HOSPITAL ADENTRO

Esenciales, humanas, imprescindibles

Testimonios de una infectóloga, una enfermera y una kinesióloga que luchan diariamente contra el coronavirus

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03-05-2021

Ilustración: Juan Pablo Dellacha

Los testimonios de una infectóloga, una enfermera y una kinesióloga acaso sean el mejor resumen de lo vivido en 2020 por tantos equipos de salud que debieron lidiar contra la pandemia del Covid-19 y sus efectos

“Cuando supe que me había contagiado de Covid tuve mucha bronca. Me enojé mucho porque me había hecho una promesa a mí misma de que no iba a contagiarme. Pero la exposición había sido demasiada durante muchos meses. Esto me llevó a replantearme todo, incluso mi profesión. Porque yo elegí esto, ser enfermera en un hospital que se especializa en infecciones, pero mi familia no. Mis hijos no eligieron esto y la verdad es que me sentí un poco mal por ellos. Los cuidados que tuve fueron efectivos porque nadie de mi familia se contagió, pero sí creo que mis hijos y mi marido tuvieron mucho miedo por mí... Pasé de modo muy leve la infección y pude volver a trabajar enseguida. Me sentí muy contenida por mis compañeros de trabajo, no así por el Gobierno, o la ART... Ellos no se fijan en las consecuencias que te puedan quedar, tanto físicas como psicológicas. No he sentido que hubiera aquí un seguimiento. Al contrario, estaban apurados por ver cuándo volvíamos al trabajo”. Los párrafos anteriores pertenecen a María Cecilia Ibarra, enfermera del Hospital Rawson y reflejan algunos de los muchísimos dilemas y momentos duros que en este 2020 afrontaron quienes día a día se enfrentan a una pandemia que, al 20 de diciembre, ha contagiado ya a casi 77 millones de personas y provocado 1.700.000 muertes en el mundo.

“Hubo que organizar toda la vida familiar en lo cotidiano y al principio no se sabía cómo era. Nosotros tenemos dos entradas en casa y yo la llevaba al trabajo a las 6.30 de la mañana y me volvía enseguida. Y cuando ella regresaba del hospital tenía que entrar por la otra puerta y ducharse en el otro baño de la casa. Dejaba sus cosas en un lugar apartado y ahí recién venía a saludarnos”, cuenta Andrés Damiani, esposo de María Cecilia acerca de las nuevas rutinas que el coronavirus obligó a adoptar. “En el tiempo que ella estuvo con Covid-19 ocupó la planta alta de la casa, usando la pieza y el baño de arriba y yo me quedé viviendo con los chicos abajo. Ahí vivimos esa sensación de miedo que sintieron los chicos y se extremaron los cuidados. Ese fue uno de los momentos más tensos que vivimos”, evoca Andrés, para luego insistir en un aspecto: “Reorganizar los tiempos, rever la forma de entrar a la casa, de aplicar cuidados básicos es de lo más pesado que le pasó a todas las familias del país y del mundo; y la situación de estrés en los niños. Si te interesa saber cómo es vivir con alguien que trabaja en la primera línea contra el Covid-19 lo más impotente es esto de las rutinas”.

Andrés, quien es docente, resalta la 'suerte' de que pudo seguir trabajando de manera remota o virtual. “Lo que implicó tener a los chicos en casa en los meses más duros de la pandemia, en los que no se podía salir, se pudo sobrellevar. Yo trabajaba en casa y cuidaba a los chicos y mi esposa podía ir a trabajar al hospital”.

 

Nada fue igual

Desde emotivos aplausos de reconocimiento público a resquemores y estigmatización como potenciales portadores de un mal desconocido y muy contagioso, trabajadoras y trabajadores de la salud vivieron las cambiantes reacciones de una sociedad en la que muchos integrantes, por desdén o egoísmo, multiplicaron agotamiento y riesgos ajenos.

Las que siguen son vivencias de tres mujeres que luchan contra un enemigo traicionero y letal, aunque ellas prefieran que no se hable de “trincheras” ni “heroísmos” y sí se tenga más empatía hacia quienes arriesgan sus vidas para salvar otras. Leer sus sensaciones y anhelos acaso nos haga reparar un poco en lo esencial de ciertas acciones.

- ¿Cuánto y en qué cambiaron sus vidas y hábitos personales y familiares a raíz de la pandemia?

“Cambió en todo, además de médica soy madre. Y en una semana se instaló la escuela en mi casa. Y la búsqueda maratónica de googlear métodos para enseñar divisiones y fracciones, buscar ejemplos de palabras graves, agudas y esdrújulas y recorrer Córdoba de punta a punta. Obviamente que la mayor parte la hicieron las y los docentes desde el aula virtual, pero fue necesario ayudar por lo nuevo y complejo del aprendizaje. Al principio costó muchísimo, sobre todo a mis hijas; no fue fácil entender y aprender esta nueva dinámica virtual para todo, hasta para el contacto con amigos. Para mí fue un desafío de maestra/madre con toda la carga laboral encima. Además de atender la logística de una casa”. El repaso pertenece a Carolina Salvay, médica infectóloga, quien trabaja en el Hospital Rawson desde 2002 y en esta pandemia atiende a pacientes de Covid-19 internados en áreas críticas.

“Mi vida cambió totalmente. Desde la manera de ingresar a mi hogar y comenzar con un circuito de circulación para higienizarme  y luego poder saludar a mi familia. Cambió la frecuencia de compras a sólo lo necesario; cambió la forma de vincularme con el resto de mi familia y amigos, dejé de concurrir a todos los espacios que, aunque estaban habilitados, no creía convenientes. Recién hoy me permito asistir a lugares al aire libre, con los cuidados pertinentes”, afirma por su lado Natalia Taborda, kinesióloga y fisioterapeuta del Rawson.

- ¿Qué fue lo más duro que les tocó vivir en primera línea de combate contra el Covid-19?

“Creo que no hay nada más frustrante y sentido para un médico que la muerte de un paciente. A pesar de ir procesando el desarrollo de esa muerte y de tratar de embellecerla en un intento de que sea al menos digna. Para la medicina es una pregunta muy amplia, por el sentido de que en nuestra profesión y a lo largo de nuestra actividad asistencial se viven muchos momentos duros. Esta pandemia no es la excepción y creo que desde que empezamos a atender vivimos muchos momentos difíciles. Desde adaptarnos y aprender y cambiar hábitos, ver compañeros enfermos, no ver a la familia, la incertidumbre del día a día.  Y creo que ha sido un denominador común en la sociedad”, sostiene Carolina.

“Ingresar a un pabellón para atender y ver a casi todos los pacientes  intubados, me asombró y se me hizo un nudo en la garganta. Ver compañeros de trabajo internados me angustió muchísimo. Ante la angustia de los pacientes por no poder ver a un ser querido se me caían las lágrimas. Fueron días muy difíciles de transitar”, relata Natalia.

“Lidiar contra el Covid-19 ha sido complicado, por tener que enfrentarnos a algo que no conocíamos. Cuando tuvimos los primeros casos, empezamos a aprender sobre la marcha cómo teníamos que trabajar, cómo teníamos que cuidarnos y cuidar a los pacientes.  Lo peor fue descubrir que no éramos los únicos que no sabíamos lo que había que hacer, sino que desde la cabeza del Ministerio de Salud no había mucho conocimiento de cómo se tenía que trabajar; se cometieron muchos errores; fue ensayo y error. Lo mejor de estos meses fue todo lo que aprendimos. Lo que nos quedó como trabajo profesional”, opina María Cecilia.

- ¿Cómo es un día normal de atención a pacientes con Covid?

“Un día habitual implica conocer a los pacientes a través de la HC (historia clínica) digital y de lo que nos cuenta el médico que estuvo de guardia. Tratamos de tener la mayor cantidad de datos posibles para que, una vez que ingresamos, el examen físico sea más dinámico y así evitar estar tanto tiempo en la sala innecesariamente. Nunca me tomé el tiempo que nos lleva vestirnos con el EPP. Además lo hacemos entre varios para ir observando que todo esté en su lugar y completo y poder advertir si hay algún error. Nunca estamos solos en ese proceso, porque es fundamental que todo esté bien. De la misma manera lo hacemos antes de salir y quitarnos el EPP donde el riesgo de infección es mayor. Hay mucho trabajo en equipo”, explica la médica infectóloga.

“Ingresamos con ropa de calle y barbijo a un vestidor. Nos colocamos el ambo que se ubica en la zona verde del hospital, una vez que ingresamos a la zona amarilla o roja permanecemos en esos sectores hasta nuestra salida. Nos colocamos barbijos quirúrgicos y escafandra para circular y nos dirigimos a la sala donde realizaremos nuestro trabajo: pabellón 2, pabellón 5, pabellón 6, UTI 1 y camas frías. Vamos a sala de médicos, donde tenemos la cantidad de pacientes que atenderemos y -antes de ingresar a la sala para la atención de pacientes- comenzamos a colocarnos el EPP en una antesala. Esa tarea consta de los siguientes pasos: 1)Higiene de manos; 2) Colocación de cubrecalzado; 3) Higiene de manos; 4)  Mameluco; 5) Bata; 6) Barbijo N95; 7) Cofia; 8) Protección ocular; 9) Protección facial; 10) Higiene de manos; 11) Dos pares de guantes. El tiempo para vestirse es de 10-15 minutos aproximadamente, depende de lo que a cada uno le demande, ya que debemos ingresar cómodos y seguros, porque llevaremos mucho tiempo dentro de la sala y cada elemento que usamos debe estar correctamente colocado. Dentro de cada unidad de atención tenemos andadores, sillas de ruedas, herraduras, para la atención de los pacientes”, detalla la licenciada en Kinesiología y Fisioterapia.

“No tenemos una rutina estricta. La medicina es dinámica y por eso nos basamos mucho en guías clínicas y protocolos y teniendo en cuenta este dinamismo. Quizá sean más rutinarios los circuitos que están establecidos, por dónde ingresa un paciente y desde allí las derivaciones dentro del hospital hasta su ubicación final, la cual dependerá del diagnóstico de cada paciente, si este es leve, moderado o severo. Esos circuitos son fundamentales, nos ordenan y minimizan errores. Y en esta contingencia tenemos que ser estrictos en esas cosas”, apunta Salvay.

“Una vez dentro de la sala, nos presentamos y hacemos controles. Observamos sus signos vitales y comenzamos de acuerdo a las condiciones generales del paciente. Con eso, más lo hablado y planificado en la revista de sala, se ejecuta el plan de atención.  El plan terapéutico va a variar si está en Unidad de Terapia Intensiva o sala común, ya que los requerimientos son diferentes en un paciente que colabora de manera activa y en el que no”, matiza Taborda.

- ¿Logran conectar con los internados de modo similar a los de otras patologías o los recaudos acotan nexos entre profesionales de la salud y pacientes?

 “En general existe una fuerte conexión, porque más allá de vernos como robots, detrás de máscaras y ropa no habitual, escuchamos mucho y hablamos con nuestros pacientes y la palabra y nuestras manos al revisarlos hacen esa conexión. En estos tiempos uno intenta que eso sea lo más importante. Y que no se pierda la relación médica/paciente. Tratamos de evacuar sus dudas y aliviar sus miedos”, resalta Carolina.

“Atravesamos diferentes etapas, ya que durante el abordaje inicial se dificultaba una fluida comunicación por impedimentos de tantas barreras protectoras. Hasta que uno se reinventa en la comunicación verbal y corporal para lograr la finalidad que necesitamos y alcanzar nuestro objetivo. No impide ese nexo, a veces lo dificulta, pero depende de la empatía que cada uno posea; aprendimos tanto de cada uno de nosotros como equipo que es lo que realmente enriquece y alienta nuestro trabajo, el acompañarnos mutuamente lo revalorizo ya que ha sido una gran fortaleza. Y también rescato que el paciente comprende que toda la atención es diferente”, expresa Natalia.

 

Vaivenes emocionales

- ¿Qué piensan acerca de quienes al comienzo de la pandemia aplaudían a los equipos de salud y luego los segregaban por su exposición al Coronavirus?

“Pasé por todos los sentimientos: emoción, orgullo, dolor e incertidumbre. Hoy entiendo que hay en la sociedad en general una pereza mental y una falta de empatía muy grave. La tecnología está al alcance de la mayoría de las personas y hay mucha bibliografía científica de fácil lectura, que nadie quiere o sabe usar, porque es más fácil escuchar lo que te dice el otro o lo que uno 'cree', que ponerse a leer y aprender. Además de que nos cuestan mucho los cambios. Y porque cada uno opina desde sus propios valores, miedos y pérdidas. Eso hace que no se vea como algo solidario usar barbijo, el distanciamiento y el lavado de manos”, dice la infectóloga.

“Siento tristeza e impotencia por el hecho de que no entendieran que nos tocó afrontar una pandemia en primera línea, que es nuestra profesión, que tenemos vocación de servicio, pero se olvidaron que también es el riesgo de nuestro trabajo y nadie está exento de contagiarse. Somos personas, profesionales de salud que corremos riesgos por cuidar al prójimo. No somos héroes ni villanos”, alega Natalia. 

“En principio nos sentimos contenidos. Hubo mucho respeto y aprecio por lo que hacíamos; desde gente que nos traía una docena de facturas de regalo o algunos negocios, que estaban trabajando como podían, y nos acercaban viandas con delivery. Las primeras escafandras fueron las improvisadas por particulares, quienes con una impresora 3D y con el celuloide de radiografías viejas, hicieron como pudieron unas caretas y nos las trajeron de regalo; aun antes de las que nos entregó el Gobierno. Hubo mucho respeto por parte de la sociedad; de las autoridades, no tanto... En realidad nos daban directivas que iban en contra de nuestra propia protección. Tuvimos que discutir muchos de esos instructivos cuando vimos sobre la marcha cómo nos podían perjudicar o perjudicar a los mismos pacientes”, advierte su vez Cecilia Ibarra.

“Desde un primer momento dijimos que no nos sentíamos héroes, que no queríamos que nos aplaudieran. Cuando te empiezan a hablar mucho de tu vocación y del respeto que ella merece, creo que es como les pasa a los docentes, es para que sigas soportando bajos salarios y malas condiciones de trabajo y eso nos genera mucha indignación. Y el estigma sí, uno lo siente. Yo ni loca voy a andar diciendo que trabajo en el Rawson; ni cuando me subo a un taxi, ni cuando me quiero tomar un café en algún lugar. Tengo un barbijo que me regalaron que dice Hospital Rawson y lo uso del lado del revés, no ando con ese tapabocas por la calle. Aunque estoy orgullosa de trabajar en allí no lo ando proclamando en público”, subraya la enfermera.

- ¿Qué sienten frente a quienes aún hoy relativizan el virus o se niegan a cumplir medidas preventivas?

“Dolor. Me recuerda todo lo que se perdió durante esta pandemia, desde vidas humanas hasta empleos; los chicos que no pudieron acceder a la virtualidad escolar. Tiene que ver con mi respuesta anterior. Es más fácil relajarse que cambiar un hábito”, se lamenta Salvay.

“Tristeza por el poco valor que se da a la vida; sentimos que el esfuerzo que cada uno realiza es en vano. Cada vez que se decía que esta pandemia era inventada, que era sólo para asustar a la población, dentro del Hospital vivíamos otra realidad; veíamos pacientes graves con muchos días de internación que sufrían; vimos morir y a muchos recuperarse de manera muy lenta. No lográbamos entender por qué la gente no podía dimensionar la seriedad de la pandemia”, coincide Taborda.

 “Me dan mucha bronca los negacionistas. Si supieran cómo es ver a un paciente que no puede respirar y que tenés que trabajar rápido porque se está asfixiando, literalmente. Si supieran cómo es que se vaya un paciente que no se pudo despedir ni siquiera de la familia, que murió solo. Eso me da mucha bronca. Y me da mucho dolor la gente que se quedó sin trabajo, la que tuvo que salir lo mismo a exponerse porque si no, no comían. Todos los que vivían con el día a día y fueron los que la pasaron y la están pasando peor con la pandemia”, responde Ibarra.

- ¿Qué esperan para 2021?

“Estar bien y no enfermarme para poder seguir atendiendo. Seguir aprendiendo y disfrutar de esta profesión que me da muchas satisfacciones en lo personal. No es que no tenga sueños de viajar, pero no sería la prioridad para mí en el próximo año”, augura la infectóloga.

“Después de haber transitado un año tan difícil, de muchos aprendizajes personales, espero que podamos ser mejores personas. ¡Estoy esperanzada en ello!  ¡Y que se revaloralice la salud pública, que tanto hace por este país!”, hace votos la kinesióloga.

- ¿La “mejor lección” o el hecho más positivo que deja este 2020?

“Esta respuesta es muy personal porque depende de cómo transcurrió la vida de cada uno desde el inicio de la pandemia y hasta hoy. La palabra que la define en lo personal es resiliencia. Esa es la mejor lección de vida que tengo y que aplico desde hace tiempo. Aprendí a disfrutar al máximo los pequeños momentos familiares, porque no son momentos que se puedan recuperar. Y a disfrutar del trabajo en equipo”, sentencia Salvay.

“El valor de la vida y disfrutar de lo importante”, resume Taborda.

“Una de las cosas buenas fue que no quedó otra alternativa más que organizarse. Cuando los trabajadores de la salud nos preparamos para la lucha siempre nos persigue el fantasma de que nos van acusar de abandono de pacientes, así que yo saludo que nos pudimos organizar lo suficiente como para realizar marchas, protestas, cartas y hacernos escuchar”, puntualiza Ibarra.

- ¿Por qué o quiénes brindar en estas fiestas?

 “Por todos los que se fueron por exponerse en el trabajo y los que todavía no era su tiempo y tuvieron que irse. Brindaría por todos los colegas trabajadores de la salud que murieron por trabajar enfrentando la pandemia”, se emociona Cecilia.

“Siempre brindo en agradecimiento a las oportunidades que tuve: una familia que amo y un trabajo que disfruto. Este año redoblo ese agradecimiento. Ojalá todos podamos ser mejores personas, más solidarias y respetuosas del otro. Aunque es algo que no debiera enseñarnos una pandemia, sino la vida cotidiana”, asegura Carolina.

“Brindaré por mi familia y amigos, por la gran fortaleza que me brindaron. Un agradecimiento eterno”, anticipa Natalia.

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Redacción Mayo no las reunió para una entrevista conjunta sino que les formuló de manera individual estos interrogantes para conocer cómo vivieron este año de la pandemia tres mujeres que lidian con el Covid-19 en uno de los hospitales más emblemáticos de Córdoba. Como el más aceitado de los equipos, las respuestas denotaron una sintonía entre quienes forman parte de esos trabajadores esenciales a quienes todos debemos un enorme respeto que vaya mucho más allá de las gracias, los aplausos o las declamaciones. ¡Salud!

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