Cualquiera que haya aspirado a un trabajo autoral o inserto en un ambiente competitivo lo entenderá rápido: a menudo, los grandes jugadores ofrecen como retribución al trabajo el “reconocimiento” o la “visibilidad” que ellos, supuestamente, suministran. Una pretendida vidriera que suele ser necesaria para quienes recién empiezan pero que a menudo se convierte en una forma de precarización y de baja de salarios. La generalidad de las plataformas de streaming dedicadas a la música, y YouTube en particular, parecen trabajar bajo la misma lógica: te pagamos poco porque la retribución real es el reconocimiento y la llegada que solo nosotros te podemos dar.
Debemos partir de la opacidad: no hay un criterio unificador para el pago de regalías por reproducción en las distintas plataformas de streaming, tarifario oficial ni seguimientos transparentes de los ingresos que las plataformas primero captan y luego reparten entre los artistas. Según un sondeo con datos de 2019 reunidos por los medios Digital Music News, The Trichordist y Soundcharts, las plataformas que mejor pagan son Amazon Music Unlimited (0,0119 dólares por reproducción), Napster ($0.0106) y Tidal ($0.0099). De ellas, solo Tidal presta servicio en Argentina. La versión estándar de YouTube, esa que usamos todos en nuestra PC o el smartphone, aparece en el puesto 10 (detrás de Apple Music, Deezer y Spotify, entre otros) porque solo paga $0.00164 dólares por reproducción (siempre que tu cuenta sea aceptada como partner). La retribución es mayor cuando la reproducción se hace desde alguna de las versiones pagas de YouTube (Premium y Music), que alcanza los $0.008 por reproducción. Según datos de Counterpoint Research, YouTube Music tiene el 5% del mercado de streaming musical, muy por debajo del líder, Spotify (34%).
Con 28 millones de usuarios en Argentina, YouTube es la arena de la música contemporánea, el teatro donde se prueban y validan los hits. El rol que antes cumplían las radios y los canales de cable dedicados al videoclip y la cultura pop, ahora le toca a la plataforma del logotipo rojo. Allí se estrenan las canciones en simultáneo con su videoclip, desde allí nacen los videos de reacción y las críticas (hoy es más importante lo que tenga que decir Anthony Fantano que la review en RollingStone) y nace el tan deseado engagement. Pero obtener beneficios monetarios directos de eso no es tan sencillo. A los impuestos por ingresos de toda actividad económica se le suma la dificultad para siquiera empezar a ser considerado “partner” y entonces “monetizar”. Los términos de la plataforma parecen claros, pero a menudo la práctica es más intrincada y elusiva: en muchas ocasiones, los pagos se realizan con meses de retraso y mediante plataformas que, dependiendo de las brechas cambiarias, se quedan con demasiado a la hora de extraer el dinero. O, lo que es peor: muchos artistas desconocen cómo generar dinero a través de las plataformas.
Por eso hoy es importante el rol de un agente nativo de la industria digital, las agregadoras. Estas distribuidoras digitales intermedian entre artistas y plataformas para optimizar la disponibilidad de la música on line y sistematizar los beneficios que pudieran obtenerse. Se encargan de un entendimiento que los grandes sellos discográficos tienen directamente con las plataformas, lo que redunda en alianzas nuevas para el negocio de la música a nivel mundial y que puede sorprender con artistas argentinos en las luminarias antes reservadas solo para las superestrellas del mundo anglosajón, las más grandes de Times Square. Para la gran mayoría, en cambio, se acumulan las tareas a cargo (a la creación se suman la producción, la difusión, el diseño, todas etapas donde el artista debe invertir sin la seguridad de obtener por ello una recompensa) y se concentran los pagos en cada vez menos ventanillas.