“En Argentina debemos reconstruir el consenso básico sobre lo que está bien y lo que está mal”
Delia Ferreira Rubio se recibió de abogada en la Universidad Nacional de Córdoba y se doctoró en la Universidad Complutense de Madrid con una tesis sobre el principio de la buena fe. En los casi 40 años que le siguieron a esa tesis, ejerció la docencia, fue asesora y consultora de organismos nacionales e internacionales, presidió Poder Ciudadano y desde 2017 dirige Transparencia Internacional. Conserva intacta la tonada cordobesa y reflexiona de modo permanente sobre la Argentina, que sale reprobada en muchos de los indicadores de transparencia que elabora el organismo que ella preside. Afirma que en el país ya no se trata de hacer leyes sino de recuperar consensos sociales básicos para cumplirlas. Si no recuperamos la cultura de la integridad en todos los sectores, seguiremos viviendo en la cultura de Cambalache, dice en este diálogo con Redacción Mayo.
- Lidera una organización que evalúa, estudia y combate la corrupción. Cuando usted analiza la situación de un país, ¿cuáles son los elementos a los que les presta más atención para determinar que hay problemas serios en esta materia?
- Los países percibidos como más corruptos, por lo general, se caracterizan por la debilidad de las instituciones democráticas y, en especial, de los controles; el escaso respeto al Estado de Derecho; la falta de independencia del poder judicial y las restricciones en materia de acceso a la información. También se encuentran ineficiencias en la detección y sanción del lavado de dinero y bajos niveles de respeto de los estándares de ética pública (conflictos de interés, clientelismo, nepotismo, enriquecimiento ilícito, etc).
La corrupción puede darse en todos los países, lo que hace a los países diferentes es la forma en que las instituciones y la sociedad reaccionan frente a los casos de corrupción.
- ¿Cuáles son los principales problemas que detecta en Argentina? ¿Cuáles considera que mejoraron y cuáles empeoraron en la última década?
- Me temo que todos los problemas mencionados antes se registran en Argentina. El escaso respeto a la legalidad, los ataques contra la independencia del poder judicial, la falta de controles eficientes y la falta de integridad de los funcionarios.
Se registraron algunos avances en acceso a la información pública y en contrataciones abiertas en el sector público, pero durante la emergencia del Covid, retrocedimos significativamente. También durante la emergencia se registraron escándalos relacionados con la violación de las reglas de ética pública, como el Olivos-gate y el Vacunatorio-VIP.
- Transparencia Internacional estudia los mecanismos institucionales vinculados al combate de la corrupción. Más allá de lo institucional, ¿reconoce elementos comunes en las sociedades que admiten la corrupción?
- En este tema, las normas son necesarias, pero no suficientes. Algunos países tienen buenas regulaciones, pero la implementación es débil y no hay sanciones efectivas y en tiempo oportuno en los casos de corrupción. La tolerancia o indiferencia frente a la corrupción y a la falta de integridad genera incentivos y oportunidades para los corruptos. Roban, pero hacen y los seguimos votando, es la reacción social equivocada, si es que queremos disminuir la corrupción.
- Hace 20 años el expresidente uruguayo Jorge Batlle planteó en términos brutales el tema al decir los argentinos son todos ladrones. Pero parece obvio que en nuestro país hay una tolerancia a la infracción, a lo irregular o ilegal. ¿Cómo se reconstruye el comportamiento ético de un país?
- Los dichos del ex presidente Battle fueron una exageración. Como en toda sociedad hay gente honesta y gente que no lo es. Lo que se puede decir en general es que, en Argentina, el respeto a las normas no es un valor prevalente. Existe una anomia preocupante. Lo paradójico es que todavía creamos que los problemas que tenemos se solucionan aprobando leyes o dictando decretos, que después no cumplimos. Es necesario reconstruir el consenso valorativo básico en la sociedad, generar un acuerdo sobre lo que está bien y lo que está mal. Mientras no reconstruyamos esa cultura de integridad en todos los sectores, seguiremos viviendo en el marco de la cultura Cambalache, tan bien descripta por Discépolo a principios del siglo XX.
- Los niveles de desconfianza con los que convivimos los argentinos son muy altos. Desconfiamos de las instituciones, pero también de las personas y del comportamiento del otro. Es una de las cosas que más me llaman la atención al observar la vida en otros países, incluso países muy cercanos como Uruguay o Chile. ¿Lo observa usted? ¿Es ese el correlato interpersonal de lo que genera la corrupción?
- La pérdida de confianza en las instituciones y los liderazgos es un fenómeno global y los casos de corrupción o la corrupción sistemática contribuyen a debilitar esa confianza. En nuestra región, el Latinobarómetro señala a las instituciones y líderes políticos como los que menos confianza generan en la ciudadanía. Pero la confianza interpersonal es todavía más baja.
La confianza es la argamasa que da fortaleza a una comunidad. Sin confianza, vivimos en un clima de inseguridad y de sospecha; debemos estar en guardia y a la defensiva; la construcción colectiva es cada vez más difícil; la incerteza complica la posibilidad de prever y planear; la atención se concentra en un sálvese quien pueda, en el presente sin proyección de futuro ni personal ni colectivo.
Para reconstruir la confianza, debemos empezar por restaurar una cultura de integridad. Ese es el verdadero desafío que enfrentamos.
- Si pudiera tomar tres medidas urgentes en Argentina para combatir la corrupción, ¿por cuáles empezaría?
- Sin duda empezaría por la educación ciudadana y la restauración de la integridad como valor organizador de la convivencia social. Pero esa es una empresa a largo plazo. En el corto plazo, nombraría al Defensor del Pueblo; crearía una oficina anticorrupción independiente del poder político y reforzaría el acceso a la información pública y los mecanismos de control y rendición de cuentas.
Pero nada de esto ayudará, si sigue habiendo impunidad y los funcionarios siguen abusando de su poder en beneficio personal, de su familia y amigos, y de su partido.
- A nivel internacional, ¿qué procesos institucionales o qué experiencias evalúa usted como positivas en términos de transparencia? ¿Hay casos que valore especialmente?
- No hay recetas universales y cada país debe adoptar las reglas y procedimientos que se adapten a su contexto institucional, político, económico y social. Es indispensable generar mecanismos de transparencia para prevenir la corrupción y fortalecer los mecanismos de control, investigación y sanción. Para ello, es indispensable garantizar que esos organismos y -en especial- la justicia sean independientes, cuenten con los recursos necesarios y tengan la competencia adecuada.
- El proceso de degradación que implica la corrupción incluye factores institucionales, políticos, empresarios, fallos de los organismos de control y tolerancia social, entre otros factores. A su entender, ¿por dónde se corta más fácilmente ese círculo? ¿Cuáles son las intervenciones más eficaces en materia de transparencia?
- El problema cuando la corrupción se normaliza es que no hay una única medida que frene el proceso. Yo suelo usar una fórmula sencilla para indicar la dirección en que tenemos que trabajar, la llamo la formula de las 4 i, necesitamos más Información, más Integridad, menos Impunidad y menos Indiferencia.
- Asociamos corrupción con falta de desarrollo, así lo percibimos especialmente en Latinoamérica. Usted analiza el fenómeno a nivel internacional, ¿es igual de perceptible la corrupción en la riqueza? ¿Cuáles son los elementos de riesgo que más la preocupan en el mundo desarrollado?
- La corrupción es un problema global. Los países percibidos como más transparentes tienen una responsabilidad que cumplir en la lucha contra la corrupción. El dinero que se roba en los países percibidos como corruptos termina en los bancos de Londres, los negocios inmobiliarios en Nueva York, la industria del lujo en París o el mercado del arte en Ginebra. Para romper el ciclo de corrupción: Robar-Esconder-Disfrutar, esos países deben actuar eficientemente contra el lavado de dinero y el ocultamiento de los corruptos a la sombra de estructuras corporativas complejas que dificultan la investigación de los casos y la recuperación de los activos robados.
- ¿La participación siempre es un antídoto contra la corrupción?
- La participación entendida como el compromiso ciudadano de estar informado, exigir transparencia, no votar corruptos y no tolerar la corrupción sin duda contribuye. Las víctimas de la corrupción somos todos. El dinero que se pierde por corrupción es el que falta en educación, salud, infraestructura, en fin, en una mejor calidad de vida.