LA ARGENTINA CONTADA

“Luchar es, en cierta manera, sinónimo de vivir”

Como periodista e historiador, Raúl Scalabrini Ortiz impugnó la historiografía liberal, dió luz a un antimperialismo económico y "pensó en un país federal desde Buenos Aires". Por Osvaldo Aguirre
raul scalabrini ortiz-argentina contada Redaccion Mayo
14-02-2023
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Pensar el país desde la capital no parece el procedimiento más indicado para comprender los problemas nacionales. Pero Raúl Scalabrini Ortiz encontró una clave en el centro de la ciudad de Buenos Aires y en los procesos históricos. Desde el ensayo El hombre que está solo y espera hasta los estudios sobre la penetración de los capitales británicos en la economía nacional, la identidad argentina, el país federal y los obstáculos para su desarrollo definieron sus preocupaciones.

“Es importante, sobre todo para los que estamos en Buenos Aires y no queremos hacernos cargo de la tradición unitaria: hubo alguien que pudo ser muy porteño y sentir la ciudad y al mismo tiempo tener un pensamiento nacional”, dice Eduardo Jozami, escritor, periodista, abogado y profesor universitario.

Scalabrini Ortiz nació el 14 de febrero de 1898 en Corrientes. En Buenos Aires estudió ingeniería y se vinculó en la década del 20 con los escritores de vanguardia que se reunían en la revista Martín Fierro y el grupo Florida: Jorge Luis Borges, Macedonio Fernández y Oliverio Girondo, entre otros.

Por entonces publicó un libro de cuentos, La manga (1923), se contactó con Insurrexit, un grupo de izquierda, e ingresó como periodista en el diario La Nación. El 6 de septiembre de 1930 estuvo de acuerdo con el golpe militar que derrocó al presidente Hipólito Yrigoyen, de lo que pronto se arrepintió.

“La literatura para él era una aventura del espíritu que no podía ser simplemente palabras; hay una idea misional, incluso cuando no parece tener en claro cuál es esa misión”, dice Jozami. Ese mismo año tomó una decisión que cambió su trayectoria: “En 1930 -recordó Scalabrini Ortiz en un artículo escrito para la revista Qué- yo había alcanzado el más alto título que un escritor puede lograr con su pluma: el de redactor de La Nación, cargo al que renuncié para descender voluntariamente a la plebeya arena en que nos debatimos los defensores de los intereses generales del pueblo”.

Scalabrini Ortiz dejó el diario, pero continuó en el periodismo. “Tuvo una actividad constante con diferencias en cuanto a la relación de ese periodismo con la política”, agrega Jozami. Los artículos para el Cuaderno de Forja y el periódico Reconquista, que él mismo fundó en 1939, y las columnas en la revista Qué, entre 1957 y 1958, fueron un modo de incidir en la discusión de los grandes problemas públicos.

Contra la historia liberal

En 1931 publicó El hombre que está solo y espera. “El libro plantea una búsqueda intuitiva, vitalista, de un espíritu nacional. Desde el peronismo, es leído en una clave política. Scalabrini encuentra en el hombre de Buenos Aires, el hombre de Corrientes y Esmeralda según dice, una conjunción entre la urbanidad y el campo. Es una visión porteñista pero apunta a encontrar un punto de síntesis de las corrientes que habrían constituido la Nación, y también una salvación para una Argentina en crisis”, señala Juan José Giani, filósofo y profesor de la Universidad Nacional de Rosario.

El propio Scalabrini Ortiz reelaboró retrospectivamente la perspectiva del libro. Según su mirada, El hombre que está solo y espera “sentaba la tesis de que nuestra política no es más que la lucha entre el espíritu de la tierra, amplio, generoso, henchido de aspiraciones aún inconcretas y el capital extranjero que intenta constantemente someterla y juzgarla”.

El contexto es entonces la crisis del capitalismo global, desencadenada por el crack bursátil de 1929, y la Década Infame, como se conoce al período de los años 30 en Argentina. “La crisis produce una reconfiguración global del pensamiento económico -en 1936 se publica Teoría general del empleo, el interés y el dinero de John Maynard Keynes, el principal teórico de la economía heterodoxa- y una de las consecuencias es que los países capitalistas centrales intentan reformular el vínculo con los países dependientes y plantean una serie de condiciones leoninas, bochornosas”, explica Giani.

El 1° de mayo de 1933 el vicepresidente de la Nación, Julio A. Roca (h), y el encargado de negocios británico, Walter Runciman, firmaron el acuerdo que pasó a la historia como el pacto Roca-Runciman. El Reino Unido se comprometió a comprar carnes argentinas, pero al precio más bajo del mercado mundial y con alevosas concesiones en distintos sectores de la economía nacional. En un agasajo al príncipe de Gales, en Londres, Roca rubricó el sometimiento con una declaración elocuente: “la Argentina, por su interdependencia recíproca es, desde el punto de vista económico, una parte integrante del Imperio Británico”.

Como Arturo Jauretche, con quien pronto se encontraría, Scalabrini Ortiz participó en el levantamiento cívico-militar del 29 de diciembre de 1933 contra el gobierno de Agustín Justo. Detenido, fue llevado a la isla Martín García y eligió el destierro antes que la prisión de Ushuaia. En Alemania, donde pasó parte de su exilio, publicó artículos que fueron la base de su libro Política británica en el Río de la Plata (1940).

“Jauretche venía del radicalismo y sus influencias eran otras -dice Juan Giani-. Se encuentran en el grupo Forja, en un momento en que Scalabrini Ortiz desarrollaba sus estudios sobre el empréstito de la Baring Brothers y la historia de los ferrocarriles”.

La historia de nunca acabar de la deuda externa argentina tiene su comienzo el 1° de julio de 1824, cuando el gobierno de Martín Rodríguez en la provincia de Buenos Aires, con la colaboración de su Ministro de Gobierno Bernardino Rivadavia, gestionó ante la Baring Brothers el préstamo de un millón de libras esterlinas. El objetivo fue realizar obras portuarias y de urbanización pero el dinero se utilizó para financiar la llamada “Guerra del Brasil” y para obtener el reconocimiento de la independencia argentina por parte del Imperio Británico y la firma en 1825 del Tratado de Amistad, Libre Comercio y Navegación. “Ese primer empréstito representa una riqueza que se llevó de la Argentina a Inglaterra, no una riqueza inglesa que se trajo a la Argentina”, señaló Scalabrini Ortiz.

“Hasta la década del 30, salvo excepciones tenues, el antiimperialismo no es un antimperialismo económico: el nacionalismo, como movimiento crítico del imperialismo británico, hasta la década del 30 es prácticamente inexistente. Lo que hace Forja y especialmente Scalabrini es darle al antimperialismo un costado económico. No hay nacionalismo con dependencia económica: esa idea que parece obvia no lo era entonces”, destaca Giani.

Eduardo Jozami recuerda críticas al capital extranjero desde fines del siglo XIX y en particular Argentina y el imperialismo británico (1934), de los hermanos Rodolfo y Julio Irazusta, “un libro importante que al mismo tiempo se diferencia de Scalabrini Ortiz por una idea de Nación distinta”. Los Irazusta provenían del nacionalismo tradicional y estaban vinculados con el sector agrario. “Pero el pensamiento que establece el rol dominante del imperio británico y cómo funciona la economía argentina a su alrededor es el de Scalabrini Ortiz”.

A partir del estudio de la economía nacional, Scalabrini Ortiz impugnó la historiografía liberal. “La historia oficial argentina es una obra de imaginación en que los hechos han sido consciente y deliberadamente deformados, falseados y encadenados de acuerdo a un plan preconcebido que tiende a disimular la obra de intriga cumplida por la diplomacia inglesa, promotora subterránea de los principales acontecimientos ocurridos en este continente”, escribió en Política británica en el Río de la Plata.

Scalabrini Ortiz y Jauretche establecen referencias para el revisionismo histórico, una corriente estigmatizada desde la historiografía liberal desde entonces hasta la actualidad. “La reconstrucción de la historia argentina es, por eso, urgencia ineludible e impostergable”, dijo el autor de El hombre que está solo y espera.

“Él, que no era radical, es el primero en trazar una línea histórica entre Yrigoyen y Perón -observa Giani-. En los años 40 no era para nada evidente esa línea de continuidad. Scalabrini Ortiz es revisionista en el sentido de que redescubre el proceso de penetración del capital británico, que no estaba estudiado: incorpora una mirada histórica y económica en la formación del Estado argentino y frente a la historia liberal establece el perfil de dos líderes y de dos movimientos nacionales y populares, el radicalismo y el peronismo”.

Con Historia de los ferrocarriles argentinos (1940), “Scalabrini Ortiz empieza una campaña que retoma después el peronismo para nacionalizar los ferrocarriles y convertirlos en un instrumento del desarrollo nacional”, agrega Giani. Para Jozami, “su crítica es que el tendido del ferrocarril fue una deformación del desarrollo económico del país porque la red confluía en Buenos Aires y se había obviado la posibilidad de otro desarrolló más armónico de la Argentina, con un trazado ferroviario menos dependiente de la capital”.

Señas de identidad

Perón expresó su reconocimiento a Scalabrini Ortiz en una carta de 1958: “A usted le cabe el honor de ser el precursor, el formador de una promoción que alimentó la Revolución Nacional”. Sin embargo las relaciones entre ambos fueron complicadas, dice Giani: “En general el vínculo de los intelectuales con los líderes políticos nunca es fluido. Scalabrini Ortiz nunca fue un político y tuvo cuidado en no quedar atrapado por los compromisos partidarios. Creyó que el peronismo era preferible ante el enemigo imperialista y había que defenderlo, pero por otra parte expresó cierto disgusto ante cosas que pasaron durante el gobierno de Perón, como el burocratismo”.

En Tierra sin nada, tierra de profetas, Scalabrini Ortiz reconstruyó la jornada histórica del 17 de Octubre de 1945. “El sol caía a plomo sobre la Plaza de Mayo, cuando inesperadamente enormes columnas de obreros comenzaron a llegar”, escribió, y en el desfile de “rostros atezados, brazos membrudos, torsos fornidos, con las greñas al aire y las vestiduras escasas cubiertas de pringues, de resto de brea, de grasas y de aceites” reconoció “el subsuelo de la patria sublevado”, “el cimiento básico de la nación que asomaba, como asoman las épocas pretéritas de la tierra en la conmoción del terremoto” y finalmente “los hombres que están solos y esperan que iniciaban sus tareas de reivindicación”.

En 1956 depositó sus expectativas en Arturo Frondizi, que declamaba un discurso antimperialista, y se alejó ante la concesión de las explotaciones petroleras a la Standard Oil. Decepcionado, pero no vencido: “Luchar por un alto fin es el goce mayor que se ofrece a la perspectiva del hombre. Luchar es, en cierta manera, sinónimo de vivir”, dijo.

Scalabrini Ortiz falleció el 30 de mayo de 1959. “Pocos han contribuido tanto al legado de un movimiento nacional y popular en la Argentina como él. Ahora, tiene sus particularidades para entender el tema nacional. Dice que Buenos Aires es la expresión más plena de la Argentina, pero en el 17 de octubre ve un hecho de todo el país. Pensó en un país federal, desde Buenos Aires”, destaca Jozami.

Desde el presente sus reflexiones prefiguran: observó las operaciones de la prensa -“un arma traidora como el estilete, que hiere sin dejar huella”- y su influencia en la formación de la opinión pública y distinguió una Argentina aparente de otra profunda, “algo que bulle por debajo del país de la oligarquía y emerge con el 17 de octubre”, afirma Giani.

Eduardo Jozami afirma que tanto Scalabrini Ortiz como Jauretche son más citados que leídos, pero que esa circulación de sus ideas caracteriza a quienes escriben para las mayorías. “Toda identidad -agrega Giani- se constituye a partir de figuras míticas, que siguen presentes independientemente de su actualidad. El mundo y el país cambian, pero construir la propia identidad exige volver a sus textos fundantes”.

Scalabrini Ortiz está en ese lugar. “Sigue siendo actual para quienes quieran leer sus textos sabiendo que el país de hoy no es el mismo -dice Jozami-. Y entonces se trata de buscar mucho más que respuestas coyunturales”. Como ese hilo conductor que debería llevar de la capital del país hacia las provincias, de ida y vuelta.