20 años del 11-S

Seguridad y garantías quedaron en el aire

Los atentados de 2001 reformularon las medidas de control en aeropuertos y derivaron en restricciones a libertades individuales no sólo en Estados Unidos. Las oscura trama de la “Guerra contra Terrorismo” que reveló Wikileaks. Por Marcelo Taborda
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08-09-2021
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La imagen de un avión incrustándose a las 9.03 de la mañana contra la Torre Gemela Sur, transmitida en vivo y en directo por las cadenas de TV mientras intentaban explicar qué había ocurrido 17 minutos antes con la Norte, marcaba el principio del fin no sólo de las icónicas Torres Gemelas, cuyas siluetas dominaban cada postal neoyorquina. Aquel 11 de septiembre de 2001, dentro o a miles de kilómetros de la Gran Manzana, la Humanidad imaginó que el mundo ya no sería igual en más de un sentido.

Dos décadas después del peor ataque terrorista en territorio continental estadounidense, perpetrado tras el secuestro de cuatro aviones comerciales, los daños colaterales y las esquirlas del 11-S todavía suman víctimas y tienen impacto a escala global. La interminable y oscura “Guerra contra el Terrorismo” que inauguró como represalia George W. Bush -y siguieron a su modo sus sucesores- incluyó bombardeos e invasiones y también medidas cotidianas que recortaron derechos o impusieron restricciones en aras de la seguridad.

Vuelos blindados. Las terminales aéreas de todas partes reforzaron  controles e impusieron nuevos hábitos para los pasajeros antes de ingresar a salas de embarque. A los detectores de metales (empleados por primera vez en los años '70) y los escáneres para controlar equipajes de mano, se sumaron escaneos corporales o máquinas de rayos X que dejaron de ser excepcionales cuando las sospechas se convirtieron en regla.

Algunas compañías sumaron horas de antelación y espera como exigencia para viajeros de vuelos internacionales, que se acentuaron cuando el destino era alguna ciudad estadounidense. Quitarse el cinto o el calzado para colocarlo en las bandejas donde también se controlan llaves, relojes, alhajas, celulares o notebooks se volvió con el tiempo “natural”. No tanto el evitar dejar elementos cortantes, líquidos o cremas en bolsos de mano que son requisados. Encendedores, cortauñas, o hasta una pasta de dientes en envase grande deben despacharse en bodega si no se quiere correr riesgos de confiscación.

Muchas empresas acorazaron las cabinas de sus pilotos para evitar ser asaltadas en pleno vuelo y en los primeros tiempos posteriores al 11-S hasta se dispusieron agentes de seguridad mezclados con los pasajeros, como en tantas ficciones a las que la realidad superó aquel septiembre.

Marcados. En tierra, en tanto, llegaron nuevas medidas y exigencias para expedir visados y pasaportes, con indicadores biométricos y bases de datos cuya alimentación no estuvo exenta de polémicas. La nueva era sumó paranoia, la desconfianza y el miedo alimentaron los prejuicios, y la islamofobia se descargó en migrantes o extranjeros con determinados idiomas, religión, apellidos, vestimenta o mera apariencia.

Si la Patriot Act o Ley Patriótica, restringió libertades dentro de Estados Unidos, puertas afuera de ese país se sumaron injerencias e ilegalidades. El espionaje masivo y sin fronteras ni rangos, las operaciones encubiertas, los vuelos secretos de la CIA, o el limbo jurídico de detenciones de sospechosos que se parecieron mucho a secuestros, contaron con la venia de la Casa Blanca y el Congreso y el aval o el silencio cómplice de muchos otros gobiernos.

WikiLeaks. Buena parte de la trama oculta de la Guerra contra el Terrorismo que sobrevino al 11-S se conoció gracias a las revelaciones de WikiLeaks, el sitio web de filtraciones que el australiano Julian Assange fundó en 2006. Cuatro años después, desde esa plataforma se difundieron crímenes cometidos en las ofensivas militares lanzadas por Estados Unidos en Afganistán e Irak o la prisión de Guantánamo, y al año siguiente saltó el escándalo de los sistemas de vigilancia masiva, cuyas implicancias internacionales confirmaría más tarde el ex empleado de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) Edward Snowden, asilado hoy en Moscú.

Mientras, Assange, quien pasó casi siete años refugiado en la Embajada de Ecuador en Londres y fue arrestado en abril de 2019, cuando Lenín Moreno le quitó la protección que le había brindado Rafael Correa, ha permanecido preso en la capital británica, donde pugna por evitar su extradición a Estados Unidos y una posible condena a 175 años de cárcel. Periodista o hacker, espía o héroe, Assange y su WikiLeaks son dos nombres propios ya incorporados a este atribulado inicio del siglo 21. 

 

Crédito fotográfico a Cherie A. Thurlby for DoD, Dominio Público, vía Wikimedia Commons