La paradoja de la campaña electoral
Todos los años impares, los años de elecciones, vuelve a resurgir la paradoja o contradicción. Por un lado, la expectativa normativa o el deber ser. Por el otro, la regularidad empírica o lo que es. Hay muchas de estas paradojas. Me quiero concentrar en una muy singular: ¿cómo vota la gente? Y, en consecuencia, ¿hacia dónde están dirigidas las campañas?
Voto prospectivo. Existe una plantilla o un template (o un framework) normativo que funciona como lente común y compartido en sectores amplios de la opinión: los candidatos y los partidos en campaña deben plantear un diagnóstico sobre la realidad y, en función de este diagnóstico, presentar soluciones o propuestas. De este modo, las campañas electorales permitirían que los votantes comparen esas propuestas o soluciones y, en función de su proximidad, creencia o simpatía, deberían escoger aquella propuesta que prefieran, que consideren que solucione los problemas colectivos o, más egoístamente, que atiendan su interés sectorial o individual.
Los motivos por los cuales preferirían las propuestas de uno u otro candidato o partido podrían variar. No me preocupa ahora ese punto. Pero cualquiera sea el motivo, el template normativo común parecería sugerir que el funcionamiento ideal sería aquel en donde el votante mira hacia el futuro (de ahí lo de voto prospectivo), comparando planes de acción o propuestas que serán implementadas dependiendo del resultado electoral (caeteris paribus). Llamaré a esto el modelo estándar de la competencia electoral.
Es tan fuerte esta expectativa de funcionamiento del modelo estándar que, en todas las elecciones, se plantea como crítica la falta de propuestas. Y esa falta de propuestas es vista, a su vez, como un deterioro de la calidad de la competencia electoral y de la política, finalmente. Desde luego, esta expectativa coincide con los fundamentos del gobierno democrático. El gobierno, bueno o malo, tendría que ser el resultado de un equilibrio entre la oferta política (las propuestas) y la demanda ciudadana (el voto). Si la oferta mejora con la competencia, se reduce el error en la elección. No hay dudas. Si empeora la oferta, entonces la elección tenderá a ser subóptima. Si no hay oferta, entonces el resultado será errático o azaroso.
Paradoja. Pero ¿Así es como votan los electores? Y si no es así, ¿tendría sentido hacer propuestas? Los estudios empíricos han tratado de encontrar evidencia sobe el funcionamiento del modelo estándar. Es muy abundante la cantidad de anomalías y enigmas que tiene el modelo para entender el comportamiento electoral. Eso permitió que se ensayen explicaciones diferentes acerca de cómo vota la gente. En este sentido las teorías del voto se ponen a prueba con evidencia empírica, no con argumentos normativos. Las primeras teorías han planteado un fuerte determinismo socio-estructural, como los trabajos conocidos de la Escuela de Columbia. La clase social, la religión y el lugar de residencia predicen el voto mucho más de lo que pueda influir lo que un candidato diga o proponga. No hay mucho que se pueda hacer: dime tus características sociodemográficas y te diré qué votarás. Este tipo de explicaciones dejan de lado el proceso de toma de decisión de los individuos.
Si bien hay alguna evidencia acerca de la relación entre nivel socioeconómico y voto (como puede ser la afinidad entre buena proporción de los sectores ABC1 y las generaciones de mayor edad en cuanto al voto hacia Juntos por el Cambio), tampoco es determinista. Las explicaciones socio estructurales no nos dicen cómo se toman las decisiones de voto, pese a que pudiera existir algún tipo de relación. De todas las potenciales explicaciones que se agregan, que no voy a revisar aquí, hay dos que van al núcleo duro del modelo estándar: el voto retrospectivo y el partidismo.
Voto retrospectivo. A diferencia del modelo estándar programático, algunos investigadores han ofrecido evidencia que los votantes no miran hacia adelante, sino que miran hacia atrás. Es decir, no escogen entre paquetes diferentes de propuestas como criterio principal, sino que tienden a evaluar en primer lugar el desempeño del gobierno en funciones (y fundamentalmente la economía). Si perciben que su situación personal mejoró o la situación colectiva mejoró (aquí hay dos potenciales explicaciones diferentes sobre las motivaciones), entonces tenderán a premiar a los gobernantes reeligiéndolos.
Por el contrario, si perciben que la situación personal o colectiva, empeoró entonces querrán reemplazarlos, votando a la oposición. Los partidos podrían o no hacer propuestas, quizás para orientar y afectar el cálculo de utilidad esperada de los votantes, pero eso no pesaría mucho debido a que no estarían éstos comparando propuestas y derivando de ello cual conviene, sino comparando su situación actual con la previamente existente. Si la diferencia es positiva, entonces aprueban a los gobernantes y querrán que se queden. Si la diferencia es negativa, entonces ahí sí les darán chance a las propuestas de la oposición.
El desempeño de la economía es probablemente la principal fuente de evaluación, pero puede no ser exclusiva e inmutable. En la actualidad, por ejemplo, más del 50% de los votantes dicen que a la hora de votar pesa más la economía que cualquier otra cuestión (como lo revela la Encuesta de Satisfacción y Opinión Pública de la Universidad de San Andrés). Sin embargo, pueden entrar otras cuestiones ajenas a la economía, como la seguridad o la corrupción. En 2004, en las elecciones españolas el candidato del Partido Popular lideraba las encuestas. El 11 de marzo, tres días antes de las elecciones, estalló una bomba en la estación de Atocha, Madrid. El gobierno del Partido Popular, acusó a ETA; mientras que los socialistas consideraron que podría ser un atentado de Al Qaeda, debido a la política exterior del gobierno del Partido Popular. El tema, por su gravedad, ocupó el lugar central de los últimos días de la agenda y viró el resultado electoral.
Partidismo. Las percepciones de los individuos sobre el funcionamiento del gobierno, desde luego, no se hacen desde una posición neutral o bajo condiciones normales de presión y temperatura. Algunos investigadores enrolados en lo que se conoció como la escuela de Michigan , pusieron el acento en dos factores: la ideología y el partidismo. Me voy a concentrar en el partidismo. Las personas a lo largo de su socialización primaria y secundaria, van generando cierto apego psicológico de pertenencia, que cristaliza en una identidad muy fuerte. La gente se identifica con los partidos, del mismo modo que se identifica con otras identidades de grupo tales como las identidades sociales, étnicas o religiosas.
En este sentido, la identidad partidista se mantiene independientemente del rendimiento del partido en el gobierno. Más aún, la percepción que se tiene respecto del rendimiento está afectada por esta identidad. Son más propensos los no partidarios del gobierno, en juzgarlo negativamente que los propios partidarios. De modo tal que, incluso la mirada retrospectiva del voto está afectada por el partidismo. No solo en su efecto directo sobre el voto, el partidismo es un factor relevante.
También influye sobre las actitudes asociadas con diferentes temas de política tales cómo, la evaluación de la campaña de vacunación, las preferencias por unas vacunas u otras vacunas, el aborto, la imagen de los sindicatos o de los empresarios, de las fuerzas armadas o de las madres de plaza de mayo. Influye sobre la relevancia que se le da unos temas más que a otros: por ejemplo, la corrupción es uno de los principales problemas para un grupo, mientras que el desempleo lo es más para los otros.
Desde luego, la identificación no es inmutable y puede cambiar por factores personales, por factores sociales o por cambios experimentados en el propio curso de vida de una persona. De hecho, comparado con los años 80´s de la primavera democrática al mismo tiempo que se contrajo el número de personas que se identifican con un partido, aumentó el número de partidos y de identidades. Surgieron nuevos partidos que han despertado identificaciones fuertes: el PRO, el propio Kirchnerismo (hay votantes que se identifican como tales antes que como peronistas) y, en los últimos tiempos, los libertarios.
Conclusión. Volvamos al inicio. Detecto la existencia de una fuerte paradoja. Por un lado, una expectativa normativa acerca de la oferta política en forma de propuestas y programas que asume un comportamiento prospectivo del votante. Sin embargo, sabemos que el modelo estándar normativo que eso implica tiene muchas anomalías y enigmas. Una buena parte de los votantes se comportan en forma retrospectiva a la hora de votar y una no menor parte de los votantes, lo expresen o no, tienen fuertes identidades partidarias que no se ceden ante un diagnóstico o una propuesta política.
Para ponerlo en criollo: difícilmente en el campo no peronista (y mucho menos en el campo antiperonista) se escuche o se atienda en forma neutral una propuesta de un candidato peronista o del campo nacional popular; y viceversa. De modo que, y esto es una opinión personal, las críticas o la demanda por la falta de propuestas, en buena medida son una crítica o una demanda hacia los adversarios. En consecuencia, los candidatos en campaña pueden hacer propuestas, pero también deben concentrar su atención en impactar en otros factores que condicionan el voto: la mirada prospectiva y el partidismo. Campañas exclusivamente programáticas -por más que me gusten y se ajusten mejor al modelo estándar que sugiere la expectativa normativa- no estarían trabajando sobre un supuesto realista del comportamiento. ¿Es bueno o malo? No lo sé.
* Diego Reynoso, (@dgreynoso), es investigador del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONICET) y Director de la Encuesta de Satisfacción Política y Opinión Pública de la Universidad de San Andrés.
Por ejemplo, los trabajos de Paul Lazarsfeld y Bernard Berelson, The People's Choice (1948) y Voting (1954).
Como por ejemplo, Campbell, Converse, Miller & Stokes, The American Voter (1960) y Lewis-Beck, Jacoby, Norpoth & Weisberg, The American Voter Revisited (2008) ó Green, Palmquist & Schickler, Partisan Hearts and Minds: Political Parties and the Social Identities of Voters (2002).