“Las tonaditas, de un modo o de otro, pasan al lenguaje escrito”
Daniel Moyano nació en la ciudad de Buenos Aires en 1930, pero el lugar no importó demasiado en su trayectoria. Empezó a escribir y publicó su primer libro de cuentos en Córdoba, donde vivió durante la adolescencia y la juventud, y terminó de formarse en La Rioja, hasta que el golpe militar de 1976 lo llevó al exilio. Lejos del centro cultural del país, se reivindicó como un escritor de provincia y definió una de las obras más importantes de la literatura argentina contemporánea.
Su infancia estuvo signada por la trágica muerte de la madre, asesinada por el padre. Fui criado por un abuelo y varios tíos. Tíos muy ricos y tíos pobrísimos. Unos meses estaba en una casa con costumbres burguesas y de golpe pasaba a los tíos más pobres del mundo, recordó Moyano en una entrevista con María Ester Gilio.
Las figuras de los tíos y de los niños desvalidos se proyectan en sus primeros relatos como una incesante reelaboración del trauma. El encuentro con el abuelo materno, con quien vivió en La Falda, puso fin al deambular y desplegó una experiencia que sería un sustrato de su obra como escritor.
De ahí arranca la vocación literaria, de las relaciones con mi abuelo, dijo. No solo porque el abuelo habilitó las primeras lecturas -el Martín Fierro y la Divina Comedia, en italiano- sino por sus destrezas como narrador oral y su ingenio para sobrevivir a partir de una ficción: en los veranos fabricaba ídolos indígenas y ofrecía pájaros exóticos que en realidad eran loros barranqueros con las plumas teñidas, para consumo de los turistas.
Moyano describió además esa etapa como un aprendizaje del exilio. Las sierras de Córdoba eran apenas el territorio físico de residencia: El lugar verdadero era una atmósfera permanente de país fantasma, el de mis abuelos, presente en toda conversación, en la rutina cotidiana. Vivía en una especie de Italia que era el exilio de ellos, recordó, entrevistado por Marta Vassallo. Así como el abuelo atesoraba en un cofre objetos innecesarios de un tremendo valor ritual, él mismo partió a España en mayo de 1976 con un baúl lleno de objetos que creía importantes: tinteros, plumas cucharita, hasta un tarro con clavos torcidos y tornillos herrumbrados.
Intelectual y obrero, ya que trabajó como plomero y albañil, Moyano fue un autodidacta. No había terminado el secundario cuando ya era un escritor consagrado. El mito dice que ayudaba a los estudiantes a escribir las monografías de la carrera de Letras a la que no podía aspirar por no tener la escolaridad completa, destaca Marcelo Casarin, escritor y especialista en su obra.
Una voz propia
En 1960 publicó Artistas de variedades, su primer libro de cuentos. Un año antes se había radicado en La Rioja, buscando raíces, porque los abuelos de mi padre eran de Olta, y había participado en la fundación de El Independiente, el diario de los hermanos Alipio y Mario Paoletti que se convirtió en ejemplo de gestión cooperativa de un medio periodístico. En 1964 su tercer libro de relatos, La lombriz, incluyó un prólogo de Augusto Roa Bastos que definió esa etapa de la obra como realismo profundo.
HEBE UHART La escritora que supo mirar más allá
Roa Bastos habla de un realismo despegado del regionalismo y del costumbrismo y apunta también a una reflexión sobre el trabajo con el lenguaje al decir que Moyano procede más por excavación que por trabajar en la superficie -explica Marcelo Casarin-. Lo más importante de los primeros cuentos es una relación con su propia experiencia vital que es escribir sobre niños abandonados, en situación de orfandad, y desde esas historias íntimas se expande a una mirada crítica sobre el estado de las cosas en el mundo.
Moyano retomó las ideas de Roa Bastos en el prólogo a un libro del escritor tucumano Juan José Hernández. Los autores de las provincias, en su perspectiva, enfrentaban una falsa disyuntiva: continuar un folklorismo mentiroso que no compartíamos, apoyado más en el paisaje que en el hombre o bien someterse a una cultura ciudadana que venía de Buenos Aires, a la que, lo sabíamos muy bien, no pertenecíamos. Pero se trataba de construir y de retomar referencias propias para escribir.
Los locutores de radio tucumanos, riojanos o cordobeses, no se hacían ningún problema. Directamente hablaban como los porteños. Y mal, claro; siempre había una tonadita que se escapaba por ahí, observó. Los escritores tenían el mismo problema: ¿Cómo hacer para meter nuestra propia voz en la literatura nacional sin parecemos a nadie y fieles a nuestras circunstancias?
Moyano encontró la respuesta para esos interrogantes en La Rioja. Fue la etapa más feliz y más productiva de su vida. Allí formó su familia, escribió sus mejores textos y creó un grupo de artistas e intelectuales alrededor del cual orbitaba la cultura riojana, analiza Diego Vigna, escritor y editor de Los desvalidos, libro que documentó el trabajo de Moyano como corresponsal del diario Clarín y fotógrafo.
Pensar la Argentina fue para Moyano mirar más allá de las fronteras. Después que dejé Córdoba y me fui a La Rioja, empecé a atisbar esta entelequia que es América Latina. Yo necesito a América Latina: necesito que exista, porque no soy ni italiano como mi abuelo ni indio como mi padre. Soy mezcla, le dijo al periodista Andrew Graham-Yooll.
En 1967, cuando obtuvo el premio Primera Plana por El oscuro, su segunda novela después de Una luz muy lejana, ya estaba definido ese mundo de pertenencia. Moyano encontró una identificación con la literatura de Juan Rulfo antes que con la de Borges o Cortázar. Lo define asumirse como un escritor de provincia, fuera de la metrópoli, dice Marcelo Casarin, que coordinó una edición genética de la novela Tres golpes de timbal. La posibilidad de asumir la propia voz sin avergonzarse de las marcas de procedencia exigía la ruptura con las convenciones porteñas.
Las tonaditas, de un modo o de otro, pasan al lenguaje escrito -destacó Moyano-. Son musicalizaciones que se sostienen por sus ritmos, por ciertas asociaciones, por una manera de encarar el lenguaje. Funcionan como las hierbas aromáticas en las comidas: un toque de sabor, un ingrediente que se gusta pero que no se puede precisar.
Su trabajo como periodista y fotógrafo en La Rioja cobra importancia también en ese marco. El fotógrafo Plutarco Schaller lo inició en las misiones por los Llanos y la cordillera riojana, mostrándole el aislamiento y la resistencia de viejas poblaciones y reales habitantes de la tierra, así como la explotación silenciosa de mineros y campesinos, señala Diego Vigna.
Hay una mirada moyaniana, agrega Vigna, que captura el interior riojano a través de la fotografía, piensa en el lugar y recrea la gente a través de la escritura: una mirada recubierta de dolor y también de cierta gracia. A través de la cámara, Moyano documenta el interior del interior, los habitantes y los ambientes del paisaje riojano; en la ficción, sin desconocer el registro, modifica lo real en función de volver más humanas las cosas para poder verlas más de cerca.
El cuento Cantata para los hijos de Gracimiano sería un ejemplo de la ficción como elaboración que trasciende al relato periodístico: Andaba por los llanos riojanos, escenario de las guerras civiles, buscando material para unas notas -recordó Moyano-. Un maestro me contó de una familia que había tenido que dar a todos sus hijos. No lo dije en la nota. Quería contarlo tranquilo, con tiempo. Y cuando lo hizo tuvo un quiebre: Empecé a llorar. Me parecía una profanación publicarlo, e incluso escribirlo. Pero no es así. Hay que publicar y hay que divulgar.
El exilio y las formas del regreso
Moyano es un escritor experimental, prueba cosas todo el tiempo. Por eso desorienta, hace que no sea un escritor cómodo para los lectores y menos para los editores, dice Marcelo Casarín. La novela El trino del diablo (1974) empieza con una parodia de la fundación de La Rioja y sigue con la historia de un violinista que no encuentra su lugar y se va a Buenos Aires para ser reconocido, aunque termina en una villa miseria.
El argumento de El trino del diablo evoca el desajuste de los escritores del interior obligados a publicar en Buenos Aires por falta de editoriales en las provincias y proyecta la figura del propio Moyano como músico. En La Rioja, además de participar en la creación del Conservatorio Provincial y de integrar como viola un destacado Cuarteto de Cuerdas, la música se convirtió en un recurso para comprender la escritura literaria.
Fue detenido el 25 de marzo de 1976 y estuvo preso poco más de un mes. Los militares quemaron los ejemplares de sus libros que estaban a la venta en librerías riojanas. Irma Capellino, su esposa, enterró el original de El vuelo del tigre, la novela en la que trabajaba, en la huerta de la casa; Moyano reescribió íntegramente el texto en el exilio y su publicación en 1981 significó también un primer regreso, porque la ficción transcurre en Hualacato un pueblo perdido e imaginado sobre el conocimiento del interior riojano..
Poco antes había tomado unos apuntes para una novela sobre Facundo Quiroga, con la idea de escribir su propio Facundo, como el libro de Sarmiento, y también una novela sobre La Rioja, un pueblo que perdió sus guerras contra el país, con caudillos alzados contra Buenos Aires, perseguidos y decapitados, y en el que los personajes principales son los inocentes, los que son arrastrados como protagonistas y obligados a una tragedia sorda y cotidiana producida por fuerzas superiores.
Moyano localizó la ficción en Jagüé, un pueblo de 300 habitantes, aunque las referencias puntuales quedaron desdibujadas en un ambiente andino. Tres golpes de timbal, escrita entre 1985 y 1986, fue el resultado final del proyecto. La utopía del protagonista, Fábulo Vega, la visión de un astrónomo que a la vez es mulero, en una conjunción de lo conocido y lo conocer hizo presente según sus términos una abortada América Latina que nada tiene que ver con la Europa actual.
En la construcción de Tres golpes de timbal hay una clara dimensión mítico-mágica -dice Marcelo Casarin-. Los personajes tienen vinculaciones con la naturaleza que son ajenas a cualquier mundo citadino, hay una conexión con la ecología, con los vínculos entre hombres y animales. La historia de unos exiliados en Libro de navíos y borrascas, la obra anterior, podría hacer pensar en un ejercicio de realismo puro pero está atravesada por relatos que dispersan esa situación, hay una alegoría del destierro con distintas capas y complejidades.
En una entrevista le preguntaron por su relación con la lengua de España, que no aparecía en sus escritos. Loro viejo no aprende a hablar, respondió Moyano. Pero la broma no excluyó un prolongado conflicto: en Libro de navíos y borrascas, el personaje dice que cuando el barco cruza de hemisferio nota que las estrellas no son las mismas y cuando llega a España no puede decir ni siquiera buenos días: el suyo fue un exilio en la propia lengua, también, él decía que había pasado cinco años sin escribir, agrega Casarin.
Moyano murió en 1992, en Madrid, en plena producción y con varios proyectos en camino, dice Casarín. Citaba una frase de Antonio Di Benedetto, otro escritor que padeció la persecución de la última dictadura militar: el exilio no tiene regreso. Pero lo que no deja de retornar es su obra: publicaciones póstumas (Donde estás con tus ojos celestes, 2005, entre otras), reediciones (se anuncia otra reimpresión de los Cuentos completos para 2023) y los rescates de textos inéditos (Los pájaros exóticos, su primera novela, apareció en 2021) proponen una y otra vez el desafío de imaginar un país desconocido y sus circunstancias en la historia.