Series: ¿Cambió la forma de retratar a migrantes y refugiados?
El retrato del extranjero en la ficción en general ha tenido decenas de variantes y profundidades. En la cultura popular, y sobre todo en productos televisivos del siglo pasado, el estereotipo primó.
De la latina hot al musulmán terrorista pasando por el primo pobre del interior que no habla correctamente el español, la representación del migrante no forzado que arriba a una gran ciudad, fue - y aún es- desde el ridículo, y como recurso humorístico o depositario de la suma de todos los males. Esa otredad a la cual responsabilizar de lo que pasa.
Pero algo de esto cambió, por suerte, en las últimas épocas.
Más en serio se ha tomado el asunto de los desplazamientos forzados, la trata de personas, y otras circunstancias vinculadas a cuestiones políticas que llevan a las personas a cambiar de residencia.
También se registran otras ficciones que, de manera alegórica, refieren a estos otros y otras que optan o deben migrar. Tal vez el abordaje más interesante en el actual paisaje narrativo.
En ese contexto, hay un fenómeno relativamente actual no menor que tiene que ver con las condiciones de producción. Los cruces interculturales que surgen de las coproducciones hacen que esos estereotipos se conviertan en verdaderos clichés fuera de tiempo.
Sobran ejemplos de dramas de TV con elencos y equipos técnicos y guionistas de varios países, que dieron lugar a retratos más amables con las diferencias culturales, de la mano de la tan mentada globalización o transnacionalización de los contenidos, potenciado, por supuesto, por las ficciones de las nuevas plataformas de contenidos audiovisuales o las apuestas de grandes cadenas como HBO que realizan producciones originales en distintos países, incluidos los de Latinoamérica.
Por otro lado, las posibilidades de acceso que da la red, cambiaron las históricas condiciones de recepción. Hoy es posible ver historias contadas por los propios habitantes de cualquier país que nos es ajeno, sin pasar por el filtro desintegrador de identidades que supo ser el peor Hollywood.
En este panorama, las minorías étnicas - y dadas las condiciones amplias de circulación de los contenidos a lo largo y ancho del mundo- pueden ser mayorías en otro contexto y viceversa. Lo que da lugar a una paradoja que ha llevado también a un tratamiento más cuidadoso y respetuoso de ese otro u otra que aparece en la pantalla.
Si históricamente el inmigrante fue el encargado de las actividades delictivas, el hecho de que ya no sea la norma sin dudas esa nueva representación ayuda, lo dicen quienes estudian estas problemáticas, a reducir el prejuicio que supieron fomentar.
Otros aspectos se abren con la mítica llegada del forastero al pueblo chico, o su contracara: el arribo del chico de pueblo a la ciudad. Esta última variante la muestra la maravillosa Un Gallo Para Esculapio, la primera de las series que recomendamos ver y que pueden encontrar en la plataforma Sensa.
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Un gallo para Esculapio (Telefé). El primer capítulo de esta serie estrenada en el año 2017 retrata a la perfección la perplejidad de quien nunca estuvo en Buenos Aires y cae en el Conurbano bonaerense. Con dirección y guion de Bruno Stagnaro y los protagónicos de Luis Brandoni, Peter Lanzani y Luis Luque, la serie que emitió Telefé y que tuvo una segunda temporada, cuenta la historia de Nelson (Lanzani) quien llega desde Misiones para encontrarse con su hermano y entregarle un gallo de riña. El chico, humilde, no puede dar con el paradero de su hermano pero sí termina vinculándose con Chelo (Brandoni) el jefe de una banda de asaltantes y gallero. Y lo que comienza siendo un viaje desde la provincia del norte argentino al peligroso conurbano, termina transformándose en un viaje personal en la búsqueda del hermano desaparecido. El choque entre los mundos de estos personajes de orígenes tan distintos dan lugar a un drama familiar lleno de traiciones propias del mundo criminal.
En el camino del Nuevo Cine Argentino del que Stagnaro fue parte, Un Gallo gana en eficiencia narrativa con poderosas actuaciones, y sin dudas es verosímil en el retrato del chico recién llegado a la gran ciudad, y el trato que recibe por parte de los lugareños, entre condescendiente y protectivo.
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The Plot Against America (HBO). Con esta adaptación de la novela de 2004 de Philip Roth entramos en el terreno de las alegorías distópicas, un recurso habitual de los últimos años en los que la ficción se espanta del presente, apelando a grandes obras literarias para reflexionar sobre los riesgos el avance de las ultraderechas o populismos estilo Trump en el mundo.
Los otros y otras, en este caso, ya están establecidos en sus comunidades. Los creadores de The Wire, David Simon y Ed Burns, toman la obra de Roth -de inspiración biográfica- que plantea una historia alternativa en la que el aviador Charles Lindbergh es elegido Presidente de los EE. UU. en 1940 que luego negocia un acuerdo con Hitler llevando la escalada antisemita que se planteaba en su plataforma a un nivel insoportable. A través de una familia judía vemos la destrucción del núcleo seguro que imaginaban era la cuadra de su barrio.
El odio diseminado, así, evoca los discursos del actual presidente de los Estados Unidos contra las minorías, ya sean las que intentaron o intentan cruzar la frontera o las que descienden y son segunda, tercera o cuarta generación de inmigrantes.
Como en El Cuento de la Criada, la realidad imita a la ficción. Y es terrorífica. Quiénes son los verdaderos estadounidenses es una pregunta que sirve de excusa para el desastre de la historia y de lo que sucede hoy en algunos países del mundo con la xenofobia y discriminación.
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Watchmen (HBO). Esta serie de HBO es otra profunda reflexión sobre la concepción de la identidad propia de un país que dispara contra el otro, el distinto, el que no es un real american, por sus orígenes étnicos o raciales, que como TPAA plantea una realidad alternativa y presenta esos hechos como una alegoría anti Trump, con el racismo latente en primer plano, tanto en lo simbólico como en lo real dentro de la ficción.
El registro es completamente distinto: Watchmen es una remix de la novela gráfica de Alan Moore, que utiliza la batería de recursos de las historias de superhéroes para abordar temas sociopolíticos y filosóficos de maneras por momentos grandilocuentes e inverosímiles, pero que abren preguntas sobre las políticas de seguridad, la división de clases, la geopolítica y, por supuesto, la discriminación por cuestiones raciales.
Es la favorita de los Emmys, los premios a lo mejor de la televisión de EEUU, tal vez porque nunca abandona su propósito de entretener, aunque las meditaciones que atraviesan los capítulos sobre las heridas que aún sangran, y atraviesan generaciones, del período esclavista y de segregación se plasman en un capítulo en particular que es una pequeña joya de la TV.
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Westworld (HBO). La amenaza de la invasión y el abuso de poder de los más ricos por sobre unos androides esclavos son un par de las muchísimas claves de lectura de esta serie de 2016 creada por Jonathan Nolan y Lisa Joy emitida desde 2016 y con tres temporadas emitidas.
Remake de una película de los 70, Westworld es un Disneylandia para adultos donde los robots tienen apariencia humana, y la aventura consiste en que el 1% haga catarsis de sus frustraciones sin ningún tipo de límite moral, ético o humano. Hasta que los androides cobran conciencia y, por lo tanto, voluntad. Así comienza la lucha, y la revolución.
Otra clave de lectura de Westworld es la colonial. Así como tantos países fueron y son el patio trasero de las principales potencias, donde el poder del dinero subyuga a los habitantes. Pero la serie no deja de ser una de acción, con un presupuesto millonario que hace que la experiencia de visualización sea adrenalínica y emocionante, cuestionando, por supuesto, los límites del desarrollo tecnológico y su avance sobre las vidas de las personas.
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Years and Years (HBO). La crisis migratoria, los refugiados y los ilegales es uno de los tópicos potentes de esta serie de 2019 que no recurre a símbolos para dar cuenta de un futuro pesadillesco que ya está acá. El colapso es económico -hay un Corralito-, sanitario, ambiental, político -con el avance de una populista de derecha que evoca a varios líderes contemporáneos- y también migratorio, arropado por avances tecnológicos cada vez más invasivos.
Vemos esto a lo largo de 15 años en la vida de la familia Lyon. Y en lo que tiene que ver con la crisis migratoria, tomada de los diarios, se cuenta a través de la historia de amor entre uno de los hermanos Lyon con un ucraniano que tuvo que huir de su país y que trabaja de manera ilegal en construcción.
Así, se convierten en víctimas de las políticas que ponen al límite el destino de la pareja con un desenlace trágico que fue el de tantos que intentaron reubicarse en países europeos huyendo de sus lugares de origen. La xenofobia institucionalizada, hecha ley, se legitima a través de un discurso que ve a aquellos que llegan como una amenaza para sus trabajos, seguridad y vida cotidiana. El éxodo sin fin de aquellos que ya no pueden volver a su lugar de origen y que no son recibidos por nadie, se plasma en Years and Years de manera desesperante.
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Fronteras al límite (TVE). Esta producción de la Televisión Española (TVE) es una serie de TV documental que se mete con las fronteras y aduanas más peligrosas del mundo. Un equipo de periodistas pone el cuerpo para contar los hechos desde donde ocurren las cosas. Si el realismo de ciertas ficciones coloca al espectador en una situación incómoda, este programa tiene la virtud de no exagerar en su retrato de lo que sucede, por ejemplo, en la denominada frontera entre Ecuador y Perú, la del combustible; y así y todo dar cuenta de situaciones que parecen de película (o serie)
El tráfico de droga, mercaderías, personas y armas sale de ese lugar barroso de quienes aún se muestran incrédulos con la complicidad y la ingeniería puesta al servicio del delito.
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