Radicada desde hace siete años en Ereván, la capital de Armenia, la periodista cordobesa Beatriz Arslanian (33) tiene la agudeza de un cirujano para analizar en detalle la historia y el agitado presente del país de sus ancestros, donde vive desde hace siete años. Licenciada en Comunicación por la Universidad Nacional de Córdoba, corresponsal para diferentes medios, cubrió en primera persona el conflicto con Azerbaiyán, experiencia que puso al servicio de visibilizar una porción del mundo que poco se muestra y vivió como “un constante ida y vuelta entre lo emocional y el deber profesional”.
De familia armenia, en este diálogo con Redacción Mayo, la joven habla de sus raíces, de la guerra entre Ucrania y Rusia, del nuevo aniversario del Genocidio y sostiene que “la impunidad de los hechos de lesa humanidad es el principal motor para promover actos similares a lo largo del tiempo”.
-¿Qué te llevó a vivir en Armenia y a hacer, como cordobesa, el camino inverso de tus ancestros?
-Siempre tuve una conexión muy fuerte con mi origen. Mis padres iniciaron este largo camino, comenzando por el idioma. Ellos nacieron en Siria y decidieron rehacer sus vidas en Córdoba, aunque en diferentes momentos. Mi papá llegó a la Argentina a sus 25 años y cuando yo nací, su español no era bueno. Así, la lengua armenia fue mi medio de conexión con él y el primer idioma que aprendí. Crecí con un cargado ideario de una patria lejana, que a veces parece tan afianzada a lo ideal que he dudado de su existencia. Esto se fue materializando con cada viaje, hasta que decidí establecerme. No niego que aún quedan huellas de la visión romántica de la patria, pero hoy logro una combinación híbrida entre ser una armenia nacida en la diáspora y una ciudadana que constituye un eslabón de esta sociedad.
-¿Cómo caracterizarías el presente de Armenia?
-La historia de Armenia siempre fue compleja y las páginas que se escriben en este momento no son la excepción. Creo que es un constante “tocar fondo” e impulsarse para lograr una estabilización. El presente político tiene una gran cuota de incertidumbre, no sólo por el futuro de Armenia y Artsaj (Nagorno Karabaj). Gran parte de la sociedad duda sobre el desempeño de las autoridades de Armenia para afrontar uno de los problemas fundamentales del país: la seguridad nacional. Sin embargo, han obtenido la mayoría de los votos incluso luego de los resultados devastadores de la última guerra. Desde hace varios años, la esfera política se quebró entre “revolucionarios” y “antecesores”; los primeros son quienes llevaron adelante la “Revolución de Terciopelo” en 2018, que posicionó a Nikol Pashinyan como primer ministro. Los segundos son la clase gobernante anterior al cambio de gobierno, principalmente los ex presidentes Robert Kocharyan y Serge Sargsyan.
-Las divisiones marcan el contexto...
-El presente encuentra a la sociedad atravesada por una polarización de diferentes conceptos: aquellos que apoyan al gobierno actual; aquellos que están convencidos de que sólo los mandatarios anteriores pueden garantizar la seguridad y el resguardo de las fronteras del país; aquellos que responsabilizan a las actuales autoridades por los resultados catastróficos de la última guerra de Artsaj, o quienes culpan a los gobiernos de los últimos 30 años; los pro y los anti Rusia, los pro y los anti Occidente, y así una larga enumeración de variaciones que promueven esta división social.
-Y en el tablero internacional, ¿cómo se inserta Armenia?
-Armenia forma parte de asociaciones como la Unión Económica Euroasiática y estrecha relaciones de cooperación con diferentes países europeos, asiáticos y con Estados Unidos. Desde el fin de la guerra de Artsaj, a fines de 2020, el Ministerio de Asuntos Exteriores ha cambiado de titular varias veces. Las direcciones en política exterior no son del todo claras, pero en esta coyuntura global, donde las relaciones interestatales suelen apuntar a vías cambiantes, no desentona. Hay cuestiones desconcertantes como una Rusia, considerada aliada de Armenia, firmando una alianza estratégica con Azerbaiyán; o una Armenia iniciando un proceso de normalización de relación con Turquía, quien mantiene aún su postura negacionista en torno al Genocidio de 1915. Desenredar esta realidad requiere un análisis profundo. Puedo agregar que la siembra de relaciones diplomáticas a lo largo de los 30 años de independencia de Armenia de la Unión Soviética se reflejó en un doloroso silencio de la comunidad internacional al momento de la última guerra de Artsaj.
-¿En qué estado se encuentra ese conflicto con Azerbaiyán?
-A pesar de que se puso fin a las hostilidades mediante un acuerdo de fin de guerra el 9 de noviembre de 2020, la situación continúa tensa. En las últimas semanas, la guerra de Ucrania y la oleada informativa en torno a ella han reactivado la ofensiva de Azerbaiyán, quien ha violado el alto al fuego innumerables veces en Artsaj. Estos ataques en gran medida son dirigidos a asentamientos civiles y van acompañados de otras acciones de provocación como la transmisión de mensajes por altoparlantes amenazando a los pobladores con hacer uso de la fuerza si no abandonan su pueblo, o el corte del suministro de gas en tiempos de extremo frío. Los objetivos de Azerbaiyán giran en torno a instaurar el terror en la población para lograr un desalojo de aldeas y así tomar posesión de ellas. Sin población, tampoco se justificaría la presencia rusa en Artsaj. El acuerdo de fin de la guerra planteó instalar tropas de mantenimiento de paz de Rusia, que intenta mediar aquí en cada episodio de violencia.
-¿Cuál ha sido tu experiencia como testigo de esa guerra con Azerbaiyán?
-Mi presencia en el territorio durante el conflicto respondió a una cobertura periodística, y creo que fue una combinación interesante entre el ser armenia y periodista, y todo esto atravesado por mi condición humana; es decir, un constante ida y vuelta entre lo emocional y el deber profesional. Más allá de lo difícil que puede haber sido estar en un terreno que está siendo atacado, nunca dudé de que ése era el lugar en que quería estar, en el lugar de los hechos, y contribuir a la visibilización de lo que ocurría en esa porción de tierra que poco se muestra.
-¿Cómo es la relación de Rusia con Armenia y Azerbaiyán, teniendo en cuenta que ambas naciones estuvieron hasta los '90 bajo la órbita de Moscú?
-Desde su independencia de la Unión Soviética en 1991, Armenia no cortó su lazo del círculo ruso. Al formar parte de la Comunidad de Estados Independientes siguió siendo parte del espacio que Rusia considera de su influencia por herencia soviética. Desde 1992, Armenia es parte de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, un pacto político-militar promovido por Rusia, que asiste a los estados miembros en casos de agresión a alguno de ellos. El acuerdo de fin de la guerra entre Armenia y Azerbaiyán, mediado por el presidente de Rusia, trajo consigo el afianzamiento del pie de Vladimir Putin en el Cáucaso. Una vez calmado el enfrentamiento armado, se abrieron las compuertas para el ingreso de vehículos blindados, equipamiento antitanque, defensa antiaérea y convoyes que transportaron a unos 2.000 soldados rusos. Hoy hay decenas de postes y bases militares rusas distribuidas en todo el territorio de Artsaj, y Rusia se presenta como el principal garante de la paz en la región. Moscú ya contaba con su Base Militar 102 en la ciudad de Gyumri, al norte de Armenia y muy próxima a la línea de contacto con Turquía.
Ucrania y sus esquirlas
-¿Cómo se ven desde Armenia la guerra en Ucrania y las decisiones que tomó hasta aquí el Kremlin?
-Desde su posición de sociedad golpeada por la agresividad constante desde estados que ostentan mayor poder y recursos, el pueblo armenio percibe la guerra de Ucrania como un déjà vu y, en consecuencia, repudia cualquier acto de violencia contra cualquier nación. El haberlo vivido en carne propia aporta una gran cuota de solidaridad hacia los civiles, quienes son siempre las principales víctimas de los escenarios bélicos. Por otro lado, el reconocimiento de la independencia de Donetsk y Lugansk, de la región de Donbás, por parte de Putin fue celebrado principalmente en Artsaj. Sospecho que la similitud de escenarios entre estas regiones esparció cierta esperanza en el pueblo de Artsaj, que hoy no goza del reconocimiento de ningún Estado. Mientras tanto, el lazo entre los gobiernos ucraniano y azerbaiyano hace ruido en la sociedad armenia, que no olvida que Ucrania proveyó de armamento (como el fósforo blanco) a Azerbaiyán en la última guerra de Artsaj. Incluso hace unos días, el Parlamento de Ucrania, en su cuenta de Twitter, felicitó a Azerbaiyán por la ocupación de una aldea de Artsaj llamada Paruj. El tuit luego fue eliminado bajo el argumento de un error técnico. A pesar de esto, Armenia, e incluso Artsaj, han enviado ayuda humanitaria a Ucrania y recibido a una cantidad aproximada de cinco mil refugiados.
-¿Qué representa para vos un nuevo aniversario del Genocidio?
-No puedo pensar en el Genocidio Armenio sin asociarlo al panorama de la Armenia actual. El proceso de duelo por la masacre de un millón y medio de armenios quedó atrás hace varias décadas para convertirse en un reclamo unificado de justicia. Creo que los armenios ya no contamos los años como un nuevo aniversario del Genocidio, sino como un año más de impunidad. Y es imposible no asociarlo con el plan de limpieza étnica por parte de Azerbaiyán y Turquía que quedó en evidencia en la guerra de Artsaj de 2020.
-Viendo el éxodo y el horror en Ucrania y en otras guerras del mundo, ¿crees que la Humanidad no aprendió nada de lo sucedido en 1915?
-Absolutamente. Los pueblos son las principales víctimas de las hostilidades entre naciones o grupos étnicos; son quienes deben resguardarse del impacto de los armamentos en un estado de total vulnerabilidad, son los perseguidos y quiene deben abandonar sus hogares. Además, son quienes engrosan las filas de los ejércitos y sufren las pérdidas y los daños. Más allá de los juegos de poder e intereses que llevan al desenlace de un enfrentamiento armado, estoy convencida de que la impunidad de los hechos de lesa humanidad es el principal motor para promover actos similares a lo largo del tiempo.
-¿Pensás que Turquía reconocerá alguna vez sus crímenes, sin eufemismos?
-Desde la práctica y lo discursivo, Turquía dio cuenta de que está lejos de llamar las masacres de 1915 como genocidio. Su posición fehacientemente aliada a Azerbaiyán durante la guerra de Artsaj, evidenció una vez más su actitud poco condescendiente con Armenia. Diferentes estados han reconocido el Genocidio Armenio oficialmente, siguiendo los pasos de Uruguay en 1965 y de Argentina en 2006. Cada una de estas leyes de reconocimiento ha sido consecuencia del arduo trabajo de las comunidades de la diáspora y significan un gran aporte para la transmisión de la verdad, el respeto a la memoria y el camino hacia la justicia. Estos pasos considerados grandes hitos para Armenia y las comunidades armenias del mundo funcionan como presión para Ankara, para desbaratar su postura negacionista. Sin embargo, el camino de la verdad muchas veces queda trunco por el impacto de acciones como el lobby turco en el mundo.
-¿Las reivindicaciones del pueblo armenio, tienen que ver sólo con hechos del pasado?
-Los reclamos del pueblo armenio forman parte del presente. Mientras el Genocidio Armenio de 1915 continúe siendo objeto del negacionismo, no se podrá dar vuelta la página. En la medida en que el eje de esta tragedia sea el mismo que hostiga al pueblo armenio hoy, ¿de qué pasado hablamos? El plan sistemático de limpieza étnica producto de la armenofobia está tan vigente hoy, como hace 100 años. El pueblo de Artsaj sufre la constante ofensiva por parte de Azerbaiyán, por lo que hablar de Genocidio Armenio nos trae inevitablemente a nuestros días.