“Los escritores ganan premios y tienen sus patotas, las escritoras no”
Ha surgido un libro raro, un libro del que habría que hablar mucho, dijo Rosa Chacel. El comentario estaba referido a Dos veranos, la primera novela de Elvira Orphée, y se publicó en la revista Sur. Sin embargo, el reconocimiento de la crítica y de los lectores fue mucho menos clamoroso de lo que auguró la escritora española, y una especie de secreto comenzó a formarse alrededor de la obra y de la autora, una figura exótica y legendaria de la vida literaria argentina, como la definió Leopoldo Brizuela.
Orphée nació en San Miguel de Tucumán en 1922 y se mudó a Buenos Aires a los 16 años. El cambio de escenario inscribió una marca fuerte en su vida, no solo porque sobrevino a la muerte de la madre y a la ruptura con el padre, que había decidido formar otra familia. Su vínculo con Tucumán fue conflictivo y contradictorio. Si bien la desprecia, la provincia es un núcleo al que apela para definirse, dice Soledad Martínez Zuccardi, profesora de Literatura Argentina en la Universidad Nacional de Tucumán.
Las razones por las cuales la narrativa de Orphée fue desconsiderada hasta poco antes de su muerte, en 2018, son diversas. Martínez Zuccardi señala que no perteneció a grupos literarios y que en los años 60, cuando empezó a publicar, su obra no encajaba en las líneas entonces más frecuentadas de la literatura argentina y latinoamericana: ni realismo mágico, ni literatura comprometida, ni best seller, ninguna etiqueta reducía la extrañeza y la calidad de sus cuentos y novelas. Y también hubo cuestiones de género, ya que como Orphée dijo en una entrevista los escritores ganan premios y tienen sus patotas, las escritoras no.
Pero si fue relegada por su género, el interés por la literatura de mujeres contribuyó a su redescubrimiento. Brizuela, cuya intervención fue importante al respecto, ubicó a Orphée junto con Silvina Ocampo y Sara Gallardo en un mismo nivel de calidad y de postergación en la valoración crítica. Escritoras poco advertidas detrás de escritores consagrados y también respecto de otras escritoras, y hoy integrantes de un canon alternativo de lecturas.
Días de odio y de fascinación
Orphée nunca negó sus orígenes, pero los tenía presentes con una intensidad particular. Vengo de Tucumán, que no es el paraíso terrenal, decía para presentarse y cuestionar las imágenes más triviales de la provincia. Salgo de Tucumán y respiro. En la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires respiro aún más, recordó en una de las primeras entrevista que concedió, donde el lugar natal funciona ya como contraseña de identidad.
Escribió poesía hasta que Héctor Murena leyó sus primeros textos y le recomendó pasar a la prosa. Orphée siguió el consejo pero sin renunciar a la poesía: la tengo en mi escritura como quien tiene los ojos azules, dijo. Sus narraciones resultaron divergentes de las convenciones del cuento y de la novela tradicional por un trabajo particular sobre la lengua y lo que llamó el sentido del idioma, entendido como aquello que produce impacto en el lector.
Casada con el pintor y diplomático Miguel Ocampo, primo de Victoria y de Silvina Ocampo, se relacionó con escritores de la revista Sur. Su vinculación con el grupo fue lateral. No publica tanto en la revista, apenas dos relatos y un fragmento de la novela Aire tan dulce. Desarrolló su trabajo de modo bastante solitario, dice Martínez Zuccardi, también directora de Edunt, la editorial de la Universidad Nacional de Tucumán.
Entre las colaboraciones con Sur apareció La calle Mate de luna, un cuento que toma el nombre de una tradicional avenida de la capital tucumana para proyecta su visión crítica en las reacciones desconfiadas y chismosas de los vecinos ante la aparición de una familia porteña, observada como forastera e intrusa en el orden provinciano. Ya en Dos veranos (1956) reconstruye ese universo que le provoca tanto rechazo como atracción en la historia de un mestizo huérfano y pobre al servicio de una familia acomodada que termina por cometer un crimen.
Rosa Chacel destacó en Dos veranos la concepción del protagonista, el registro del habla del noroeste argentino y la trama de ideas en que resuenan el racismo y los abusos de poder. Elvira Orphée ha creado un libro raro, fiel imagen de la vida provinciana del noroeste argentino que, más que informarnos, nos transporta a ella, nos lleva a conocerla en lo más íntimo, escribió.
En la ficción trabaja como escenario lo que ella conoció en Tucumán pero sin mencionar a la provincia, lo que pudo tener origen en su rechazo por cuestiones que le tocó vivir. También resulta interesante como efecto porque el nombre aparece fuera de campo y al mismo tiempo está la provincia como elemento de su imaginario, señala el escritor y cineasta Fabián Soberón.
El universo de la provincia vuelve a configurarse en la novela Aire tan dulce (1966), considerada su obra emblemática. Orphée no necesita mencionar a Tucumán para que los lectores comprendan que se refiere a la capital de la provincia, la ciudad de belleza mentida según escribe, donde la dulzura del azúcar antes de ser dulzura deja arroyos podridos en la orilla de los caminos y la imagen estereotipada del jardín de la república si en algún lado existe, es sólo el telón para ocultar lo terrible.
Fabián Soberón subraya la contradicción entre lo que Orphée dice y lo que escribe: Como interlocutora en una entrevista, hay en ella un claro rechazo hacia Tucumán, pero ese rechazo se transforma en otra cosa en la ficción. Martínez Zuccardi agrega que el odio está cruzado por cierta fascinación, porque al mismo tiempo le reconoce a la provincia un costado de poesía y de misterio, en una tensión que no se resuelve.
Aire tan dulce no tiene un orden cronológico ni sigue una narración lineal. La novela está contada desde las conciencias de tres personajes: la joven Atalita Pons, signada por la rebeldía y proyección imaginaria de Orphée; su abuela Mimaya y Félix Gauna, un empleado que encuentra en el mal la salida a la mediocre vida de la provincia.
Hay un procesamiento de la cosmovisión del norte argentino y en particular de Tucumán, que en los cuentos se extiende a los márgenes y a un sentido de lo fantástico vinculado con la oscuridad que percibe en los comportamientos de los personajes, dice Soberón. En 2009, cuando la llamó para una entrevista, Orphée le advirtió que se olvidara del asunto si la nota era para un diario de Tucumán y cuando se encontraron valoró que no tuviera acento provinciano al hablar.
El escritor tucumano vincula la obra con lo que llama el gótico del norte argentino, un estilo que atravesaría la literatura, el cine y las artes visuales de la región. Producciones como las de Elvira Orphée y otros escritores y cineastas trabajan con personajes en los que pueden convivir actitudes de padres bondadosos y actitudes criminales. También lo veo en la doble moral muy marcada de la religiosidad católica en las provincias del norte, donde la búsqueda del bien coincide, por ejemplo, con el rechazo abierto e incluso la persecución a la homosexualidad. Los personajes de Orphée encarnan la oscuridad propia de estas características.
Fuera del centro
En los años 60, Orphée vivió en Roma y en París. Las biografías resaltan su relación con figuras como Elsa Morante, Italo Calvino, Octavio Paz y otros destacados intelectuales, y su trabajo como lectora en la editorial de Gallimard, donde habría tenido bajo su mirada el manuscrito de Rayuela, de Julio Cortázar. Pero como reverso de esos vínculos acentuó su condición excéntrica en la literatura argentina y su aislamiento se profundizó con la falta de contacto con escritores de las nuevas generaciones.
Quizá la relación más significativa en ese plano fue la que tuvo con Alejandra Pizarnik, como lo analiza Martínez Zuccardi: Fue una amistad con muchas cosas en común, como la dificultad para vincularse con cosas de la vida cotidiana. Escribir para Orphée era su modo de tener una vida fulgurante, como dice en una entrevista: una búsqueda de absoluto que tenían las dos y particularmente sus personajes.
En esa búsqueda, Orphée volvió una y otra vez al punto de partida en la provincia. Ahora sé que aquello era insoportable, declaró en una entrevista en la que hizo una lista de lo que le fastidiaba: la gente, el ambiente, la calumnia, los adoquines, los borrachos, la falta de luz, de flores, por ser la antítesis del Jardín de la República. Martínez Zuccardi observa que también miente un poco en las entrevistas; además de los rencores están también los olores, porque dice que el perfume de los azahares sigue en ella. Y al margen de que el pasado en Tucumán incluye recuerdos felices, como la amistad con Leda Valladares, la memoria insistente de la provincia es fundamental para su obra y para construirse a sí misma como escritora.
Entre 2008 y 2012 se reeditaron sus novelas La muerte y los desencuentros, Aire tan dulce y Dos veranos. Sus personajes nos interpelan con sus claroscuros. Muchos nos reconocemos en ese vínculo tan complejo con el lugar de origen. En un momento leyó mucho a autores japoneses, y lo que le atraía era el doble costado sagrado y maligno que veía en sus obras y que ella misma construye en sus personajes y sus ambientes, agrega Martínez Zuccardi.
Otros de sus libros son inhallables, como la novela La última conquista de El Ángel (1977), una impactante exploración de la mente del torturador y de la tortura durante el primer peronismo y los volúmenes de cuentos Su demonio preferido (1973), Las viejas fantasiosas (1981) y Ciego del cielo (1991). En toda su obra -destaca la directora de Edunt-, siempre hay alguna rebelión contra las diversas formas de ejercicio del poder.
Sin embargo, cuando empezó a estudiar la obra, Martínez Zuccardi comprobó que los libros de Orphée no estaban en las bibliotecas de Tucumán y tampoco aparecían mencionados por la crítica. Era un posible acuse de recibo de su rechazo hacia Tucumán y del modo en que resaltaba la hipocresía, el mal y las apariencias provincianas, lo que también tuvo su devolución en otra obra eminente de la literatura argentina: en la novela Pretérito perfecto (1983), Hugo Foguet cuestionó a Orphée a través de un personaje, la Negra Fortabat, una tucumana repugnada.
Excéntrico es el que está fuera del centro, y esa situación se plantea en varios niveles para Orphée, según destaca Soberón: En la universidad es una escritora rescatada por los investigadores. Pero si pensamos en términos de una circulación más amplia, todavía es desconocida en Tucumán, en el norte y en la Argentina.
Pero excéntrico designa también a lo que tiene su propio centro, y en ese sentido también se afirma la figura de esta escritora. Hay un incipiente pero fervoroso deseo de volver a nombrarla, leerla, editarla, estudiarla. Como si su obra estuviera despertando de nuevo, afirma Martínez Zuccardi.
Edunt publicará este año Basura y luna, una novela de Orphée que está inédita aunque Wikipedia y sus repetidores la den por editada. En España se proyecta la reedición de Aire tan dulce y Martínez Zuccardi y Guadalupe Valdez, otra investigadora dedicada a la obra, preparan una antología de sus cuentos. Elvira Orphée atrae con esa vida fulgurante que pudo construir en secreto, aislada, distante de cualquier centro pero conectada con su núcleo vital.