Desde hace 60 años, una porción del mundo discute, analiza y planifica lo que se denomina como movilidad sustentable. En síntesis, estas dos palabras escritas a la par indican la necesidad de pensar cómo nos movemos en el espacio público de manera eficiente, incluyente y respetuosa del medio ambiente. O sea, cómo impactamos -la famosa “huella de carbono”- en nuestro entorno cada vez que nos dirigimos de un punto a otro. Se trata de repensar la movilidad de una manera consciente en lo que respecta al ambiente.
¿Encender el motor de un auto a nafta para ir al comercio ubicado a cinco cuadras? ¿Buscar a los chicos en el colegio del mismo barrio en el que vivo en un vehículo automotor? ¿Ir a trabajar a la zona céntrica en mi auto, solo?
Lejos está de ser un concepto que implique una decisión individual. La movilidad sustentable hace referencia a todo un sistema pensado para un traslado en el que la huella de carbono impacte lo menos posible.
Por eso, se suele sintetizar a la movilidad sustentable como un modelo colectivo que desafía el uso del automóvil particular, que en muchos lugares del planeta continúa siendo el centro de todo el sistema.
Un concepto que permite repensar las trazas urbanas con el objetivo de reducir y minimizar el uso del auto o la moto para fomentar, y promover, el transporte público y el uso de la bicicleta.
En Argentina, grandes urbes como la ciudad de Buenos Aires, Rosario, Córdoba y Mendoza, para citar sólo algunos ejemplos, hace tiempo que generan acciones de todo tipo enmarcadas en este concepto: la proliferación de ciclovías, la necesidad de que las calles y avenidas vayan de manera paulatina cediendo cada vez más carriles para peatones, bicicletas o sólo vehículos del transporte masivo de pasajeros, son sólo algunas medidas que se asocian, de manera laxa, a este concepto.
La idea de un transporte público de uso masivo en el que convivan diferentes tecnologías, desde el motor a nafta hasta los trenes y subtes, no sólo tiene como objetivo desalentar el uso del auto particular para mitigar la contaminación ambiental (no es lo mismo 20 autos echando humo que 20 personas sentadas en un solo ómnibus), sino que también implica otro modo de vida, más allá de la cuestión ecológica: menos congestión, menos estrés al manejar, más tiempo disponible para hacer otras cuestiones ya sin estar frente a un volante.
Se trata, al mismo tiempo, de la democratización del uso del espacio público, en cuanto a la movilidad. Un viejo axioma indica que el mejor sistema de transporte colectivo es aquel que eligen, al mismo tiempo, un empresario y un mendigo.
No se trata sólo de fomentar el uso intensivo de colectivos, trenes o subtes, sino de generar todo un sistema eficiente, en base a los datos informáticos: horarios de mayor tráfico, frecuencias que se respeten, tiempos de espera acotados, capacidad acorde de los medios de transportes, entre otras variables.
El ideal de un transporte masivo óptimo no sólo genera efectos ambientales, sino que incide de manera directa en la productividad de toda una sociedad.
Un sistema que también considere, como una de sus patas fundamentales, el uso intensivo de las bicicletas o de la movilidad a pie, además de toda una red de vehículos de alquiler acorde a los tiempos que corren.
Lo que supone, necesariamente, toda una planificación que también deba tener en cuenta los medios de pago, el acceso diferenciado de acuerdo a las distancias y todo el abanico de las políticas de financiamiento para que nadie quede excluido.
Ahora bien, ¿cuán cerca o lejos estamos en Argentina de este ideal? El estudio sobre “Movilidad y transporte en la Argentina”, de la Fundación Colsecor da varias pistas al respecto. Se trata de un diagnóstico que puede funcionar como punto de partida al momento de repensar esta realidad clave para el andamiaje de cualquier sociedad.
Movilidad y transporte
El estudio sobre Movilidad y Transporte en Argentina 2022-2023 se realizó a partir de la encuesta a 1480 personas pertenecientes a diferentes estratos de la sociedad, realizada entre el 11 y el 27 de noviembre de 2022.
El estudio estuvo a cargo de Mario Riorda, Griselda Ibañez y Mónica Cingolani.
Principales hallazgos
En Argentina, el auto particular continúa siendo el centro de todo el sistema de movilidad: lo eligen casi cinco de cada 10 personas (el 47 por ciento de los encuestados). Un 30 por ciento respondió que tomaba el colectivo, igual porcentaje que dijo preferir (o no tener otra opción que) caminar.
Entre quienes respondieron preferir el auto como medio principal de movilidad, un 37% dijo que lo hacía porque les resultaba práctico y cómodo; un 18% porque no tenía otra opción; y un 5% porque adujo que tenía un bajo costo.
Las respuestas esconden otra contestación: en términos generales, el sistema de transporte masivo continúa lejos de ser fiable en cuanto a la ecuación de costo, tiempo de traslado y tiempo de espera.
El cruce de datos entre género, edad y medio de movilidad también genera conclusiones más que interesantes.
“Un llamado de atención: hay sexismo. Si sos mujer, tenés menos chances de tener auto. Y si tenés menos estudios o si sos joven, también”, advierte el estudio.
Seis de cada 10 varones eligieron el auto, mientras que en las mujeres el porcentaje disminuye al 40 por ciento. Si es para ir a trabajar, ellos optan por el vehículo particular en un 35 por ciento; las mujeres lo hacen sólo en un 18 por ciento.
Otro interesante dato que aporta la investigación indica que en la medida en que las localidades son más populosas se intensifica el uso del sistema de transporte público masivo (colectivos urbanos y trolebuses): 49% forma de movilidad principal en ciudades de más de 100 mil habitantes; 30% en ciudades de entre 35 y 100 mil; 19% en ciudades de entre 10 y 35 mil habitantes.
Sin embargo, disgregar estas respuestas permite observar todo lo que aún le falta al transporte público para ser la opción más eficiente.
Los que optan por ese sistema aseguraron que lo hacen principalmente porque no tienen otra opción (primer motivo), porque es el bajo costo (segundo), porque es de fácil acceso (tercero) y porque le resulta práctico y cómodo (cuarto). Este último argumento fue respondido por sólo el seis por ciento de los usuarios del transporte público de pasajeros.