Volver, en nombre de la democracia
No había perdido una ni dos sino tres veces en su intento por llegar a la presidencia, pero nunca se dio por vencido. Las derrotas de 1989, frente a Fernando Collor de Mello, y las de 1994 y 1998, ante Fernando Henrique Cardoso, tuvieron condimentos y márgenes muy diferentes, pero él siguió empecinado en su batalla por llegar al Palacio del Planalto.
Hace ya 20 años, en el último domingo de octubre de 2002, y en el cuarto intento por alcanzar la presidencia del país más poblado, extenso e influyente de Latinoamérica, el ex tornero mecánico y líder sindical nacido en un pequeño pueblo de Pernambuco coronaba por fin su sueño. Su victoria por paliza en balotaje, con más del 60 por ciento de los votos, fue el mejor regalo de su cumpleaños número 57.
Por primera vez llegaba al sillón más alto e importante de los despachos oficiales en Brasilia un representante del país más profundo y menos elitista. Luiz Inácio Lula da Silva inauguraba con esa victoria un período de 13 años y medio en el poder del Partido de los Trabajadores. Y es que a ese triunfo de hace dos décadas atrás Lula sumaría su reelección en 2006, otra vez por amplísimo margen en balotaje, y su segundo mandato desde 2007.
A esos ocho años, en los que consolidó como presidente un liderazgo no sólo a nivel local, sino también internacional, con programas sociales como el Hambre Cero y Bolsa Familia que sacaron a decenas de millones de brasileños de la pobreza, sumó luego su papel decisivo en la llegada de la primera mujer presidenta en Brasil: Dilma Rousseff.
Golpe a golpe
Tras la ajustada reelección de esta presidenta en 2014, el clima político se tensó cada vez más en diferentes frentes. El impeachment y la consiguiente destitución de Dilma, a mediados de 2016, anticipó en el Congreso las grotescas escenas que se potenciarían en los años siguientes de la mano de algunos personajes. Uno de ellos era Jair Messias Bolsonaro, quien dedicó su voto para derrocar a la mandataria al militar que la había torturado cuando era una joven activista de izquierda que combatía a la dictadura.
Con el tiempo, la caída de Rousseff que en su momento muchos medios de allá y acá cronicaban como una respuesta legal ejemplar a desmanejos de dineros públicos y corrupción, adquirió la silueta indisimulable de un golpe institucional.
Idéntica mutación registró la imagen y valoración de la tarea del entonces juez y ahora senador electo Sérgio Moro, publicitado como adalid de transparencia y héroe de la Operación anticorrupción Lava Jato.
La selectividad y obsesión con que el hoy ex magistrado operó para que Lula no pudiera intervenir y salvar de la caída a Dilma, ni ser candidato presidencial en 2018, o para que fuera ingresado en la prisión de Curitiba en la que pasó 580 días, fue descripta por algunos comunicadores vernáculos como el camino a seguir para limpiar la política. La rápida aceptación que Moro hizo del cargo de ministro de Justicia y Seguridad que le ofreció Bolsonaro, principal beneficiario de la proscripción de Lula, convirtió a la prístina pintura del juez/justiciero en una caricatura dibujada con trazos marcados de Lawfare.
Podría pensarse que todo este cuadro de peligrosas alianzas y estrategias o conspiraciones ya es parte del pasado. Pero los resultados apretados de la segunda vuelta presidencial del 30 de octubre y la actitud asumida por actores principales y secundarios de la trama obligan a varias consideraciones.
Pasando en limpio
Lo primero que habría que dejar claro es que, aun por menos margen de lo esperado y con suspenso, Lula volvió a hacer historia y ganó un tercer mandato que empezará el primer día de 2023.
Como contracara, Bolsonaro se convirtió en el único mandatario de Brasil que no pudo lograr su reelección desde que entró en vigor la reforma constitucional de 1997, luego del regreso de la democracia, en 1985.
Por otro lado, la reconciliación entre Bolsonaro y Moro -tras el portazo y las denuncias de injerencia presidencial con que el ex juez renunció a su cargo de ministro- sólo tuvo un efecto parcial, que no le alcanzó al actual gobernante para torcer el veredicto de las urnas.
Para el ex magistrado quizá haya sido una apuesta para reposicionarse en la carrera de los presidenciables de 2026 frente a un electorado de derecha y extrema derecha que en las horas posteriores al escrutinio del balotaje dio muestra de su fuerza creciente y también de sus nulas convicciones democráticas y cero respeto por la voluntad popular.
Las 45 horas que Bolsonaro permaneció en un estruendoso silencio oficial después de que se consumara su derrota por 1,8 puntos porcentuales frente a Lula (50,90 a 49,10%) promovieron incertidumbre y alentaron a los seguidores del ex capitán del ejército a salir a las calles a gritar fraude o, peor aún, a pedir una intervención militar que impida que Lula reasuma el poder. Las masivas marchas frente a cuarteles parecieron retrasar los relojes del gigante de Sudamérica en casi seis décadas.
El no reconocimiento formal de la victoria del líder del PT pareció un calco del juego seguido en Estados Unidos por Donald Trump, cuando perdió en 2020 las elecciones frente a Joe Biden. Una similitud comprensible si se piensa que ambos dirigentes políticos comparten como asesor a un experto en posverdad, fake news y juegos sucios electorales como Steve Bannon.
Lo concreto es que Lula, con más de 60,3 millones de votos y algo más de dos millones por encima de su adversario, está de regreso.
Frente democrático
Su mensaje inmediatamente posterior al triunfo fue un cuidadoso inventario de prioridades, reconocimiento de nuevas dificultades que ahora emergen y renovación de la promesa que hizo cuando llegó al poder por primera vez, hace 20 años: que los millones de compatriotas suyos que padecen hambre puedan tener sus tres comidas al día.
Ahora el escenario político y económico que espera a Lula en Brasil se vislumbra mucho más complejo. Un país polarizado como nunca antes y un Congreso donde deberá tejer urgentes alianzas (para las que ya está trabajando) le demandarán aceitar esa muñeca de dirigente sindical que sabe cómo y con quién negociar.
La intuición y sensibilidad social lo volverán a conectar seguramente con muchos excluidos a los que las prebendas del gobierno saliente les hicieron traicionar fidelidades. El futuro gabinete habrá de tener figuras clave de otras fuerzas que sumaron su apoyo y sus voces de cara al round decisivo de la puja.
El lulismo como cabeza de un movimiento político pluripartidario en defensa de la democracia (según lo definió el propio Lula en sus últimos actos de campaña) deberá afianzarse y expandirse territorialmente y seducir a aquellos segmentos refractarios a las ideas y principios más ortodoxos del PT. El futuro gabinete habrá de tener figuras clave de otras fuerzas que sumaron su apoyo y sus voces de cara al round decisivo de la puja.
La insobornable adhesión del Nordeste brasileño a su hijo dilecto no puede ser siempre la garantía de una mayoría que hoy se ha puesto en disputa. Las huellas de dolor que significan 700 mil muertes en pandemia y los coletazos económicos por la guerra en Ucrania enmarcan el contexto.
Faltan poco menos de dos meses para una transición que quienes perdieron en Brasil no desean hacer apacible. El bolsonarismo da muestras de haber superado ya al propio personaje en torno al cual aglutinó su ideología intolerante y de extrema derecha. ¿Podrá Lula acotar su poder de daño en el Congreso y en algunas gobernaciones clave? ¿Logrará redireccionar los apoyos políticos del Centrâo sin tener que resignar a principios fundacionales del partido que gestó en 1980? ¿Hasta dónde deberá pactar una tregua con los sectores evangélicos que hasta ayer lo identificaban con el mismo diablo? El movimiento se demostrará andando.
Mientras, la región y el mundo esperan por la asunción y el regreso formal al Planalto del carismático líder y otrora abanderado de una izquierda a la que aggiornó muchas veces hasta tornarla opción real de poder. Tuvo que hacerlo hace 20 años y, quizá, mucho más ahora.
Lula, el resiliente, nunca se dio por vencido. No lo hizo ante las repetidas derrotas electorales, ni frente a las demonizaciones, el cáncer o la cárcel que padeció. Ahora prepara su vuelta al Planalto. Con 77 años recién cumplidos, jura estar mejor que nunca para seguir haciendo historia.