Son las 4.44 de la tarde en el otoño de Nueva York. Es 19 de octubre de 2020 y la campaña presidencial que definirá el liderazgo de los Estados Unidos de los próximos cuatro años está en su recta final. Faltan 22 días para que Joe Biden y Donald Trump, dos hombres septuagenarios, se midan en las elecciones que mira el Mundo.
Mientras tanto, la congresista más joven de ese país, la millennial Alexandria Ocasio-Cortez de 30 años, invita por Twitter a sus seguidores a jugar vía Twitch una partida de Among Us, el juego de moda on line por esos días, que consiste en ubicar al impostor entre un grupo de tripulantes de una nave espacial. En un abrir y cerrar de ojos convoca a 400 mil personas y se convierte en el tercer video más visto de la historia de Youtube por esos días.
Ocasio-Cortez le habla directamente a sus electores, en su mismo lenguaje, con sus mismos problemas. Fue una forma de llevar su agenda de cambio climático, control de uso de armas y una reforma para garantizar los derechos de los inmigrantes, uno de los grandes.
Finalmente, el voto joven, sobre todo en los sectores afroamericanos, terminó convirtiéndose en una pieza clave para la llegada de Biden a la Casa Blanca. La participación de este segmento aumentó en niveles impensados y en algunos estados el voto anticipado juvenil creció un 300 por ciento en comparación con las anteriores elecciones presidenciales.
“Somos los herederos de un tiempo y un país donde una niña negra, delgada, descendiente de esclavos y criada por una madre soltera puede soñar con ser presidente, y estar aquí recitando un poema para un presidente”, leyó encendidamente la poetisa afroamericana Amanda Gorman durante acto de asunción de Biden en las escalinatas del Capitolio en un enero helado en Washington.
El mensaje de una generación tomó cuerpo en las palabras de Gorman que nombró a su poema “La colina que ascendemos”.
Nueve años atrás, en 2012, en una aldea de Pakistán, Malala Yousafzai, una joven criada en el seno de una familia musulmana, sunita y formada sufría el atentado que marcaría su vida.
Con apenas 15 años un grupo talibán la atacó mientras volvía de la escuela junto a sus compañeras. El régimen fundamentalista de esa región no permitía que las mujeres reciban educación.
Su caso se convirtió en la voz de millones de niñas y adolescentes que aún hoy no pueden estudiar. Malala se volvió un ícono de las luchas de los derechos civiles de las mujeres y en 2014, se convirtió en la persona mas joven en recibir el premio Nobel de la Paz por esta razón.
En Pakistán cerca de 2 millones de mujeres no tienen acceso a la educación y el último reporte de Monitoreo Global de Educación de la Unesco, señala que en todo el mundo son las niñas, en especial de sectores vulnerables o con discapacidades, las que sufren los más graves problemas de exclusión, a pesar de que en los últimos años se ha ido cerrando la brecha en la matrícula escolar.
“A nivel mundial, tres cuartas partes de los niños en edad de asistir a la escuela primaria que nunca han asistido son niñas”, refleja el informe. “Como se atreven los talibanes a quitarme mi derecho básico a la educación”, retó Malala hace ya varios años.
Aquellas palabras de desafío guardan un gran paralelismo con el mensaje que lanzó la joven activista sueca Greta Thunberg en la Cumbre Mundial de Cambio Climático en septiembre del 2019.
“Me han robado mis sueños y mi infancia con sus palabras vacías. Y sin embargo, soy de los afortunados. La gente está sufriendo. La gente se está muriendo. Ecosistemas enteros están colapsando. Estamos en el comienzo de una extinción masiva. Y de lo único que pueden hablar es de dinero y cuentos de hadas de crecimiento económico eterno. ¿Cómo se atreven?” disparó la por entonces adolescente de 16 años frente a los ojos de los líderes mundiales cuestionándolos por su falta de acciones para frenar el impacto del calentamiento global.
“La juventud ya no pide. Exige que se le reconozca el derecho a exteriorizar ese pensamiento propio” reza uno de los pasajes más encendidos del Manifiesto Liminar de la Reforma Universitaria de 1918. Esas palabras parecen guardar una vigencia única, sobre todo en el plano de igualdad que nos pone las redes sociales y un mundo hiperconectado.