Con la premisa de que es importante estimar y conocer el retorno privado de estudiar, Martín Nistal detalla los resultados del último trabajo del Observatorio de Argentinos por la Educación titulado “¿Vale la pena estudiar?”.
“Hay estudios que demuestran que informar a los padres y a los chicos sobre los retornos económicos de la educación aumenta la asistencia, la matriculación. Hay evidencia de que es una buena política”, asegura Nistal, licenciado en Economía por la Universidad de Buenos Aires (UBA) y analista de datos del Observatorio.
-¿En qué consiste el concepto de "retorno privado" de la educación superior?
-Cuando hablamos de retornos, podemos hablar del retorno social de la educación que es el impacto en toda la sociedad, o del retorno privado que es el beneficio individual de estudiar. Por ejemplo, las sociedades más educadas hacen democracias más estables, eso es retorno social. El privado es el retorno para uno mismo, y en el caso de este estudio es económico porque el enfoque fue monetario.
-¿Qué elementos se tuvieron en cuenta para estimar que, por cada año de educación, los ingresos aumentan en promedio un 10%?
-El estudio habla de que por cada año de educación hay, en promedio, un 10 por ciento más de ingresos. Eso es un promedio para toda la sociedad, por lo que no necesariamente un año más de educación primaria puede tener el mismo retorno que un año más en un posgrado, por ejemplo. El cálculo es un promedio, pero hay diferencias en cada nivel y en cada persona. La pregunta que quisimos responder es “¿qué pasaría con mis ingresos si estudio un año más?”, y ese 10 por ciento es un contra fáctico. Hay estudios que demuestran que informar a los padres y a los chicos sobre los retornos económicos de la educación aumenta la asistencia y la matriculación, hay evidencia de que es una muy buena política, muy recomendada como incentivo.
Esto, además, teniendo en cuenta que en Argentina la mayoría de la educación es pública y mayormente gratuita, por lo que uno no suele hacer el cálculo de la inversión versus el retorno. En otros países donde la educación superior es privada y cara, es más común hacer el cálculo de cuál será la inversión y cuál el retorno.
-Según el estudio, la mayor diferencia de ingresos se da a los 58 años cuando la brecha entre universitarios completos e incompletos alcanza un 83 por ciento. ¿A qué se debe?
-Eso es un dato que tiene bastante sentido, porque si mirás a personas de 25 años tal vez sus ingresos no llegan a despegarse demasiado según el nivel de estudios, pero más adelante en el tiempo se empieza a diferenciar más. También se ve que, luego del pico, la brecha empieza a caer porque la educación empieza a desandar su retorno.
Desigualdad en las aulas
Otro estudio reciente de Argentinos por la Educación, del que también participó Nistal, reveló que sólo 2 de cada 10 jóvenes que cursan estudios de nivel superior pertenecen a los deciles de más bajos recursos. “Creo que el informe lo que busca es mostrar algo que no es obvio, pero es sabido, porque muchos tenemos la sospecha de que cuanto más pobre sos, más difícil es llegar a la universidad”, apunta. Y explica que para hacer la división en deciles se ordenó a la sociedad por ingresos y se la separó en partes iguales en 10 bloques o deciles.
-¿Por qué resulta tan importante ponerle un número a esa desigualdad entre quienes cursan estudios de nivel superior?
-Cuantificar esa diferencia nos permite contar una historia que no debería ser así, porque hay un montón de mecanismos que hacen a esa desigualdad. La gratuidad de la universidad pública no garantiza que el acceso sea equitativo, porque claramente hay mecanismos que no son obvios y que nos dicen que ese acceso es desigual.
Entre esos muchos factores aparece la necesidad de trabajar: los más pobres tienen que salir antes a buscar trabajo, incluso en algunos casos esa necesidad los lleva a abandonar el secundario, cancelando la posibilidad de ir a la universidad. Sabemos que alrededor del 50 por ciento de los que se matriculan, abandonan, pero seguramente ese porcentaje sea aún más alto entre los más pobres.
-¿Qué otro u otros factores condicionan ese acceso?
-Se sabe también que los padres y la educación de los padres, ese capital cultural, juega un rol fundamental. El colegio que eligen, si hacen o no las tareas con sus hijos, todo eso impacta en los niveles que alcanzan los chicos. El informe lo que buscó fue evidenciar que por más que la universidad sea pública y gratuita, eso no alcanza y la desigualdad está.
-¿Hay también una brecha de género en esa continuidad de los estudios superiores?
-Una aclaración necesaria, es que los datos salen de la Encuesta Permanente de Hogares, en el apartado sobre si trabajan o no, si estudian o no. Para el Indec, el trabajo no remunerado del hogar no cuenta como trabajo, y en los resultados vemos que el porcentaje de “ni ni” (ni trabaja ni estudia) es más grande para mujeres que para varones. Hay en ese universo mujeres que trabajan como amas de casa, pero aparecen como “ni ni”.
Hecha esta aclaración, se ven diferentes brechas: por un lado, un fenómeno que se repite a nivel mundial, y es que las mujeres estudian más que los varones y logran, en promedio, mayores niveles educativos prácticamente en todos los estratos sociales. En los terciarios, por ejemplo, las mujeres están mucho más representadas que los varones, y ahí juega un rol clave la docencia en donde hay mucha más concentración de mujeres.
-¿Cuál creés que es el principal desafío de la educación superior para mejorar la distribución de sus alumnos?
-Una de las principales políticas es la construcción de universidades, algo que está muy bueno, pero en muchos casos no alcanza. Si lo hacés donde hay gente que no logra terminar el secundario, no tiene sentido. Creo que una salida podría ser plantear un sistema de becas más ambicioso, que cubra el dinero por el que una persona deja los estudios y sale a trabajar, creo que podría ser una buena política para que esas personas continúen en el sistema educativo.