Putin, Ucrania y la escalada de una guerra con final impredecible
La expansión de la Otan hacia el Este y una eventual incorporación de Kiev a esa alianza militar fueron parte de las razones esgrimidas por el presidente ruso para justificar ataques preventivos en suelo de otro Estado soberano. Más de un millón y medio de desplazados abren otra crisis humanitaria en suelo europeo.
Cuando entre la noche del 23 y la madrugada del 24 de febrero pasados Vladimir Putin anunció que había ordenado el inicio de operaciones militares especiales en territorio de Ucrania una mezcla espesa de sorpresa, miedo, incertidumbre y desazón se esparció no sólo por ese país, sino por buena parte de Europa y el mundo entero.
El presidente de Rusia transformaba lo que hasta entonces parecía una simbólica demostración de fuerza en la frontera, acompañada de profusa retórica prebélica, en una acción directa y concreta sobre su vecino. La temida línea roja había sido cruzada. Y aunque Putin hablaba de acciones contra objetivos militares y negaba que lo que se iniciaba era una invasión, las postales de guerra de las horas y días siguientes en Ucrania comenzaron a contradecir los discursos del jefe del Kremlin.
Entre las justificaciones iniciales que Putin esgrimió al lanzar sus ataques estaba la protección de los ciudadanos rusos y ucranianos rusohablantes de Donetsk y Lugansk, ubicadas en la frontera oriental ucraniana conocida como el Donbás, y a las que el gobierno de Moscú reconoció el 21 de febrero su autoproclamada independencia como repúblicas populares.
En los hechos, la secesión de Donetsk y Lugansk comenzó a materializarse en 2014, cuando ambas provincias llevaron la cuestión a referéndum con la venia del Kremlin. En este caso, la votación mayoritaria fue por la autodeterminación y no por la anexión a Rusia como determinó el resultado de la consulta que ese mismo año se realizó en Crimea y marcó el regreso de la península a los dominios del gigante euroasiático.
Referendos, consultas y anexión fueron rechazados por las autoridades de Kiev surgidas tras las revueltas del Euromaidán, repetidas manifestaciones que llenaron la plaza más emblemática de la capital ucraniana desde noviembre de 2013. Las marchas, aupadas desde Estados Unidos y varias capitales europeas, fueron una suerte de continuidad de lo que una década antes había sido la Revolución Naranja y acabaron con enfrentamientos que dejaron cerca de 200 muertos y tumbaron del poder al presidente pro-ruso Viktor Yanukovich. A este último se le reprochaba, entre otras cosas, haber frenado los planes de incorporación de Ucrania a la Unión Europea.
Enfrentados
El giro político en Kiev y el centro y oeste ucranianos exacerbó en algunos sectores un sentimiento anti-ruso que se potenció con una guerra en el Donbás que se cobró 14 mil vidas y a la que los acuerdos celebrados en Minsk en 2014 y 2015 dejaron con muchas cuentas pendientes.
Ocho años después, los actores enfrentados reavivaron el conflicto. Putin, quien en su momento negó que su país hubiera enviado soldados o paramilitares a combatir en Donetsk y Lugansk, sostiene que su actual ofensiva busca desmilitarizar y desnazificar a Ucrania y apoya su narrativa en la existencia de grupos ultranacionalistas que durante el Euromaidán y en la guerra del Donbás exhibieron su extremismo de derecha. El presidente ucraniano, Volodimir Zelensky, replica a su par ruso alegando sus orígenes judíos y endilga a Putin una vocación imperialista que no se detendría en Ucrania si su país cae.
A esta altura del cruce dialéctico entre ambos mandatarios a nadie en el mundo escapaba que Ucrania se convertía en el teatro de operaciones de un conflicto en el que la disputa de fondo tiene que ver con el diseño y las piezas del nuevo tablero geopolítico global. Y allí emergen como otros actores centrales Estados Unidos y sus socios de la Organización del Tratado del Atlántico Norte.
La ampliación hacia el Este de la Alianza Atlántica y su inserción en países que fueron miembros del ya extinto Pacto de Varsovia, antes de que a fines de 1991 implosionara la Unión Soviética, generó tensiones con Moscú que se agudizaron en estas semanas. El Kremlin alega que la OTAN busca incorporar a Ucrania como un miembro más y plantar su influencia y ojivas nucleares a minutos de distancia de Moscú. Desde Washington, Berlín o Bruselas replican que las supuestas razones de seguridad esgrimidas por Rusia sólo han servido para justificar su intervención o injerencia en países que hasta inicios de los '90 estuvieron bajo la órbita soviética, como Georgia o Moldavia.
Eufemismos y dobles varas
El cruce de imputaciones desnuda dobles varas e incoherencias a diestra y siniestra. Las potencias occidentales que fustigan el reconocimiento ruso a Donetsk y Lugansk soslayan la proclamación relámpago de un Kosovo independiente de Serbia y los daños colaterales con que se intentaban minimizar las bajas civiles causadas por los ataques aliados en la Yugoslavia que se desmembró durante la última década del siglo pasado.
Aquella fue la primera conflagración que desangró a parte de Europa después de la Segunda Guerra Mundial. La que acaba de iniciarse con los ataques ordenados por Putin es la primera de esta magnitud en el atribulado siglo 21.
Los argumentos de legítima defensa que repite el gobernante ruso o sus promesas de ataques quirúrgicos se desvanecen con cada edificio civil impactado por misiles o cada familia forzada a un éxodo que ya afectó a más de un millón y medio de ucranianos.
La ofensiva lanzada por el Kremlin con la lógica de guerra preventiva trae a la memoria otros eufemismos bélicos, como los usados por Estados Unidos para bombardear, invadir y ocupar Irak en 2003. La explícita intención de apartar del poder a Zelensky remite a tantas intervenciones e injerencias de los protagonistas de una Guerra Fría que se creía enterrada.
El ex espía y el comediante
Mientras, el exactor cómico que llegó a la presidencia de Ucrania satirizando a la clase política declama un día que la OTAN y Europa dejaron a su país librado a su suerte y al siguiente agradece una nueva promesa de incorporación a la UE. Y cuando sus enviados se sientan a la mesa de negociación en Bielorrusia los anuncios de ayuda militar de Occidente retemplan sus llamados a la población a resistir como sea la invasión. Una apelación al heroísmo según algunos, o una irresponsable condena al martirio, según otros.
Mientras, el ex KGB que ha regido los destinos de Rusia en lo que va de esta centuria redobla la apuesta y advierte que una intervención directa de la Otan dará paso a la Tercera Guerra Mundial y, según su canciller Sergei Lavrov, esta sería una guerra nuclear. Por ahora, sin embargo, el conflicto amenaza con derivar en una guerra de guerrillas.
Preocupaciones y condenas
Días atrás, el sociólogo y analista portugués Boaventura de Sousa Santos escribía en un medio español: Putin debería tener en cuenta la experiencia de Estados Unidos en Vietnam. El ejército regular de un invasor, por poderoso que sea, acabaría siendo derrotado si el pueblo en armas se moviliza contra él. Todo esto augura pérdidas incalculables de vidas humanas inocentes.
Por su lado, el juez español Baltasar Garzón recordó que la Corte Penal Internacional tiene competencia en Ucrania y se pronunció a favor de que se investigue si se están cometiendo crímenes que corresponda juzgar en ese tribunal, según el Estatuto de Roma. Claro que el propio magistrado comprobó lo utópico que es tratar de sentar en ese banquillo a determinados personajes, como cuando él lo intentó en vano con el trío de las Azores, que integraron George W. Bush, Tony Blair y José María Aznar. Ellos fueron los artífices de una invasión fundada en pruebas falsas que dejó cientos de miles de muertos en suelo iraquí y sus alrededores.
Así como condenamos otras intervenciones como la invasión de Irak o Afganistán de parte de Estados Unidos, en este caso hay que condenar claramente este hecho de guerra, expresó en diálogo con Redacción MAYO Juan Vagni, doctor en Relaciones Internacionales. (Ver entrevista).
Esperanzas e incógnitas
Casi dos semanas después del inicio de los bombardeos sobre Ucrania nadie se anima a vaticinar con certeza cuándo ni cómo acabará esta nueva guerra.
Con el mundo en vilo por un conflicto al que sobrevendrá otra crisis humanitaria sin que se haya dejado atrás del todo la pandemia, hay actores de fuste que miden sus pasos sin estridencia.
Las abstenciones de China en votaciones de la ONU de condena a Rusia no implican en modo alguno una grieta en la alianza estratégica entre Beijing y Moscú. La disputa entre China y Estados Unidos no es ajena a la resolución de este conflicto, le dijo a Redacción MAYO Federico Trebucq, director de la Especialización en Negocios Internacionales de la Universidad Siglo 21.
Las sanciones impuestas a Rusia y el primer impacto en el precio del crudo, las commodities agrícolas, la inflación y otras aristas que auguran inestabilidad ante una eventual prolongación del conflicto, pasan a segundo plano cuando uno se detiene ante el drama de quienes pugnan por escapar de las bombas. Las imágenes y gestos de solidaridad con los flamantes refugiados que llegan a Polonia, Hungría y otras naciones afortunadamente contrastan con el desdén padecido en esos países por quienes huían de otros conflictos devastadores en Medio Oriente.
Medios, verdades y propaganda
Algunos medios intentaron explicar esa solidaridad selectiva en las diferencias de civilización entre un ucraniano y/o europeo y un migrante africano o del mundo árabe. A este despropósito deben sumarse las noticias tendenciosas y las fake news que se dispararon desde los distintos bandos en cadenas oficiales, privadas o redes sociales.
Y es que en toda guerra la verdad suele ser la primera víctima. Los medios hace tiempo son instrumentos de poder. Crean discursos performativos y realidades ciertas para determinados intereses, le dijo a Redacción MAYO Enrique Shaw, director del Doctorado en Estudios Internacionales del Centro de Estudios Avanzados de la Universidad Nacional de Córdoba (Ver entrevista).
Tal vez las previsiones de un conflicto prolongado y cruento que este fin de semana deslizó el presidente francés, Emmanuel Macron, sean rebatidas en los hechos, como ocurrió con el anunciado encuentro entre Putin y su colega estadounidense, Joe Biden, por el que el gobernante galo medió en vano.