Una maestra y también una escritora y una personalidad creativa difícil de definir. Leticia Cossettini es conocida por su participación en la experiencia educativa que dirigió su hermana Olga Cossettini en la ciudad de Rosario pero su historia incluye también otros aspectos menos valorados y todavía envueltos en la intimidad en la que transcurrieron.
“La señorita Leticia”, como se la nombra en testimonios de época y en memorias de amigos y ex alumnos, cuestionó la pedagogía convencional a partir de los principios de la escuela nueva, el movimiento que enfatizó el protagonismo del niño y la autonomía de la infancia en el aprendizaje. Nació en San Jorge, provincia de Santa Fe, el 19 de mayo de 1904, hija de los inmigrantes italianos Antonio Cossettini y Alpina Bodello.
“Antonio Cossettini era un maestro ya reconocido en Italia. En Rafaela formó parte de la logia masónica La Antorcha, lo cual habla de una familia con fuertes vínculos y de una presencia no solo en el mundo educativo sino en el mundo de la política. Ser maestras para Olga y Leticia era seguir un mandato hasta ideológico”, dice Micaela Pellegrini Malpiedi, doctora en Ciencias de la Educación y reciente autora de Leticia Cossettini: un entramado a partir de su biografía/antibiografía.
Olga era mayor (nació en 1898) y empezó a trabajar en la escuela provincial de Sunchales. “No quería que se la nombrara como docente o profesora. Decía: yo soy maestra y mi sueño es ser Maestra con mayúscula”, cuenta Amanda Paccotti, ex alumna de las hermanas, maestra, investigadora y responsable del ordenamiento de los materiales que conforman el Archivo Pedagógico Cossettini.
Entre 1930 y 1935 Olga Cossettini incorporó los principios del escolanovismo como regente de la Escuela Normal de Rafaela y en 1935 se mudó a Rosario con Leticia, recién graduada en el magisterio. El modelo de esa “nueva educación”, como la pensaban, fue aplicado en la Escuela número 69 “Gabriel Carrasco”, del barrio Alberdi, por entonces periférico de la ciudad, “en las proximidades del río, los huertos, y pequeños sembradíos y las avenías de acceso a la ciudad”, según la descripción de Leticia Cossettini en su libro Del juego al arte infantil (1977).
Olga Cossettini llamó en principio Escuela Serena a su experiencia, aunque según aclara Amalia Paccotti posteriormente lo corrigió por Escuela Viva, como tituló un libro publicado en 1945: “Dice entonces que una escuela no tiene por qué ser serena: una escuela tiene que llorar, tiene que reír, tiene que hacer silencio, tiene que hacer bulla”.
“La Escuela Serena en general, pero Leticia en particular, incorporó el arte en la cotidianeidad de las clases -destaca Micaela Pellegrini Malpiedi-. El arte en todas sus manifestaciones fue un eje que atravesó los momentos escolares: los recreos, los paseos, las misiones culturales, las asignaturas y el aula”.
La diversidad de los alumnos -asistían a la escuela “el hijo del pescador y el del obrero, el hijo del comerciante, del profesional, del hombre cultivado y sensible”, como lo dijo Leticia Cossettini- desplegó un contexto social del que las hermanas fueron plenamente conscientes y en función del cual proyectaron su práctica.
Los reconocimientos hacia las Cossettini fueron tan expresivos como las resistencias. El sentido común conservador hablaba de “la escuela de las locas”. Amanda Paccotti llegó a Rosario con sus padres desde Río Cuarto para iniciar la primaria y sus padres tuvieron una referencia al respecto: “Ansiosa porque yo empezara a estudiar, mi mamá le preguntó a una vecina a qué escuela me podían mandar. Y la vecina le dice: mire, señora, anótela en la Escuela Carrasco; no va a aprender nada, pero los chicos están muy contentos”.
La Escuela Carrasco recibió a figuras prestigiosas como Juan Ramon Jiménez, Gabriela Mistral y Margarita Xirgu y al mismo tiempo provocó el rechazo de sectores conservadores por la negativa a incorporar la religión como materia -“Dios está en todas partes”, fue la respuesta de Olga para desentenderse del reclamo- y en 1944 las autoridades provinciales la despojaron de su carácter de escuela experimental.
“Ella no vienen premiadas de Rafaela -dice Amanda Paccotti-. El director del diario local, el señor Actis, encabezó la resistencia. Se preguntaba por qué los alumnos salían a la calle, por qué se reunían a bailar folclore, dándole una connotación negativa”.
Fundadora de la Red Cossettini, dedicada a difundir la práctica de la Escuela Viva, Amanda Paccotti dice que las hermanas “se consideraban latinoamericanistas, laicas y librepensadoras, aunque no con el sentido liberal que puede tener en la actualidad, y eso molestaba”. Además, “eran sarmientinas y sanmartinianas”. En el acto del 17 de agosto de 1950 Olga trazó un paralelo entre San Martín y Perón que no fue bien recibido por el ministerio de Educación; un mes antes un informe policial la había tildado de “comunista con actuación internacional” y el 30 de agosto fue cesanteada; al año siguiente, Leticia recibió una jubilación extraordinaria.
“Poco a poco la experiencia agonizó -recuerda Paccotti-. Las mesas fueron reemplazadas por los pupitres. Desapareció la mesa de arena. La biblioteca y el laboratorio redujeron sus espacios y el cruce de arte y ciencia se perdió como trabajo en el aula”.
La maestra, la mujer
“Olga fue la cara visible del proyecto, pero la Escuela Serena no hubiera sido posible sin figuras como las de Leticia y otras maestras que todavía no recuperamos -señala Pellegrini Malpiedi-. Ser la hermana de Olga por un lado le dio visibilidad a Leticia y por otro la ubicó en un lugar servicial, no como protagonista”.
Amiga y vecina de las Cossettini en barrio Alberdi, Amanda Paccotti recuerda a Olga en su escritorio, “escribiendo, estudiando”; en cambio, “Leticia te recibía, preparaba un té”. La casa tenía un patio grande y ellas cultivaban un jardín y una huerta. “Leticia amaba las remolachas por el color de las hojas. Entonces las ponía al lado de los lirios, porque quedaba lindo. Que después las comieran era secundario”.
Olga Cossettini murió el 23 de mayo de 1987. “La noche del velatorio Leticia nos muestra a sus allegados dos pilas de cajas de cartón gris que Olga atesoraba en su dormitorio -relata Amanda Paccotti-. Olga sabía que la iban a echar de la Escuela Carrasco y cuando se produjo su exoneración se presentó un grupo para llevarse las cosas que tenía en su escritorio. Pero lo valioso, los diarios de clase, los cuadernos escolares, lo había guardado en esas cajas, que hoy forman el Archivo Pedagógico Cossettini”.
Con su espíritu extrovertido, “Leticia abre la casa a estudiantes y periodistas”. La experiencia de las Cossettini comienza a ser redescubierta y revalorado y después de un congreso en Rosario de la Asociación Internacional de Educación a través del arte surge la idea de registrar la historia de la Escuela Carrasco: el resultado fue La escuela de la señorita Olga (1991), documental de Mario Piazza realizado con entrevistas a Leticia Cossettini y a ex alumnos (https://www.youtube.com/watch?v=K_StQLpULCY&ab_channel=LigadelosPueblosLibres).
Aquella experiencia también fue la escuela de la señorita Leticia. “Las investigaciones estuvieron centradas en la figura de Olga”, destaca Micaela Pellegrini Malpiedi. En su perspectiva se trata de reparar en “la mujer que se encuentra detrás de la maestra” y recorrer el conjunto de su trayectoria y particularmente el período posterior al de la Escuela Serena.
Los homenajes se mezclaron con las curiosidades anecdóticas del periodismo. Ante un reportero que le preguntó si se había casado, Leticia contestó: “Joven, si va a hacer preguntas inteligentes podemos seguir la entrevista. Que no me haya casado no quiere decir que yo no haya amado ni que no haya sido amada”.
“Leticia fue una maestra que escribió. Dejó registrado el desarrollo de sus clases en cuadernos de tapa dura, marca Rivadavia”, agrega Pellegrini Malpiedi. Sus libros Teatro de niños (1947) y Del juego al arte infantil “son la representación de sus prácticas de enseñanza a través del arte, una reproducción de sus clases, incluyendo diálogos, explicaciones, ejercicios y reflexiones surgidas en el aula”.
“No hemos querido preconizar qué es lo que puede hacerse. Hemos preferido soñar y construir. Artistas y educadores estimularon nuestra obra, pero fueron los niños, los que, con intuición maravillosa y rica emoción, nos pusieron en el camino de la verdad”, anotó Leticia en el prefacio de Teatro de niños.
“Durante el escolanovismo las maestras tenían el mandato y la obligación de escribir día por día detallando lo que había ocurrido en la jornada escolar. ¿Leticia es una intelectual, es una escritora al publicar sus prácticas pedagógicas?”, se pregunta Pellegrini Malpiedi.
Maestra de aula que no llegó a ocupar cargos directivos en la escuela, Leticia Cossettini expone además lecturas y diálogos con autores contemporáneos en los cuadernos de clase. “No improvisa, sabe qué hace y en todas sus clases, de cuarto a sexto grado, está la observación de la naturaleza y la implementación del arte no como una materia aparte sino en el suceder del aula”.
Más allá de su trabajo como maestra, Leticia Cossettini escribió relatos para niños, compuso coreografías musicales, tuvo una obra plástica prácticamente secreta -recién hizo una muestra en 2002 y la mayor parte se dispersó después de su muerte, el 11 de diciembre de 2004- y realizó artesanías con chala de maíz que expuso en galerías de arte. Estos aspectos fueron menospreciados por prejuicios de género y “pasó de un significativo reconocimiento de su trabajo artístico dentro del aula a una desestimación de sus producciones por fuera de la escuela”.
En 2019 se publicó El manuscrito culinario de Leticia Cossettini, un libro de “enseñanzas, recuerdos, reflexiones y recetas”, que Leticia legó a uno de sus alumnos, Carlos Eduardo Saltzmann. “El mismo ejercicio que hizo en sus cuadernos Rivadavia lo reitera una vez jubilada con la escritura culinaria. Como en el diario de clases, en el recetario usa distintos marcadores, corrige, borra y pone en juego su escritura poética y sensible”, comenta Pellegrini Malpiedi, que editó y prologó el texto junto con Paula Caldo.
La escuela, según la enseñanza de Leticia, “aspiraba a hacer seres armoniosos, no poetas, ni artistas, ni pintores, ni músicos, ni mimos” contra “cierta anquilosada pedagogía”. La ética del maestro surgia del compromiso con el niño y con el presente en que actuaba y su capacitación privilegiaba la formación cultural y científica y la interacción con el medio social. Con su hermana Olga “buscaban que los niños se pudieran expresar con distintos lenguajes; consideraban el cuaderno un documento personal y para corregirlo la maestra debía pedir su autorización”, dice Amanda Paccotti.
Según el cineasta Fernando Birri, uno de sus interlocutores, el nombre tenía que escribirse en italiano: Letizia. Y entenderse en el sentido de ese idioma, como expresión de alegría. Un sentimiento contagioso, como se nota en las fotografías de época que recopila la película de Mario Piazza y documentan la vida cotidiana de la escuela: las misiones culturales por el barrio Alberdi, el “coro de pájaros” que formaban los alumnos, el teatro de títeres bajo la inspiración de Javier Villafañe.
El sentido de las experiencias del pasado se redefine desde el presente, como observa Amanda Paccotti. Maestra con mayúscula, “Leticia representa lo que muchos docentes llevan en su idea y en su corazón: una escuela diferente”.
El Archivo Pedagógico Cossettini se encuentra disponible en el Instituto Rosarino de Investigación en Ciencias de la Educación, miralo acá.