En la nueva serie de Mariano Cohn y Gastón Duprat, Eliseo es el encargado de un edificio de clase media de Buenos Aires, donde trabaja y vive desde hace 30 años. El personaje, interpretado por Guillermo Francella, reúne algunos rasgos que no vienen a cuento y spoiler. En cambio, vale destacar el disparador de la historia: Eliseo descubre que algunos propietarios planean hacer una pileta con amenities, por lo cual discuten en las reuniones de consorcio tirar abajo la casa que él ocupa en la terraza, despedirlo y reemplazarlo por un servicio tercerizado de limpieza, con operarios que no serán tan “entrometidos” y visibles como el portero.
Aunque es una ficción, la historia discurre con algunos guiños de la realidad del mercado laboral y el entramado social en el que nos movemos en las ciudades contemporáneas: desde hace algunas décadas, el portero dejó de tener, alegórica y literalmente, las llaves del lugar y su figura fue reemplazada por una plantillas de trabajadores y trabajadoras de limpieza, la mayoría pertenecientes a sectores populares, quienes arriban a edificios públicos y privados como parte de una práctica cada vez más común desde la década de los noventa, el servicio de tercerización.
Los “encargados” de limpieza suelen ser rotados a los pocos meses, reúnen condiciones laborales precarias y tienen que cumplir con tres consignas: limpiar bien, en el tiempo asignado y “ser invisibles” a los ojos de las personas que circulan en los lugares de trabajo. Estos aspectos forman parte de un escenario más complejo, objeto de estudio de un grupo de investigación radicado en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Córdoba, y dirigido por María José Magliano, con quien charlamos sobre los “Eliseos” tercerizados.
Condiciones precarias e inciertas
“Nuestro objetivo fue analizar el impacto de la tercerización laboral y la precarización en el mundo de los trabajos formales y nos enfocamos en la limpieza extra doméstica, tareas de las que antes se ocupaban las propias escuelas, los edificios, los hospitales y ahora contratan empresas que les proveen esos trabajadores, en su mayoría pertenecientes a sectores populares”, cuenta Magliano, docente e investigadora CONICET. El estudio dio cuenta de entrevistas en profundidad a hombres y mujeres y registros de observación de sus jornadas en los propios ambientes de trabajo. Los resultados configuran un escenario que combina precariedad y una estabilidad frágil, conocida en el mundo académico como “estabilidad de cristal”.
Si bien se trata de un trabajo formal, se nutre de altos niveles de imprevisibilidad e incertidumbre. En primer lugar, porque en las entrevistas hicieron referencia a la existencia de “contratos blancos o abiertos” con la empresa tercerizada, una figura inexistente en el derecho laboral pero que apareció en todos los relatos. No hay una información concreta de qué están firmando, y las cláusulas o disposiciones se pueden modificar sin el consentimiento mutuo, pues al documento se le incorporan páginas en blanco que luego son utilizadas por las empresas para futuras sanciones o desvinculaciones. “Eso te da la pauta de que hay una vulneración de derechos, ya desde el ingreso al trabajo”, destaca Magliano.
Otro de los aspectos destacados reside en las rotaciones internas compulsivas y los cambios frecuentes de horario. Esa situación trastoca la vida cotidiana. “Hoy trabajas acá, mañana te cambian de lugar y te tenés que ir adaptando, porque, además, son decisiones unilaterales de la empresa”, explica la investigadora. Si bien los traslados están vinculados con la propia dinámica del trabajo tercerizado, también se utiliza como forma de disciplinamiento: es frecuente la percepción de que, como castigo ante conflictos iniciados en el lugar de trabajo, los trasladen a espacios que se enlistan entre los no deseados (la terminal de ómnibus, los hospitales y las morgues).
Hay otros lugares que son más amigables, como las escuelas, donde “se logra cierta empatía”, aunque se mantiene el rasgo de aislamiento, ya que tienen pocos momentos para el vínculo colectivo entre pares. Por ejemplo, no suelen tener lugares propios para el descanso y cuando los tienen son tan estrechos que sólo pueden permanecer de a un trabajador/a. Por otro lado, “las jerarquías no se rompen y esto implica que ser un tercerizado del sector limpieza es casi como un adjetivo despectivo, quienes concentran las condiciones más precarias de contratación y desarrollo del trabajo”, aclara Magliano.
Las jornadas de observación que hicieron las investigadoras del proyecto les permitió advertir un aspecto que los diferencia de los “viejos” porteros, quizás el hallazgo principal de este estudio: la invisibilización de estos trabajadores y la desvalorización social de las tareas que realizan. Magliano detalla: “Hay control y vigilancia. Los supervisores, que son el nexo entre la institución y la empresa, evalúan la performance de los y las trabajadoras del sector. Básicamente, se evalúa que limpien bien, limpien rápido y sean invisibles; su presencia no se tiene que notar”. Siempre fueron trabajadores esenciales, incluso antes de la pandemia. “Son esenciales, pero invisibles”, agrega la investigadora.
Como sector de limpieza ocupan la base de la pirámide en cuanto a reconocimiento social. Esto incide directamente en otra marca de precariedad: los magros salarios que reciben. Justamente, son los bajos ingresos lo que conduce al pluriempleo, formal o informal. Y esto debe leerse, especialmente, en clave de género: “las mujeres que trabajan en limpieza extra doméstica, tienen triple jornada, porque suman otro trabajo remunerado, por lo general limpiando en casas particulares y porque son, además, las principales responsables de cuidado en su hogar. Trabajan a tiempo completo”. Esta es una diferencia en la gestión del tiempo libre, vinculada con la desigual distribución de tareas al interior de los hogares. “Si para las mujeres la casa funciona como un espacio de trabajo más, para ellos el hogar es el lugar de descanso, de pausa, de hobbies”.
Sin embargo, el estudio halló que no hay una feminización del trabajo de limpieza extra doméstico, en términos incorporación al sector. A nivel nacional el número, según sexo, es parejo y a nivel de la provincia de Córdoba, que es el territorio que estudió el equipo, no existen diferencias significativas, incluso hay más hombres que mujeres. Mientras se esperan los datos del Censo 2022, las últimas actualizaciones oficiales son las de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH), la cual mostró que de las 28.792 personas que, a comienzos de 2017, se desempeñaban como operarias/os de limpieza en Córdoba, un 44,4% eran mujeres (12.802 personas) y el resto varones.
Ahora bien, en un trabajo publicado con Lorena Capogrossi, y que forma parte del proyecto mencionado, las investigadoras observan que, cuando los varones realizan tareas que históricamente fueron atribuidas a las mujeres, como el trabajo doméstico remunerado, afloran “culturas de oposición” que buscan alejar la limpieza de lo femenino. Los varones, en este marco, “libran constantes batallas, ya sea en las prácticas cotidianas en el espacio laboral como en los discursos que entretejen, para sortear esa asociación”. Aún sin que exista una reglamentación específica, las mujeres se encargan de actividades que son consideradas como una “externalización” de las tareas que realizan dentro de sus hogares (barrido, limpieza de pisos, encerado, lustrado, entre otras), mientras que los varones se encargan de tareas que “requieren fuerza”, algún tipo de oficio (como el trabajo en altura) o la utilización de maquinaria.
En términos generales, ser trabajador o trabajadora de limpieza (tecerizado) es un trabajo configurado en sus comienzos como transitorio, pero ante las dificultades para encontrar otros empleos lo convierten en permanente. Sin embargo, esa permanencia no es estable ni segura. A diferencia de Eliseo, el portero que interpreta Francella y la figura de los encargados de edificios de épocas pasadas, los tercerizados/as del rubro limpieza no están 30 años en un mismo lugar (a veces lo trasladan a los tres meses) y son, sobre todo, invisibles para la empresa que los contrata, pero también para la comunidad que los aloja.