“Hay que ser antidisciplinado”
Desde Medellín, Santiago Arango propone pensar en la herramienta para adecuarla a nuestros intereses. Y que no suceda al revés. En un ejercicio que combinó las influencias de pensadores como Marshall McLuhan y Byung Chul Han, Arango se propuso ver de qué forma el nuevo modelo digital de producción y distribución digital de la música estaba afectando a las audiencias y a los músicos: cuánto había de nuevas posibilidades y cuánto de exigencias, cuánto de apertura y cuánto de cerrazón.
En La era de la hipermúsica: trampas, beneficios y retos, el ensayo periodístico resultante de la investigación, Arango pudo distinguir algunas constantes y tendencias de mercado que operan en una dirección, pese a la ilusión de libertad, infinitud y control que venden las plataformas de música, en especial Spotify. Arango propone no satanizar el nuevo modelo, que ciertamente brinda un acceso a la música grabada inédito en la historia cultural de la humanidad, pero advierte sobre sus trucos y letras chicas: la forma en que ordena nuestras prácticas respecto a la música y la actividad on line y el modo en que lleva a los músicos a un callejón sin salida.
¿A qué conclusiones sobre el modelo de escucha actual llegaste tras la investigación para tu libro?
Lo que he inferido es que la gente necesita mucha más determinación respecto del actual modelo digital. No solo los artistas, que lo necesitan para distribuir su música y relacionarse con sus seguidores, sino también los melómanos, los oyentes, que necesitan más autonomía y más capacidad de determinación en cuanto al panorama actual. He escuchado mucho la frase no hay nada que hacer, así es el modelo. Pero yo creo que sí se pueden hacer cosas. ¿Cómo? Pues tomando el control de la herramienta. No dejar que el algoritmo sea el que recomiende y evitar esa compulsión que tenemos a darle me gusta, a compartir todo. Es un modelo que intensifica la productividad neoliberal. Es una forma de consumo. Hay mucha información que hay que consumir rápido, compartir y mostrar que sí me gusta. Pero la gente tiene la posibilidad de detenerse para decir 'momento, me voy a tomar el tiempo para escuchar este disco completo'.
¿Cómo nos afecta el modelo en las prácticas cotidianas?
Yo compro mucha música, me gusta hacerlo. Y solía tomarme una foto con cada nuevo vinilo que me compraba. Hasta que dije 'a la gente qué le importa'. Uno cae en eso porque así es el modelo. Y cuando publicás lo que estás haciendo es entregar tu información. Le estás entregando pistas al algoritmo, das un perfilamiento de tu identidad. Toda esa información es utilizada por agencias y brokers que te perfilan y luego usan esos datos para que sepan qué nos gusta y qué pensamos en términos de consumo. Solo con escuchar música.
¿Cómo fue recibido el libro por quienes trabajan con la música?
El libro ha estado generando conversación y debates porque hay una mirada muy positiva sobre lo que están haciendo las tecnologías digitales. Gente que piensa que esta es la oportunidad real, la panacea. Muchos incluso desde la producción de música independiente piensan que ahora sí se abre la posibilidad de obtener distribución y ganancias para su música. Pero tras leer el libro me han dicho que no habían analizado el problema desde este punto de vista, y me preguntan qué hacer ante el dilema. Ahí está el punto: no hay una forma general de hacerlo. Se trata de descubrir cómo hace cada uno para tomar el control sobre las herramientas.
¿Cómo afectó este modelo a la forma en que se hace la música, en sus formas y contenidos?
En mi libro hablo de una investigación académica donde se concluyen dos cosas: que las canciones son más cortas que antes y que, si lo proyectamos, en 2030 las canciones van a tener un promedio de 2 minutos de duración. Hoy, las canciones que se vuelven virales duran entre 2 minutos y medio y tres minutos. Entonces muchos grupos piensan en cómo tener un sencillo viral antes que en hacer una canción. Y piensan que si se toman 40 segundos para la introducción se les está yendo casi media canción en eso. Así, se van acabando los intros, outros, intermedios o solos instrumentales porque simplemente lo que dice el modelo es que hagas canciones rápidas, dado que la capacidad de atención de los seres humanos se ha reducido unos 6 segundos en los últimos años. Es más difícil concentrarnos hoy, y eso redunda en el consumo serial de la música, donde la gente escucha solo una porción del tema y oprime siguiente. Los artistas están preocupados por hacer una canción capaz de ser muy corta y a la vez atrape al oyente. Y sacrifican la creación, dándole prioridad a lo que indica el modelo puesto que si lo desoyen, el mismo modelo les dice que nadie los va a escuchar.
¿Qué rol tienen los artistas y oyentes falsos?
Los tracks de artistas fantasmas tienen que ver con la payola digital: en el libro me encontré con que, para las bandas, está mal pagar para que publiciten su canción en una emisora de radio, pero dudan sobre si está mal hacerlo en Facebook o YouTube. Hay una percepción distinta. Hice el ejercicio de seguir y dar like a las promociones de Spotify e Instagram para ganar seguidores, entrar a playlists y demás. Ahí te dicen abiertamente cómo obtener eso según el dinero que tengas. En una de las presentaciones del libro hablé de la compra de seguidores y me pareció muy curioso que un músico, al finalizar, me pidiera que le repitiera cómo podía comprarlos. Le pregunté si estaba seguro de querer comprar eso, que en definitiva es una ficción de bots que no escuchan tu música aunque la reproduzcan, y él me contestó que sí, porque así es como funciona. Es una faz ética que lleva al músico a pensar su relación con la música y el arte. Si lo que hago depende o no de los likes y reproducciones. Los mercados culturales, como las ferias y ruedas de negocios, le han hecho un daño tremendo a la música en ese sentido.
En el plano individual, ¿cómo afecta esto a los músicos?
Cada vez hay más tareas para el músico y cada vez se presenta más el síndrome del trabajador quemado, el burnout. Se queman porque hay que actualizar estados, generar seguidores, hacer vivos, opinar sobre todo, meter pauta, ensayar, hacer canciones, sacar sencillos, videos líricos… En ese contexto fue revelador para mí el libro La sociedad del cansancio, de Byeung Chul Han. Ahí dice que somos una sociedad de agotados, y eso en la música se ve en la presión que el modelo pone en los músicos. El modelo les está diciendo que tienen que ser los mejores, que tienen que brillar porque ya están las herramientas para que lo logre. Tienen que ser emprendedores de ellos mismos. En el libro analizo seis bandas. Tres migrantes digitales, y tres nativas digitales. Y, a grandes rasgos, a los dos grupos el modelo actual les parece una mierda. Les parece que es esclavizante y que ha fracturado la relación con sus audiencias. Son muy críticas con la forma de pago y están incómodas con esta sensación de adáptese o muera.
¿Cómo manejan la frustración los músicos?
Una de las bandas que tomé como estudio de caso iba a sacar un disco ese año, con una preventa para editarlo en vinilo, pero antes se acabó la banda. Mantenerse es muy difícil para las bandas y tiene que ver con esa promesa del ecosistema digital de que te van a escuchar en el mundo, lo cual sucede muy excepcionalmente. Spotify tiene 70 millones de canciones más que la tuya, con 40 mil nuevas que se suben todos los días, ¿cómo va a hacer alguien en Londres o Lima para llegar a tu música? Si entrás a mirar los números resulta que solo tenés 300 escuchas al mes. Es muy pequeña la muestra de las bandas a quienes les ha resultado bien el modelo. Creo que hay una tarea pendiente, que menciono al final del libro, y es la de hacer ver a las bandas cuál es el esfuerzo real para que, por ejemplo, una banda gane unos 15 dólares. Para que alguien logre eso, hablando de grupos o artistas que no son masivos, tiene que remar mucho. Y eso frustra mucho a los músicos que han puesto eso como su gran objetivo, cediendo a la presión del modelo. La plataforma debería ser una herramienta más y no pensar solo en lograr esa cacareada monetización a través de ellas.
¿Qué función cumplen los oyentes usuarios en este modelo?
Hay una palabra que uso porque creo que define el espíritu del libro, y es la antidisciplina. Hay que ser antidisciplinado. Hay que desmarcarse, ser críticos, reflexivos, estudiar. Y eso no es fácil porque el modelo te conduce a otra cosa. Es un tema que trasciende la música. Ahora trabajo en un nuevo proyecto que ronda la relación entre música, control social y vigilancia. En cómo la música se convierte en un instrumento de control social a través de las tecnologías digitales. Y creo que en ese contexto quienes consumimos música tenemos la obligación de ser conscientes, de sacudirnos y preguntarnos cómo despertar la inquietud en las personas. Yo tengo esta mirada y el libro tiene un marcado acento en ese sentido, aunque reconozca los beneficios del modelo digital. No los satanizo, pero sí lo pongo en la balanza para ver cómo construimos nuestra relación con la música hoy.