Alejandro Mareco
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01-05-2021
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La violencia de género y los femicidios siguen atravesando de espanto e impotencia a la sociedad, y otra vez marcan el ánimo de la conmemoración del mes de la mujer. La otra cara de la consigna de “Ni Una Menos”, es que ni un varón más se sienta con el derecho de negar la condición humana ni la entidad propia e independiente de una mujer.

¿Cómo seguimos? ¿Cómo convivimos con tanta impotencia si después de todo lo marchado, todos los ¡Basta! gritados en las calles y en lo profundo del sobrecogimiento individual y colectivo, si la violencia contra las mujeres no sólo no ha retrocedido, sino que sabemos que al final de cada día las crónicas nos volverán a contar otra vez de otro espeluznante capítulo de asesinato, ¿de femicidio?

Sí, a cada instante y mientras la gente y sus destinos atraviesan las horas, hay una mujer acorralada sólo por el hecho de ser mujer.

A cada instante hay un varón más, agazapado en lo cotidiano de la vida en las grandes ciudades y hasta en los pequeños pueblos del país, dispuesto a negar, a fuerza de golpes, puñaladas o balas, la condición humana de una mujer, su entidad propia, singular e independiente.

El mes de marzo está dedicado a reflejar el pulso del paso de la mujer por la historia y el presente, a reflexionar sobre la lucha por alcanzar condiciones parejas con el hombre en la vida y en la construcción de la sociedad.

El 8 de marzo fue consagrado en 1975 por las Naciones Unidas como el Día Internacional de la Mujer para conmemorar y acompañar esa lucha. No fue una graciosa concesión de la comunidad masculina mundial, sino el reflejo de un movimiento que desde los albores del siglo 20 y aún antes fue sacudiendo, con convicción y coraje, los cerrojos impuestos por los hombres y la vieja concepción cultural machista en el que ampararon su poder como el género dominante.

El significado de la fecha fue jalonado por las protestas de mujeres obreras textiles de Nueva York contra las miserables condiciones de trabajo a las que eran sometidas. Páginas de dolor y muerte jalonaron la historia de la mujer trabajadora, y la marcha por el siglo 20 fue un constante abrirse camino hacia la emancipación y la igualdad de derechos con el hombre.

No es la naturaleza la que la puso bajo el yugo de la opresión, sino el peso de una cultura adversa, del machismo que hizo y que hace que en los estamentos más altos de la sociedad y aun en los más humildes, la mujer sea el último objeto del ejercicio del poder del macho.

 

Datos estremecedores

Los contemporáneos de estos días y los de las décadas que nos precedieron asistimos a una de las mayores revoluciones que ha vivido la humanidad en su historia: el ascenso de la mujer a la escena pública y su creciente protagonismo en las decisiones que hacen al destino colectivo.

Sin embargo, un nuevo marzo ha llegado al almanaque y casi no hay tiempo para detenerse a analizar y discutir sobre nuevas maneras de seguir avanzando, sino que el ánimo que preside el momento se hunde en la zozobra de las muertes de mujeres y la violencia sin fin contra ellas.

En los dos primeros meses de 2021, en Argentina se registraron 47 femicidios, es decir uno cada 30 horas. A estos datos, habría que sumarle los suicidios de tres mujeres por situaciones de violencia de género.

Según el Observatorio Nacional MuMaLá, el 29 por ciento de esas asesinadas había denunciado a su agresor ante la Justicia, lo que muestra un escaso compromiso de parte de muchos jueces y fiscales de enfrentar con decisión esta tragedia social y cultural.

Otro dato significativo indica que el 17 por ciento de los asesinatos fueron cometidos por hombres de alguna de las fuerzas de seguridad.

Más allá de que tiempo atrás los crímenes contra mujeres de parte del poder del macho hayan sido considerados como “crímenes pasionales”, es ya evidente que la sangría de este tiempo expresa algo más.

De un modo u otro, estamos ante una revulsiva reacción de legiones de varones negados a asumir la facultad de vivir y decidir sobre sus vidas de un modo independiente que las mujeres han venido afirmando paso a paso.

 

La conciencia común

 A casi seis años de aquella primera vez en la que el grito de “Ni una menos” se multiplicó en las calles argentinas (3 de junio de 2015), la convicción y la conciencia de las mujeres para marchar juntas no ha conseguido aliviar el número de femicidios, una categoría penal que formó parte de una de las respuestas que, precisamente, se dieron ante la potencia de la movilización femenina.

Pero tampoco el recrudecimiento de las penas para el asesino ha cambiado las cosas. Y la firmeza y la velocidad de las marchas contra la violencia de género no han tenido el mismo eco en las instituciones y en la sociedad.

Es posible, entonces, que a la consigna de resistencia de las mujeres contra el machismo violento y asesino sea la hora de sumarle otra: “Ni uno más”.

Es decir, que ni un hombre más se sienta con el derecho de dominar por la fuerza y la violencia a la mujer, y menos aún de cosificarla hasta sentir que su vida, y sobre todo su muerte, le pertenece como un asunto de propiedad privada.

Las personas pueden modificar sus maneras de actuar cuando comprenden. Acaso resulte, en este sentido, el intento de llegar a lo profundo de las conciencias en las escuelas, en los clubes, en las instituciones, allí donde haya ciudadanos hechos y en formación, y en la persistencia de campañas públicas.

Se trata, sobre todo, de hacer foco sobre los pasos del victimario y no de las víctimas. No es la personalidad ni el carácter resuelto o no de la víctima lo que determina un episodio de violencia de género, sino la concepción del violento, que irrespeta y desconoce la voluntad de la mujer por más firme que sea.

Toda la sociedad tiene que asumir el desafío de luchar contra la violencia de género, como una tarea constante en el que están en juego valores esenciales comunes, como el compromiso y la solidaridad. No habrá justicia para nadie si no hay justicia para las mujeres.

Y en especial los hombres deben mirarse a sí mismos y reconocer que el mínimo aleteo de los viejos prejuicios machistas pueden desatar huracanes de dolor, sangre y tragedia.