El 17 de diciembre de 2020 el presidente Laurentino Cortizo Cohen recibió un cheque por valor de 1.824,12 millones de dólares, correspondiente a los excedentes financieros y otros ingresos que el Canal de Panamá reportó al Tesoro Nacional de ese país por la “vigencia fiscal” comprendida entre el 1° de octubre de 2019 y el 30 de septiembre del año pasado.
La Autoridad del Canal de Panamá (ACP) tiene una autonomía dentro de la estructura del Estado que se mantiene desde que el país estableció completo control sobre la vía interoceánica, el último día de diciembre de 1999. Esta Autoridad prevé para el presente año fiscal ingresos por 3.308,9 millones de dólares, un 3,4 por ciento menos que lo cifrado para 2020. De ello se desprende que el próximo aporte al Fisco, que se entregará con cheque en mano al presidente panameño, será de 1.760,3 millones de dólares, o un 3,5 por ciento menos que el año anterior.
Más allá del impacto de una pandemia que ya ha provocado más de cuatro millones de muertes en el planeta y aún genera interrogantes sobre cómo será el mundo de la “nueva normalidad”, distintos analistas estiman que el canal seguirá aportando dentro de un promedio del seis por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) y al menos un 20 por ciento de los ingresos del Estado panameño.
Según un informe de la BBC, en las últimas dos décadas el Fisco de Panamá recibió más de 16.800 millones de dólares como ganancias del canal, por el que pasa cada año un seis por ciento del comercio global. Durante 2019, cuando el Coronavirus aún no se había convertido en tragedia planetaria, circularon por el istmo panameño más de 450 millones de toneladas de carga, que reportaron un ingreso anual de 3.365 millones de dólares, la cifra más alta desde que el “puente del mundo” se inauguró.
La propia Constitución panameña determina que la empresa pública y autárquica que constituye la ACP debe entregar a las arcas del Estado sus excedentes económicos luego de cubrir costos de operación, inversión, financiamiento, mantenimiento, indemnización, ampliación y las reservas necesarias para contingencias previstas de acuerdo a la ley. Precisamente las ampliaciones y mejoras han permitido que en los últimos años atraviesen el país de un océano a otro entre 13 mil y 14 mil embarcaciones. Y -aunque no hay cifra exacta relevada- se estima que ya han surcado un millón de barcos el canal, desde que se inauguró el 15 de agosto de 1914.
Un paso estratégico
La historia del canal se entrelaza desde mucho antes con esta nación, cuyo destino también parece indisolublemente atado a esta obra que avizoró e inició pero no pudo concluir el diplomático y empresario francés Ferdinand de Lesseps.
Fue el Vasco Núñez de Balboa quien cruzó el istmo en 1513, cuando la idea de un camino entre mares era poco más que una utopía. Once años después se atribuye a Hernán Cortés el haber escrito a Carlos V que la unión del Océano Atlántico con el Mar del Sur valía más que su “conquista” de México.
Tras la emancipación de los españoles e integrados como parte de la Nueva Granada que antecedió a la Colombia actual, los panameños mantuvieron un interés del que hasta el propio libertador Simón Bolívar se hizo eco, cuando propició la búsqueda de la ruta más práctica para la construcción de un canal.
Sin embargo serían los norteamericanos, en su afán por unir las costas de su país, a las que sumaban territorios arrebatados a México, los que dieron los primeros pasos concretos para convertir al istmo en un puente seguro. La tentación del oro en California obró como disparador definitivo, primero de un ferrocarril y luego de un canal navegable en función de los intereses de Estados Unidos.
El siglo XIX ya había entrado en sus últimos lustros y Lesseps ganado celebridad y fondos a partir de la exitosa construcción del Canal de Suez, cuyo proyecto y estrategia quiso repetir en un terreno y con un clima que en nada se parecían al de la antigua ruta de los faraones.
Fracasado el proyecto del francés de un canal sin esclusas y canceladas en 1889 las obras faraónicas emprendidas en la selva panameña, Estados Unidos vio la ocasión propicia para ejecutar su propio plan. Desde el Norte se fomentó la separación de Panamá de lo que a esa altura eran los Estados Unidos de Colombia y la independencia formal llegó en 1903. Sólo 15 días más tarde, el flamante Estado y su par norteamericano firmaban el tratado sobre el emprendimiento que tardó una década en erigirse.
Extranjeros en su país
Una franja del territorio panameño, a la que se llamó “Zona del canal” fue enajenada y quedó bajo control y autoridad estadounidense.
Las relaciones entre ambos países atravesaron épocas cambiantes y tuvieron numerosos incidentes; como el de la “Tajada de sandía”, donde un estadounidense ebrio estuvo a punto de desencadenar un conflicto bélico en el istmo, tras una discusión por una deuda de 10 centavos.
Durante el siglo 20 hubo entredichos y acusaciones cruzadas que, en algunos casos, derivaron en modificaciones al tratado originario. Los años 1947, 1959 y 1964 acentuaron tensiones. En este último caso, con más virulencia, tanto diplomática como en las calles de la capital, donde jóvenes panameños quisieron hacer valer su derecho de izar la bandera de su país en su propia tierra y fueron reprimidos.
“En 1964 se siembra la semilla que dará frutos con el tratado que en septiembre de 1977 sellaron los presidentes Omar Torrijos y Jimmy Carter. Ese acuerdo derogó lo firmado en 1903 y dio pie a la recuperación de la soberanía sobre un territorio que era nuestro, pero al que no podíamos acceder como propio”, dice desde Ciudad de Panamá el periodista Fernando Fernández. “Imagínate que antes no podías ni entrar a comer un mango caído en esa Zona del Canal, que era tu propio territorio, porque se consideraba delito”, acota Fernando.
No se incluyó entre estas citas de incidentes bilaterales la invasión sangrienta que Estados Unidos perpetró en Panamá el 20 de diciembre de 1989, en tiempos en que Manuel Noriega gobernaba en el istmo. Razones ocultas, o no tanto, como el escándalo Irán-contras, precipitaron la acción armada en la que la potencia mundial estrenó con saña en barrios humildes como El Chorrillo su nuevo poderío bélico, ese que George Bush padre usaría un par de años más tarde contra Saddam Hussein en la Guerra del Golfo.
Está claro que es imposible escindir esa inadmisible injerencia de 1989 del clima que se vivía 12 años después de que el nacionalista Torrijos y el demócrata Carter firmaran el compromiso de devolución del canal para fines de 1999.
“Los soldados nunca quisieron entregar el canal; los políticos temían que este fuera volado... Y pese a que aquí no se ve a Estados Unidos como enemigo, hoy nosotros vivimos de la bonanza del canal y de todo lo que se mueve económicamente a su alrededor”, sentencia Fernández al comparar las ganancias actuales que reporta la vía interoceánica con las exiguas regalías que antes pagaba el gobernador designado por Washington.
La residencia de aquel gobernador se situaba en el emblemático Cerro Ancón, que también fue sede del Comando Sur de Estados Unidos. Ahora, en lo alto del cerro flamea una gigantesca bandera panameña y mucho más que un monumento evoca a la poetisa Amelia Denis de Icaza, quien a comienzos del siglo pasado dedicó a la emblemática colina versos que ahora son consignas que se enarbolan, en aras de la soberanía y la dignidad de un pueblo.