Ro Barragán es artista visual, magíster en estética y teoría del arte. Vive en La Plata y se desempeña como profesora titular de grabado en la Facultad de Artes de la UNLP. Es también ideóloga del estudio de artes Ilusión Gráfica y es una de las fundadoras de la School of Bad Printing junto a Mizdruk (Holanda) y Kennedy Prints (EEUU).
Tanto en su práctica artística como en su labor en la investigación, así como en su vida cotidiana, ha explorado el sticker como lenguaje artístico y canal de comunicación. En esta entrevista, se anima a pensar a los stickers que usamos en servicios de mensajería instantánea como WhatsApp en perspectiva artística. Y en el linaje del sticker art y su forma de ?integrarse a su entorno", como decía Shepard Fairey. ?Hay una serie de paralelismos que se pueden hacer entre el sticker art y estas prácticas de los stickers de WhatsApp, que están evolucionando rapidísimo?, observa Barragán.
-¿Cómo definís al sticker art?
-Para mí, el sticker art son esas pequeñas imágenes autoadhesivas que podemos encontrar pegadas en diferentes soportes. Sea en la calle (en un colectivo, en una parada, en una pared) y que también están en ámbitos más privados como una mochila, un auto, un skate. Son imágenes al estilo de las viejas calcomanías que trascendieron el juego, porque en nuestro contexto el sticker con funciones artísticas deriva de las figuritas. En otros lugares ha estado atravesado por cuestiones publicitarias, pero acá está más relacionado al álbum de figuritas. Luego se ha ido desprendiendo de ese formato específico y del juego para ocupar un lugar comunicacional.
-¿Hay similitudes entre lo que definís como sticker art y los stickers que usamos en nuestras charlas de WhatsApp?
-Tienen muchísimas cosas en común, como la circulación y la comunicación. Tanto en los stickers ?analógicos?, de papel adhesivo, como en los virtuales hay un trabajo de edición y un trabajo gráfico que lleva esas imágenes a una síntesis. Algunas tal vez no, pero las más efectivas son las más sintéticas desde el punto de vista comunicacional. Tienen mucho más impacto cuando logran transmitir de manera directa. Y en ambos casos se apela al humor, a la parodia, a la complicidad del otro. Hay stickers que surgen de lo privado, como puede ser uno que vos o yo hagamos de nuestro gato para enviárselo a un familiar, y de pronto ocurre que a los dos o tres meses te llega ese sticker del gato enviado por otra persona. Entonces lo que surgió como una cuestión íntima de diversión trasciende ese espacio común y se difunde en la lógica de las redes, donde todo se esparce de manera exponencial. Nunca sabemos el alcance que pueda tener lo que soltamos al cibermundo.
-La de hacer nuestros propios stickers se convirtió en una práctica habitual. En general contienen un código compartido con las personas a quienes se los enviamos. Eso remite a una práctica que vos mencionás dentro del campo, que es el arte correo de Edgardo Antonio Vigo, por ejemplo. ¿Qué potencia tienen esas imágenes que tienen un sentido escondido para el común de la gente?
-La imagen cifrada permite múltiples lecturas. Porque puede haber un chiste o un código que vos manejes con tu familia a través de una imagen que hagas, como un sticker que yo haga con mi cara y una frase que pueda remitir a una situación específica de cierta complicidad. Pero una vez que ese sticker trasciende nuestra comunicación ida y vuelta, bilateral, y comienza a circular en otros ámbitos, adquiere otro sentido. Porque ya se escapa de la anécdota. Y si bien el sentido puede variar de persona a persona que interpreta, es muy posible que exista un rasgo que prevalezca, para significar asombro, aburrimiento o lo que fuera. Esos mensajes se traducen en el sticker, aunque también se los puede acompañar de un texto. Entonces si bien la imagen tiene un sentido especial, contiene un mensaje fácil de decodificar que lo hace circular por otros teléfonos y circuito para ser leído.
-Una idea muy interesante que formulás en una de tu tesis es que los stickers callejeros ?distienden la opresión del mundo? en el que vivimos. ¿Esa virtud también la tienen los stickers digitales?
-Sí. Quizás, yo no lo tomaría como algo tan grande, pero de alguna manera sí están distendiendo la comunicación. Mandando una imagen en lugar de escribir un montón de palabras tal vez podés resumir cierto texto, o suavizar alguna situación. Podés enviar un sticker de un tipito que dice ?tristeza? y de alguna forma estás diciendo que estás triste pero sin ser tan dramático. También puede ser a la inversa. Algunos stickers pueden ser usados para potenciar algún tipo de mensaje.
-Muchas de las conversaciones que hoy tenemos por WhatsApp son por trabajo o por cuestiones serias, algo que se intensificó en la pandemia. Y son instancias donde se ha perdido la gestualidad, la respiración, el tono. Aspectos que hacen al mensaje y que tal vez expliquen que hayamos incorporado tanto a los stickers en su reemplazo.
-Lo que decís de la gestualidad es importante porque los stickers dotan de humanidad al mensaje. Dan un giro visual en el que un lenguaje es interceptado por otro lenguaje. El lenguaje escrito es interferido por el lenguaje visual, incluso con imagen en movimiento. En este tiempo que estuvimos aislados se propició que haya una búsqueda por establecer más comunicaciones. Y que sean más fluidas, más sueltas, más ligeras, más espontáneas.
-Otro punto interesante es el vínculo que hacés del sticker con la pegatina dadá. Hoy muchos stickers de WhatsApp se usan para el sarcasmo, o el humor absurdo. ¿El sinsentido aparente sirve para romper la linealidad de una conversación?
-En el dadá lo que se trabajó fue el contrasentido, preguntas acerca de la vida y lo disruptivo, la interferencia, lo inverosímil: molestar e interpelar al público con el sinsentido. Los stickers en general vienen a reforzar algo que se está diciendo, pero pueden funcionar también como quiebre o de cambio de sentido para rematar una conversación.
-Ahí influye la impronta que cada uno le dé a sus conversaciones, supongo. Otro de tus trabajos es sobre el uso de la infinitud de recursos visuales que hay en internet. A partir de ellas, usuarios y grandes compañías hacen stickers. ¿Qué dimensiones artísticas se abren aquí, en este momento tan confuso del mundo del arte? ¿Hay aristas de un lenguaje propio de lo que sería el sticker art digital?
-No he visto muestras, exposiciones o archivos que hablen de estos stickers digitales tomados como obra. Pero sí se ha producido con memes, que después se convierten en stickers y luego aparecen en un video, en una pegatina en la calle o en la tapa de una revista. Me parece que en este momento en el que vivimos el arte, donde coexisten tantos lenguajes y tantos recursos y posibilidades, no es loco pensar que esto pueda derivar en una práctica artística. Todo va a depender de la mirada con que sea tomado desde la producción del arte. Y de la mirada con que sea recibido. Hay algo que tiene que ver con la selección: si un artista toma para su obra los stickers que están circulando y hace un determinado recorte, o si diseña sus propios stickers para ponernos a circular bajo una mirada artística, nos estaría dando un plus. Yo no he visto hasta ahora una exposición con el seguimiento de una serie de stickers originales, con una recopilación de datos de circulación u otras particularidades del sticker. Con eso estaría traduciendo toda la cuestión a una propuesta artística en concreto. Eso podría ocurrir. Pero necesitaríamos más tiempo para saberlo.
-¿Es dable pensarlo en los tiempos de los NFT?
-No es descabellado pensar en que alguien que haya creado un sticker icónico lo venda como NFT. También están los casos de imágenes como la de disaster girl, que se vendió en el mundo del criptoarte. La que vale es la que tiene el certificado extendido por la protagonista. Y el resto circula. Pero hay una distinción que se da ahí, una valorización a través de la tokenización. Con los stickers se pueden hacer muchas cosas. Y son muy lindos, me encantan.