La causa Armenia: resiliencia, amor y memoria para superar la tragedia
Turquía no ha superado su pasado histórico y sigue viviendo una realidad basada en muchas mentiras. Aún hoy hay miedo de hablar de lo ocurrido. Estoy convencido de que llegará el día del reconocimiento del genocidio por parte de Turquía, y el espíritu turco, en vez de sentirse insultado, se sentirá libre de culpas para enfrentar el futuro de su país con dignidad y sin distinciones de razas y religiones. En voz clara, Juan Nourikhan, 87 años, dirigente de la comunidad armenia de Córdoba, lee las frases que él mismo escribió hace 15 años en respuesta al profesor turco Baskin Oran, quien había declarado al diario La Voz del Interior que lo ocurrido entre 1915 y 1923 no había sido un genocidio, sino una limpieza étnica.
Juan muestra una copia del escrito que lleva su firma y bajo la cual se detalla que es nieto de Ohannés -mártir- e hijo de Meguerditch Nourikhan y Anyel (Ángela) Nalbandian, sobrevivientes de una tragedia que cada 24 de abril se evocar en incesante reclamo de verdad y justicia.
Con una rica historia personal y familiar de la que podría hablar horas, y una lucidez de la que se enorgullece, Nourikhan recibe en su soleado departamento a Redacción Mayo, dispuesto a evocar recuerdos y añoranzas.
-¿Qué significa Armenia para usted?
-Es mi Madre Patria. Yo soy argentino, fui soldado de mi patria que es la Argentina. Estuve en el Primer Regimiento 31 de Infantería de Montaña en Tupungato. Juré la bandera y serví a mi Patria 1 año y 20 días, de lo cual me siento honrado y orgulloso. Dicho esto, primero que todo, por supuesto que mi Madre Patria es Armenia, porque mi padre y mi madre son de origen armenio.
-¿Cómo explica el fuerte sentimiento de armenidad a través de los años?
-Porque Armenia sufrió un genocidio brutal en el año 1915, perpetrado por los turcos. Murieron un millón y medio de personas; prácticamente quisieron hacer desaparecer la raza. Armenia fue el primer país que adoptó oficialmente la doctrina cristiana, en el año 301. No aceptaba la musulmana, con el respeto que me merecen todas las doctrinas religiosas, y el gobierno turco de la época (imperio otomano, abolido en 1923) cometió estos crímenes. Ello no implica culpar a todos los ciudadanos turcos, porque hubo gente que no estaba de acuerdo con estas masacres, como el hombre que ayudó a mi padre, que por entonces era un niño y pudo sobrevivir.
Resistencia frente al dolor
Juan se emociona al evocar la historia personal de su padre, cuya resiliencia y tenacidad le permitieron sobrevivir no sólo al genocidio sino también a las penurias que afrontó en otros destinos hasta radicarse en Argentina.
Meguerditch, nombre que quiere decir Bautista, tras perder a su padre asesinado, acudió en busca de ayuda a un turco que escribía y leía cartas a la gente que era analfabeta en Trebisonda. Al enterarse de quién era hijo mi papá, este hombre le dijo que lo adoptaría porque mi abuelo le había hecho a él un gran bien en el pasado. Mi padre, Meguerditch, nunca supo cuál había sido ese bien, pero así fue como sobrevivió y pudo también rescatar un amigo, relata Juan.
No obstante salvarse, su infancia transcurrió en un orfanato donde nació Anyel Nalbandian, la pequeña bebé del matrimonio de Aarón y Marus (trabajaban como herrero y como cocinera) sin imaginar que muchos años después, en Córdoba, Argentina, esa pequeña se convertiría en su esposa.
Después de muchas dificultades y de servir como soldado de la independencia de Armenia en 1918 en el regimiento ferroviario, mi papá decide viajar a Francia, en busca de su madre y hermanas sobrevivientes. Peregrinó por Rusia, Georgia y Turquía antes de llegar a París y desde allí resuelve viajar hacia América. Estuvo primero en Brasil, trabajando en las haciendas, juntando café y se enfermó de paludismo y de afecciones respiratorias. Él viajaba solo, tenía unos 24 años y le dijeron que para curarse tenía que cambiar de aire, y que en Córdoba, Argentina, había muy buen clima, describe.
-¿Tenía referencias o adónde ir en la ciudad?
-Los sobrevivientes del Genocidio solían anotarse las direcciones para que, llegado el momento, pudieran ayudarse entre sí. Así fue como mi padre anotó la dirección de los Nalbandian, en la calle Rincón. Él llegó flaco, palúdico y muy enfermo. Golpeó la puerta y les dijo: 'Yo soy Meguereditch, de Trebizonda'. Y lo acogieron como si fuera un hijo. Mi papá me contó que después de muchos años volvió a sentir allí el aroma de la cocina armenia...El le dijo a Aarón que trabajaría de lo que fuera.
-¿De qué trabajó su padre?
-Mi padre venía de una familia acomodada, gente de estudios, de profesionales, músicos, curas, no de oficios. Mi abuelo fue egresado de La Sorbona, pero mi papá sólo había trabajado de peón. Ya en Córdoba, comenzó a trabajar en la Municipalidad como barrendero y por su buen desempeño le asignaron pronto un carro con dos mulas. Un día, llegó con el carro a una asamblea de la colectividad armenia y, con el látigo de las mulas en el hombro, tomó la palabra. Se expresaba en armenio con un léxico perfecto y todos se preguntaron de dónde había salido ese muchacho, que además hablaba francés, ruso, turco, un poco de griego, portugués y escribía sin errores en castellano. Entonces le consiguieron trabajo en una tienda y luego aprendió, yendo a Alta Gracia, a cortar trajes. Más tarde pondría su primera sastrería: La Rueda.
-¿Y cuándo llega su madre?
-Fue por 1930, cuando mi padre puso su sastrería, que los Nalbandian pudieron traer a su hija que había quedado en un orfanato en Torino. Anyel tenía 12 años. Fíjese dónde se vuelven a encontrar ella con mi padre...¡en la calle Rincón! Cuando Anyel cumplió los 16 años y Meguerditch tenía 28, se casaron. El destino los unió para toda la vida. Yo soy el hijo mayor de seis varones; los tres apóstoles primero: Juan, Pedro y Pablo; y después Miguel, Carlos y Eduardo.
-Es increíble cómo se entrelazan las historias.
-Sí, es que en la diáspora se hizo otra Armenia. Empezaron a huir de Turquía y hay colectividades armenias en casi todos los países del mundo. Yo he tenido el gusto de conocer personalmente al papa armenio en Chipre, en 1988, Karekin II, con quien tenemos una gran amistad. Cuando vino a Córdoba, todos le besaban la mano y cuando yo iba a hacer lo mismo, él me dio un abrazo. A eso no me lo olvido nunca. Es algo que llevo muy adentro.
-¿Cómo hacer para que la causa Armenia mantenga viva su llama en las nuevas generaciones?
-Creo que es algo que se está descuidando en la colectividad; lo dije en un programa de radio. Se comunican por celular con los chicos y las chicas, pero hay que motivarlos. Lo sé por mis nietos. Yo tengo 10 nietos que tienen sentimientos de armenidad pero no participan, y esto es porque hay que motivarlos. Si no, a la larga, la vamos a perder.
-¿Qué le pasa hoy cuando ve las imágenes de Ucrania?
-Emulando al poeta Héctor Gagliardi, les dedicaría su Reyes Magos y el deseo de que los ucranianos encuentren una solución y la paz ante esta guerra, que no justifico ni de una ni de la otra parte. Por intereses, están masacrando un país.
-¿Qué propondría para mejorar el presente de Armenia?
-Mi experiencia me dicta que las grandes riquezas que hay en la diáspora de personalidades armenias deberían saber cómo invertir en Armenia, donde tendría que haber garantías para esas inversiones. Armenia tiene que emular lo que es Israel, para que haya fábricas, trabajo, producción de todo tipo y pueda competir con el mundo. Armenia es como la provincia de Tucumán, con tres millones de habitantes.
En el final, Nourikhan no vacila en pedir también que los descendientes de armenios honren a su patria argentina y aboga por una cooperación entre gobernantes y opositores para sacar al país de la crisis.