Educación en pandemia: achicar distancias y mantener el vínculo
Corrían los últimos días hábiles de la semana previa a la Nochebuena de 2020 y en un encuentro virtual desarrollado a través de la plataforma Meet directivos y docentes del Cenma N° 70 Compañero Hugo Estanislao Ochoa, y sus anexos, repasaban un video de la bióloga, doctora en Educación e investigadora del Conicet Melina Furman. Era el último taller de un año que estuvo cargado de incertidumbre, ausencias, nuevos desafíos, multiplicación de tareas, descubrimientos, temores, angustias y muchas otras sensaciones enmarcadas por un contexto inédito a nivel local, nacional y mundial: el de la pandemia del Covid-19.
En el video, Furman apelaba a una metáfora, la de una potente marea que en su arribo parece arrasar con todo, pero que luego, al retirarse, deja ver sobre la arena muchos tesoros, que quizá ya estaban ahí pero que ahora se hacían visibles. Con esa imagen, la investigadora se dirigía a las y los docentes y les instaba a revisar qué tesoros se llevaban de este año tan difícil, en el que la palabra resiliencia adquirió otra dimensión.
Y es que si hay algo en lo que todos los educadores coinciden, desde el nivel inicial al universitario, es en que nadie imaginó que de un día para el otro debería cambiar tajantemente su manera de enseñar y hacer llegar contenidos a estudiantes que también debieron adaptarse a otras formas, recursos y modelos que demandaron no pocos esfuerzos y una conectividad que no estuvo al alcance de todos y, en muchos casos, profundizó brechas y potenció diferencias.
En esto de adaptarse a una emergencia inédita hubo escuelas que aún multiplicando el esfuerzo y las horas de trabajo de su personal para hacer llegar una educación remota o clases no presenciales a su comunidad tuvieron el insalvable obstáculo de una brecha digital, que obligó a buscar diferentes formas de mantener el vínculo y la continuidad pedagógica. En este sentido, es elocuente la descripción que hizo de lo que fue este 2020 para el IPEM N°338, de barrio Marqués Anexo, su vicedirector, José Falco, cuya entrevista vía Zoom es parte de este informe. O detenerse en los recursos a los que apeló Susana Amaya, maestra de grado del Instituto San José Obrero, de Villa El Libertador, quien también hizo su balance del año.
En medio de esas dificultades de conectividad, una falencia a la que se deberá dar pronta respuesta habida cuenta de que la virtualidad será componente de la nueva normalidad, también hubo colegios e instituciones que estaban mejor preparados para hacer frente a una emergencia que derivó en el Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (Aspo) primero, y en Distanciamiento (Dispo) después.
En las escuelas que ya contaban con un aula virtual, la vinculación con las y los estudiantes tuvo otra dimensión y el seguimiento de sus actividades y progresos pudo hacerse desde otra perspectiva, sin que ello haya significado menos esfuerzo. Cada quien sumó su aporte y debió apelar a su imaginación según las herramientas con las que contaba. Pero nadie puede dudar de que las y los docentes multiplicaron en este 2020 sus horas de trabajo, su dedicación y su inventiva para afrontar un aprendizaje mutuo, que incluyó además a las familias en cuyas casas, la educación remota o virtual se coló cotidianamente por los espacios y en los tiempos menos pensados.
Virtud, letras y empatía
Entre quienes pueden hacer un balance más que positivo por la forma en que dieron respuesta a tan inesperadas contingencias están las autoridades del Colegio Nacional de Monserrat, una institución que en agosto pasado cumplió 333 años de vida, con una historia y predicamento que han marcado rumbos, pero que jamás en su trayectoria había afrontado un desafío similar.
El gran desafío fue implementar un sistema de educación a la distancia ante la emergencia sanitaria, en forma intempestiva. Se habilitaron 800 espacios virtuales entre ambos niveles educativos, secundario y pregrado, y se pudo lograr una educación de calidad desde su implementación, de tal manera que generaron una nueva impronta en docentes y estudiantes en la forma de establecer el vínculo educativo y pedagógico, explica Aldo Guerra, director del Monserrat a Redacción Mayo.
- ¿Cómo se encaró esa educación remota y cuáles fueron las mayores dificultades y los principales logros en esta materia?
-La educación remota se planificó respetando la estructura de cursos por niveles y sección, con el desarrollo independiente de cada asignatura de acuerdo a la modalidad presencial. Para ello se crearon espacios virtuales en la Plataforma Moodle, donde cada aula virtual de la plataforma es el equivalente a cada curso y dentro de él, cada asignatura. El gran desafío fue acompañar a docentes y estudiantes en esta nueva modalidad, objetivo que se logró dando previsibilidad al calendario académico y sus diversas instancias, definiendo la premisa de trabajar con contenidos prioritarios por asignaturas, con los procesos de evaluación y calificación, y con la capacitación y acompañamiento permanente a docentes. El vínculo con estudiantes se estableció en forma directa con cada preceptor del curso, que era el responsable del seguimiento individual para detectar circunstancias particulares ante la nueva realidad. Asimismo, se propició un trabajo de acompañamiento con el Gabinete Psicopedagógico, Área de Género y Salud integral, para generar espacios de contención.
- En un colegio preuniversitario con tantos estudiantes, ¿se pudo mantener el vínculo y desarrollar contenidos para todas y todos ellos?
- La estructura de asignaturas por departamento y la figura del preceptor por curso permitieron mantener el vínculo permanente con cada estudiante, además de su seguimiento individual, y el atendimiento de situaciones particulares. En relación a los contenidos curriculares, se desarrollaron desde el concepto de los prioritarios por asignaturas, con nuevas estrategias pedagógicas y recursos adaptados a la virtualidad.
- ¿Qué porcentaje de estudiantes quedó al margen por falta de conectividad o recursos tecnológicos?
- De acuerdo al relevamiento realizado al principio del proceso, el porcentaje de estudiantes con situaciones críticas de conectividad rondaba el cinco por ciento. A partir de allí se desarrollaron estrategias para facilitar equipamiento informático existente del Plan Conectar Igualdad y becas Conectividad para estudiantes de la Universidad Nacional de Córdoba.
- ¿Qué pensás cuando hay quienes dicen que este fue un año perdido en materia educativa?
- En primer lugar, es necesario que nos ubiquemos en la situación sanitaria que afectó al mundo, en el inicio del ciclo lectivo 2020. A partir de ello y en el marco de la imprevisibilidad de la situación y de un sistema educativo que no estaba preparado para una nueva modalidad, en nuestro caso, se pudo asegurar el vínculo educativo y de desarrollo de contenidos con todos nuestros estudiantes, por lo que no considero que se haya perdido el año, sino que se pudo cambiar y adaptar en función de las nuevas circunstancias. Ahora bien, en el marco de decisiones generales, creo que faltó generar previsibilidad al sistema, lo que generó incertidumbre permanente entre todos los actores educativos, así como una mayor autonomía federal para la toma de decisiones.
Ante la pregunta de cuál ha sido la mejor lección o aprendizaje de este 2020, Guerra subraya: El compromiso de la comunidad, el profesionalismo docente y el que no existirá educación sin empatía.
Y sobre lo que espera y avizora de 2021 en materia educativa, el director del Monserrat responde: Un año para repensar nuevos desafíos, donde la virtualidad asomó para quedarse en forma definitiva en la educación y hay que entender que debemos construir una educación más humana.
Contención y contenidos
Lo que menciona Guerra, director de un colegio que es modelo de educación pública de calidad, figura también entre los valores más mencionados por maestros y profesores de diferentes ámbitos y geografías. Y es que ningún contenido habría llegado a buen puerto o podría sostenerse sin una contención que no olvidara lo que acontecía alrededor de alumnas y alumnos con diferentes problemáticas y contextos familiares, sociales, económicos y laborales.
Nadie podría haber pensado en un año lectivo normal en un mundo donde al momento de escribirse estas líneas se contabilizan casi 81 millones de casos y 1,77 millones de muertos por Coronavirus, 42.650 de ellos en Argentina. Una pandemia que azota con su segunda ola a Europa y Estados Unidos y cuyos daños colaterales en desempleo, quiebras y tensiones continúan, mientras se aguardan las vacunas.
Es cierto que el espacio emancipador y de referencia que representa cada escuela, con sus aulas, sus bancos y cada rincón de su estructura, se quedó este año sin la presencia y el bullicio de estudiantes. Lo saben más que nadie las y los docentes que extrañaron las pizarras, los escritorios y galerías, pero sobre todo el poder detectar al instante, en la cara de cada estudiante, cómo llegaban su explicación o su mensaje o cuanta atención se había dispensado. La presencialidad es oro en polvo y no tenerla no los hizo ver, dijo con añoranza a este medio el vicedirector del emblemático colegio de barrio Marqués anexo.
Pero de ahí a afirmar, como algunos comunicadores repetían, que en 2020 no hubo clases hay una distancia tan grande como la de creer que con el inicio de las primeras vacunaciones en diferentes países ya se terminó la pandemia.
Pregúntenle a las y los profesores que atendieron consultas o evacuaron dudas de estudiantes en las madrugadas de un fin de semana o a la siesta de algún feriado. Consulten con quienes apenas terminaban de subir el material o la guía para el siguiente práctico, acondicionaban el espacio físico en su casa, desde donde se conectarían al siguiente encuentro virtual por Meet, Zoom, BBB o lo que fuera más conveniente o posible para sus alumnos.
Sondeen a padres, madres o familias a las que más que nunca se les dio un papel clave en la comunidad educativa y se les pidió también abrir las puertas de su casa y su intimidad a las explicaciones en directo de maestros, preceptores y/o profesores.
Pídanle a secretarios, directivos, preceptores y profes que les cuenten cómo se las ingeniaron para imprimir cuadernillos y materiales de estudio que hicieron llegar de los más diversos modos y respetando protocolos a quienes les era imposible conectarse remotamente.
Cuidar los tesoros
Empatía y resiliencia fueron palabras recurrentes entre docentes de secundarios para jóvenes y adultos que en la semana previa a la Navidad realizaban los últimos talleres de este año tan atípico y duro.
Entre los tesoros que dejó la marea del Covid-19 en su versión 2020 profesoras y profesores que hicieron estallar sus celulares con materiales preparados, videos o audios que transmitían por grupos de WhatsApp a sus estudiantes, muchos mencionaron la constancia, la capacidad de adaptación y la predisposición de quienes se sobrepusieron a la adversidad.
También el trabajo en equipo, que suplió las dificultades de algunos en el manejo de las nuevas tecnologías con los conocimientos y experiencia de quienes llevan años aprendiendo y enseñando, aun en condiciones que no siempre son las más favorables. Todos coincidieron en que lo hecho podría mejorarse con más recursos y conectividad, incluso quienes como en un Cenma de barrio Yapeyú se conectaron cada día con sus celulares a la hora de las clases presenciales para mantener vivo un vínculo con las y los estudiantes que, al final, se vio fortalecido.
Si se cumplen los vaticinios de una segunda ola o rebrote de Covid-19 para fines de febrero o marzo en la Argentina, el ciclo lectivo 2021 podría tener otro inicio remoto, virtual o semipresencial. Lo aprendido en este 2020 debería ser la plataforma de base para avanzar, pero esta vez con el foco puesto en aquellos que sin computadora o celular medianamente actualizado, o sin Internet o conectividad en su casa, corren el riesgo de quedar fuera del sistema. La educación es un derecho que sirve además para apuntalar otros, como el de la igualdad, o viceversa.
Mientras, en la arena que dejó al descubierto en su retiro la marea, siguen apareciendo agradecimientos, deseos y mensajes cruzados de esperanza de las comunidades educativas cuyos miembros merecen, más que nunca, unas apacibles vacaciones.