"El negacionismo no es una mera operación política, si no tiene bases sociales no puede funcionar"
Socióloga, investigadora del Conicet y profesora en la Universidad de Buenos Aires, Gisela Catanzaro es especialista en el análisis de la teoría política y de las ideologías antidemocráticas. Su objeto de estudio es de rigurosa actualidad en la Argentina, cuando las comunidades originarias vuelven a ser discriminadas y la ultraderecha insiste en desconocer el terrorismo de Estado durante la última dictadura. El negacionismo no es un fenómeno nuevo. Más que tener un único perfil, hoy funciona como una constelación de distintas formas, dice.
Nacida en Buenos Aires en 1971, Catanzaro publicó entre otros libros Pretérito imperfecto. Lecturas críticas del acontecer (en compilación con Leonor Arfuch , 2008), La nación entre naturaleza e historia. Sobre los modos de la crítica (2011) y Espectrología de la derecha (2021). Su proyecto actual de investigación se titula Reconfiguraciones de la ideología en el capitalismo tardío y se propone indagar en las nuevas inflexiones del neoliberalismo, para su conceptualización y para el análisis de sus efectos sobre la subjetividad y la democracia.
-La Cámara de Diputados de Mendoza aprobó el 29 de marzo un proyecto que declara a los mapuches pueblo originario no argentino. Como trasfondo surge el reconocimiento del Instituto Nacional de Asuntos Indígenas hacia una comunidad de esa provincia por la propiedad de las tierras donde viven. ¿Cómo observás el episodio?
-Esa fue una de las fundamentaciones de la campaña del desierto en la historiografía tradicional: como los mapuches eran supuestamente pueblos invasores los chilenos podrían reclamar la Patagonia. Para defender el territorio nacional había que hacer entonces la campaña del desierto y eliminarlos. No es nuevo, apareció desde el principio del gobierno de Macri. El negacionismo es una respuesta que se revitalizó después de la crisis financiera del neoliberalismo, a nivel mundial, en 2008. La crisis del neoliberalismo utópico que prometía un lugar donde podíamos vivir sin conflictos ni tensiones generó condiciones de posibilidad objetivas para un malestar que tiene respuestas sociales y que se agudizó con la pandemia y con la imposibilidad de contener esas expectativas como hacía el discurso de la globalización. Muchos historiadores, François Hartog entre ellos, definen a la época actual como presentista, en contraste con la época futurista de la modernidad clásica donde la ideología del progreso justificaba y permitía interpretar el presente y el pasado y también en contraposición con el énfasis en el pasado. Esa definición del presentismo pega bien con cierta ideología neoliberal del presente eterno, la cuestión de emprender y emprender todos los días sin solución de continuidad. Pero pasa por alto que los sujetos hacen algo con las crisis, no es que solamente padecen la ausencia de representaciones de futuro y se quedan quietos.
-¿Qué respuestas aparecen ante la crisis?
-Por ejemplo, frente a la situación de pandemia los sujetos narran la historia, buscan las causas del mal, imaginan el futuro y ahí surgen distintas perspectivas, distintos tipos de salida de la crisis. Algunas son francamente reaccionarias, donde el futuro idealizado es un retorno al pasado y hay un diagnóstico decadentista que dice volvamos atrás. De ahí se deriva un tipo de negacionismo, el negacionismo selectivo que niega las responsabilidades sociales y políticas de las fuerzas que defienden en el estado de cosas actual: la deuda externa no tiene nada que ver con los problemas económicos, ni el modelo agroexportador con la generación de un conflicto social que no se ha resuelto. Es un negacionismo clásico, el de la historia tradicional, distinto del que se asocia con el futurismo macrista o neoliberal que funciona sustituyendo la historia por la naturaleza, como hizo con los billetes (N. de R.: el reemplazo de figuras históricas por animales). Es muy claro con el tema de la inseguridad: el significante seguridad en términos de acción policial reemplaza al significante seguridad en términos sociales. En los años 40, seguridad significaba políticas de bienestar social. En un focus group para un trabajo de investigación, los entrevistados dijeron que justicia social es cuando actúa la gente, cuando la justicia no actúa y por ejemplo detiene o golpea a un chorro. Desanclada de la narración histórica, la justicia social pasa a significar lo contrario de su sentido original, un individualismo con el derecho de castigar a cualquiera que considere una amenaza.
-¿Cómo se despliega el fenómeno con el crecimiento de la ultraderecha?
-El negacionismo no varía mucho en términos de contenido pero sí en sus formas y eso es relevante. Así como hay condiciones subjetivas -el negacionismo no es una mera operación política, si no tiene bases sociales no puede funcionar- algunas de esas formas cayeron y otras avanzaron en los últimos 50 años. Por ejemplo, el negacionismo que borra la historia in toto está perdiendo capacidad de interpelación desde 2018 y está ganando capacidad de interpelación un negacionismo más cínico, más explícito.
-¿En relación a la dictadura?
-Por ejemplo, para ver las diferencias: cuando todavía no era ministro de cultura, Pablo Avellutto escribió en Twitter a propósito del golpe de 1955 mi golpe preferido, qué mala prensa tiene, como me hubiera gustado estar ahí. Ese negacionismo opera de un modo muy distinto que el enunciado los desaparecidos están en Europa, muy escuchado en la inmediata posdictadura. El de Avellutto es un negacionismo más cínico: pone la palabra golpe y la retira, lo banaliza como si hubiera golpes buenos, y además lo dice con un tono de humor. El negacionismo neoliberal no hablaba de los desaparecidos sino de los vecinos, del perro de Macri sentado en el sillón de Rivadavia; operaba por sustracción. Hay otras operaciones, como en el enunciado los derechos humanos de los policías. Derechos humanos, un significante asociado con la lucha contra la dictadura militar y los juicios por delitos de lesa humanidad, es inscripto así en una cadena donde se vuelve compatible con seguridad. Es otro enunciado: derechos humanos es seguridad ciudadana. El policía pasa a ser alguien que va a garantizar tus derechos. Distinto del cinismo y del borramiento de la historia, en ese caso el negacionismo sustrae elementos y los articula con una narrativa del campo contrario. Hay una banalización de iconos históricos que son desgajados de sus procesos sociales y reinscriptos en cualquier otra cadena, como un pastiche. No sucede solo en Argentina. En Italia, cuando Giorgia Meloni dice que los partidos de derecha condenan excesos de los fascismos como las leyes antijudías uno lo puede entender como pragmatismo y aggiornamiento del discurso para quitarle sus elementos más irritantes. Lo que queda es el enunciado de que, aunque se le fue la mano con las leyes antijudías, Mussolini quería el bien de Italia. El discurso negacionista opera así por disociación o fragmentación de elementos en la interpretación del pasado, banalizando el elemento del mal, por ejemplo cuando se habla de mi golpe preferido.
-Mauricio Macri volvió a hablar de el curro de los derechos humanos e insistió en la referencia de que los problemas de la Argentina comenzaron hace setenta años, es decir con el peronismo. ¿Qué efectos políticos tienen estas declaraciones?
-Durante la campaña electoral y apenas asumió el gobierno en 2015, el macrismo tenía un discurso reactivo ante los derechos humanos pero paulatinamente cambió de estrategia y lo fue resignificando de modo de asociarlo con una agenda internacional. En términos de esa agenda, los derechos humanos son la lucha contra el terrorismo y mutatis mutandis ¿quiénes son terroristas en Argentina? Los mapuches. En 2016 un dirigente de Cambiemos tuiteó ¿Dónde estás Patoruzú? Y contrapuso al buen nativo tehuelche, argentino, sumiso y trabajador, a los nuevos pueblos originarios, entrenados en La Matanza, desacatados y vagos. Tal vez entonces tenía menos visibilidad o prendía menos porque en ese momento primaba el negacionismo deshistorizante. Pero el negacionismo funciona como una constelación, activando distintas estrategias, las más cínicas, las parcializadoras, las que banalizan, las explícitas. Ayer pasé por la Escuela Normal número 7 (en CABA) y había un mural por verdad y justicia en el que estaban tachados los pañuelos y donde decía 30 mil y con la misma tinta habían puesto Milei.
-¿Cómo analizás el discurso de Milei?
-Milei representa otra estrategia, más afirmativa. Obvio que hay elementos de negacionismo y abierta mentira en su discurso, pero Milei dice que hay que hacer una historia del capitalismo y reivindicarlo. Marcos Peña y Alejandro Rozitchner eran adalides del sesgo anti-intelectual del nuevo neoliberalismo: patologizaban la memoria, porque según dijo Peña en un coloquio de Idea vivir obsesionado con el pasado es una enfermedad nacional, no pasa en otros países. Esa patologizacion formaba parte de una estrategia de borramiento de la historia: el pasado es tóxico, está lleno de muertos, decían. Frente a eso, en una charla TED, Milei propone una historia de amor entre el capitalismo y la libertad, se remonta al principio de la modernidad y hace un punteo de las instituciones fundamentales que son la división del trabajo, la libertad del mercado sin intervención estatal, la propiedad privada y la cooperación. Milei es la antítesis de ese modelo de deshistorización y también del negacionismo más explícito porque pone los elementos con los que quiere contar la historia del capitalismo, que describe como una historia moral y de superioridad ética y estética. Ahora, el icono de su campaña es el león, un león dorado, que no tiene nada de moderno ni de industrioso o cooperativo. El león representa los valores de Milei, y ahí está el otro nivel en el que opera, que es falso. El nivel de ideología con el que se maneja es la doctrina pura y dura del capitalismo y sin embargo gran parte de su efectividad no la tiene por nada de eso sino por la imagen del león. El león es potente, y Milei en su charla TED ruge. Me pregunto si no hay una afirmación distópica, antes que negacionista, de elementos propios y que no se dedica todo el tiempo a resignificar los elementos de la historia. Aunque a veces lo hace, por ejemplo cuando reivindica a Martínez de Hoz disociando su política económica del contexto que hizo posible su implementación.
-El negacionismo en relación a los mapuches aparece vinculada a una cuestión económica, por la propiedad de tierras en Mendoza y en Río Negro. ¿Esa es la razón última, para el caso?
-Ahí vemos cómo opera la historia nacional de larga data. ¿Por qué no es un problema la usurpación de tierras cuando la hace Joe Lewis? Porque se supone que es parte del capital transnacional que invierte y produce, a diferencia de los pueblos indígenas. Es civilización y barbarie. Por supuesto, se está discutiendo una base material, no solo ideológica. La conquista del desierto fue una ocupación de tierras pero fue buena, porque supuestamente ocupó un desierto improductivo. Es el mismo argumento que justifica a Lewis como dueño de Lago Escondido e inversor en un proyecto hotelero que ni siquiera llegó a concretar.
-¿Cómo analizás la base social del negacionismo?
-Así como hay una constelación de estrategias negacionistas hay una constelación de motivos subjetivos para adherir. Una salida subjetiva de la crisis pospandemia era decir no hay más historia. En entrevistas para trabajos de investigación aparecía la idea de conectarse con las pequeñas cosas: el mail de la escuela, las mascotas, la clase de yoga, hacer tortas y poner las fotos en Instagram. A nivel político esa salida es una herencia del macrismo y a nivel objetivo proviene de una situación en la que una cantidad de gente enorme siente que tiene poca capacidad de incidir en nada y entonces se retira a la interioridad. Creo que eso está mutando hacia otras dos salidas de la crisis. Una tiene un diagnóstico por el cual en Argentina vivimos un proceso de decadencia desde el populismo. Hay que educar, entonces, y educar quiere decir redisciplinar el trabajo porque hay pobres buenos que ocupan su lugar y pobres que piden planes sociales y hacen marchas. Ese discurso tiene una imagen de futuro deseado que es la reposición de un pasado de orden y de jerarquías que ha sido vulnerado por las políticas de derechos. La otra salida, más catastrofista y apocalíptica, es la que explota Milei: un discurso de la reapropiación de la potencia del individuo que supuestamente el Estado le ha arrebatado. Ese discurso no es conservador ni reaccionario sino reactivo, apunta a la revuelta y antes que orden promete una suerte de caos necesario. Este perfil puede prender con ciertas formas más cínicas del negacionismo mientras el otro se asocia con formas más clásicas como la interpretación del pasado nacional en términos de civilización y barbarie sustrayendo los elementos incómodos, como los golpes de Estado. El discurso de Milei activa más pulsiones paranoicas: hay alguien que es causante del mal y ese mal es un mal absoluto, al Estado hay que destruirlo. Como en las películas distópicas, el poder está en todas partes pero no se sabe quién es, y tiene una gran capacidad de conspiración y de elucubración. Es como el judío para los nazis.
-¿La situación económica es un contexto favorable para el negacionismo? ¿El año electoral puede incentivar el fenómeno?
-Vivimos en un capitalismo expulsivo. ¿Qué va a pasar con las masas expulsadas del sistema productivo? ¿Qué va a pasar con el crecimiento de la brecha entre ricos y pobres? ¿Qué respuesta pueden dar los sistemas democráticos a esas tendencias? Las izquierdas europeas, en general, fueron las que implementaron los planes de ajuste. Hay causas políticas también. Uno puede hablar de Macri, de Milei, pero muchas de estas tendencias y modos de salir de la crisis son transversales. ¿Cuánto se va a agravar la situación? Hay una penetración de un tipo de salidas de la crisis que no pueden llevar a nada bueno. Más allá de que se aplique con los temas históricos de los derechos humanos, se extiende hacia todas las fuerzas vulnerables, como una denostación de lo que se percibe socialmente como débil. Y eso es transversal. Lo que le hace fuerza en contra son las capacidades asociativas de la gente. Las redes asociativas, de solidaridad y de trabajo conjunto son lo que verdaderamente complota contra el deseo de aniquilamiento del otro o de disgregación social, en el sentido de cada uno en su casa con su torta y su mascota. Y en la vida cotidiana hay mucha más asociación de la que se puede reconocer. Tal vez haya ahí un campo sobre el que trabajar, porque eso tiene que llegar a la conciencia. Las redes de solidaridad efectivamente existentes que sostienen la vida de una persona tienen que entrar en contradicción con la creencia de la misma persona respecto a que el otro le va a querer robar. Pero hoy predominan mecanismos defensivos y me parece que se van a acelerar con la campaña electoral.