Ilustración Juan Pablo Dellacha
¿Qué pasaría si, en lugar de aceptar términos y condiciones que desconocen, los usuarios de redes sociales tuvieran poder de voto sobre su administración y fueran propietarios del pequeño segmento que ocupan en ellas? ¿Cómo sería todo si fueran ellos y no las corporaciones quienes saquen provecho económico de sus posteos y la algoritmización de sus gustos y preferencias personales?
Las respuestas están tomando la forma de servicios y aplicaciones que son los primeros esbozos de lo que sus creadores esperan que transforme internet por completo: una Web 3.0, o Web3, distribuida y gobernada democráticamente, y construida sobre cadenas de bloques descentralizadas. Es decir, en sistemas de registro compartido como las que utilizan las criptomonedas Bitcoin y Ethereum y escurridas de los servidores centralizados de las big tech (Google, Meta, Apple, Amazon y Microsoft).
En 2021, las empresas de capital de riesgo invirtieron más de 27.000 millones de dólares en proyectos relacionados con criptodivisas y el sistema que las sostiene. Es un monto que supera al total acumulado en los diez años anteriores y se destinó, en gran parte, a proyectos de la Web3. Algunos de ellos ya muestran resultados, como la fundación colaborativa DeSo, la red inalámbrica compartida Helium y el videogame Axie Infinity, y proveen alternativas a la internet controlada por los grandes jugadores del mundo informático. ¿Son muestras de lo que está por venir o solo esbozos del nuevo coto de caza de los gigantes tecnológicos?
Predicadores
Las divergencias en torno a la Web3 son amplias y contrapuestas. Si hay algo en lo que entusiastas y detractores coinciden es en que todavía estamos en una instancia de gestación y aproximación a la siguiente era de internet. Lo que explicita una certeza: la red que conocemos ya está cambiando.
Los entusiastas de la Web3 sostienen que, en la nueva era, los protocolos abiertos y las redes descentralizadas y administradas por la comunidad vía blockchains permitirá quitarle el control de la red a las plataformas corporativas y redistribuir las ganancias que ellas obtienen al comercializar los datos y preferencias personales de los usuarios.
En la actualidad, compañías como Meta o Google obtienen beneficios a través de la concentración de datos de usuarios para la venta de anuncios dirigidos. Es decir que generan ganancias a partir de la información que recolectan de nuestras interacciones en sus plataformas. Y controlan el espacio virtual censurando o excluyendo discursos y usuarios según protocolos de uso muchas veces opacos y discrecionales, que están cada vez más en debate, como lo expuso el affaire entre Elon Musk y Twitter.
En la Web3, prometen sus impulsores, serán los usuarios quienes moneticen directamente sus perfiles mediante criptodivisas convertibles y quienes, también, establezcan las condiciones de uso. Así, cada posteo y cada interacción podría tener un valor tokenizado del que el usuario podría beneficiarse. Un buen tuit, con miles de réplicas y retuits, no deberá esperar a que una empresa lo reconozca con un canje o una promesa de trabajo: el usuario podría transformar directamente las interacciones en criptodivisas. Un Spotify de la Web3 podría permitirles a los fanáticos comprarles participaciones a artistas emergentes, convirtiéndose en mecenas a cambio de un porcentaje de sus regalías.
Refutadores
Hay otros que son más escépticos. Creen, en resumen, que la excitación por la Web3 es un coletazo de la fiebre por las criptomonedas y que el paraíso anárquico de sus predicadores es un sueño irrealizable. En primer lugar, porque consideran que la capacidad técnica para sostener una red de ese tipo no existe y requeriría de un esfuerzo de instalación inusitado. Y en segundo, porque entienden que la historia de internet ha pasado cíclicamente por momentos de hibridación y experimentación que derivan, inevitablemente, en el embudo de las grandes compañías del sector, que cooptan las innovaciones en su provecho.
Entre 1990 y 2005, lo que hoy se conoce como Web1 era un espacio cibernético de protocolos abiertos descentralizados y gobernados por la comunidad. Con reminiscencias al viejo sueño hippie y setentista de la Costa Oeste norteamericana, combinado con la necesidad académica de conectar los puertos universitarios de un territorio tan extenso para compartir datos, la primera internet masiva dejó que la mayor parte de su valor acumulara en los bordes de la red: usuarios y constructores. Fue la era de los blogs, los foros y los primeros portales como AOL, donde la gente leía páginas web estáticas de forma pasiva.
A mediados de la primera década del siglo XXI, lo que hoy llamamos Web2 torció el rumbo de su predecesora hacia servicios centralizados y administrados por corporaciones que se transformaron en los árbitros de internet: empresas capaces de procesar y acumular una cantidad enorme de datos para usarlos en su beneficio a través de la publicidad y la generación de servicios dirigidos, y de orientar el tráfico en una u otra dirección. El valor se acumuló en un puñado de empresas como Google, Apple, Amazon y Facebook, que fueron adquiriendo o ahogando a sus competidores, quedándose con una porción ingente de la red que ha puesto en jaque la democracia en internet y también fuera de ella, como sucedió en las elecciones presidenciales de Brasil y Estados Unidos. En la Web2, la gente pudo crear y publicar su propio contenido, a participar de forma activa. Pero la mayor parte de esa actividad terminó siendo distribuida y monetizada por grandes empresas, que se quedaron con la mayoría del dinero y el control.
Una nueva aventura comienza
Ahora estamos a las puertas de la Web3, que promete combinar el espíritu descentralizado y gobernado por la comunidad de la Web1 con la funcionalidad de la Web2. La Web3 es la internet propiedad de los constructores y usuarios, orquestada con tokens. Será, dicen, una internet con más privacidad, menos intermediarios y una “identidad descentralizada”: una huella digital personal basada en cadena de bloques de los trabajos que hemos realizado, los eventos a los que hemos asistido y los proyectos en los que hemos contribuido. Como un pasaporte de la red que se convertiría, en esencia, en registros permanentes de nuestras vidas on line, un historial de antecedentes que otros usuarios podrían consultar para decidir ponerse en contacto con nosotros. ¿Aterrador? Este episodio de la serie Black Mirror puede ser una muestra.
Web3 es un término que acuñó Gavin Wood, el padre de la criptomoneda Ethereum, en 2014. Su slogan es “menor confianza, mayor verdad”. Menos fe en que el mundo vaya a funcionar -frente a la evidencia diaria que la pone en duda- y más racionalidad compartida -simbolizada en la tecnología de las cadenas de bloques-. Para Wood, “la confianza implica que estás depositando algún tipo de autoridad en otra persona, o en alguna organización, y ellos pueden hacer uso de esta autoridad de una forma arbitraria. Queremos más verdad: una razón de más peso para creer que nuestras expectativas se cumplirán”.