Ver repleta de público la sala mayor del Teatro Solís de la ciudad de Montevideo es un espectáculo en sí mismo. Asistir al reestreno de Esperando la carroza a cargo del elenco de la Comedia Nacional es una oportunidad para no dejar pasar.
Con entradas populares a $400 uruguayos (agregar un cero para calcularlo en moneda argentina), otra vez las casi mil localidades se vendieron en apenas días para ver este clásico teatral que cumplió 60 años en 2022. Justamente para celebrar el aniversario redondo, el elenco oficial había repuesto el año pasado la obra escrita por el uruguayo-rumano Jacobo Langsner (1927-2020) y las entradas se agotaron un mes antes del reestreno. Ahora en este otoño se programaron seis funciones más, y el público respondió con la misma fidelidad. No cabía un alfiler.
La historia es conocida y gira en torno a la familia Musicardi. Mamá Cora, con sus +80, madre de tres hijos y una hija de perfiles bien diferentes y que han corrido distinta suerte económica en su andar, convive justamente en la casa de ese que no prosperó, que más privaciones y menos carácter tiene, hasta que su nuera, al borde del desquicio, superada de tener que lidiar con ella, decide enfrentar a sus cuñados y concuñadas en un domingo cualquiera para que se hagan cargo de la suegra que, encima, ha desparecido. Todo esto, en el registro altisonante que supone el grotesco criollo, género que Langsner, de familia de inmigrantes, podía dar cuenta en su carta de presentación.
“Yo hago ravioles, ella hace ravioles”
Interesante conocer el derrotero que tuvo esta comedia amarga hasta llegar a la pieza de culto que es hoy a ambos lados del Río de la Plata.
Cuando en 1962 la Comedia Nacional la estrenó en la Sala Verdi de Montevideo, ni el público ni la crítica acompañaron la puesta. No se entendió, o no gustó, o fue demasiado mordaz el humor costumbrista con el que se pintaba a esta familia estruendosa y llena de contradicciones que ventilaba los trapitos al sol.
Tuvieron que pasar 12 años, con una puesta del Teatro Circular de Montevideo, para que se volviera un éxito y permaneció una década en cartel.
En 1984 la obra cruzó el río y pasó al circuito teatral de Buenos Aires. Un año después, con dirección de Alejandro Doria, que adaptó junto con el autor algunos pasajes del libro, Esperando la carroza llegó al cine.
La película también tuvo que sortear un primer tiempo de incomprensión porque el registro sonaba demasiado burdo, “gritón”. No obstante, luego pegó de lleno en el corazón del ser argentino que asumió como propio ese mar de contradicciones y encontró algo revelador en esos personajes viscerales, y algo crápulas también, capaces de ir del reproche al candor en un minuto.
Aunque ya traían su propia trayectoria, fue con esta película que Antonio Gasalla, China Zorrilla, Luis Brandoni, Betiana Blum, Mónica Villa, Andrea Tenuta o Enrique Pinti se volvieron parte de la familia.
La comedia interpeló al público hasta volverse una de las más queridas del cine argentino al punto de tener clubes de fans y grupos de miles de seguidores en las redes sociales.
Algo de eso se puede ver en Carroceros (aquí, el tráiler) un inspirado documental que retrata el fenómeno que generó esta película en público de todas las edades: fans que se disfrazan como los personajes o que recaban memorabilia, aplican una escena para cada situación de la vida, veneran la casa donde se filmó la película o son capaces de repetir parlamentos enteros.
Arriba el telón
Sesenta años después de aquel estreno incomprendido, la Comedia Nacional de Montevideo repone este clásico a sala llena en el Teatro Solís y el público festeja la radiografía social donde mandan las apariencias, el doble discurso y los desbordes.
La puesta dirigida por Jimena Márquez toma la posta de la película, haciendo cómplice al público de las andanzas de Mamá Cora (en la versión original, la suerte de la mujer se revelaba recién en la última escena). La platea celebra que la viejita circule por los pasillos suelta de boca, con la impunidad que dan los años contando eso que todos piensan pero nadie dice.
Muy elogiable lo de Gabriela Iribarren, en la difícil tarea de ponerle personalidad propia a Elvira, el papel que inmortalizó la gran China Zorrilla.
El reconocimiento general es para Jimena Vázquez, en la piel de Susana, la cuñada que está harta de convivir con la suegra y se enfrenta a su familia política con una diatriba que el público premia con un aplauso cerrado.
Siglo 20 Cambalache, domingo de pastas caseras sin teléfonos celulares. La mesa está tendida, que sigan los reproches.
Hay un gustito especial en aceptar el juego del espejo de esta familia altisonante donde los trapitos se ventilan al sol.
“El punto especial de lo que escribo se apoya en la hipocresía de la clase media a la que pertenezco”, confió alguna vez Jacobo Langsner, el autor.
Los conflictos están amplificados, la crispación es una constante, el humor viene al rescate. y es mejor reír que llorar. O las dos cosas juntas. Que cada uno haga lo que pueda con esas verdades.