“La legislación argentina describe a un discurso del odio como aquel que apunta a fomentar la violencia física contra determinado grupo por diferentes razones. No es que no existe la definición, está legislado y está definido, y de hecho es una definición bastante estrecha. El tema es que cuando salimos de esa definición que surgió de un ámbito legislativo y que se aplica en uno judicial, corremos el riesgo de hacer entrar cualquier cosa como discurso de odio”.
Eugenia Mitchelstein, doctora en Medios, Tecnología y Sociedad, y profesora asociada de la Universidad de San Andrés (Udesa), considera que lo que viene sucediendo con la denominación de “discursos de odio” es que se ha vuelto un concepto cada vez más “elástico”.
“Yo no estoy de acuerdo con que decirle 'corrupto' o 'ladrón' a alguien sea un discurso de odio, porque además entiendo que en el ámbito de la política el umbral de tolerancia debería ser más amplio. Más allá de si estoy o no de acuerdo con la expresión, decir 'ladrón' no es de odio, pero en algunos casos se está incluyendo en la calificación todo aquello que no me gusta”, agrega.
-¿Creés que la llamada “grieta” de Argentina fomenta la proliferación de discursos de odio?
-Yo creo que es al revés… ¿Cómo mediríamos la grieta si no fuera a través de las palabras? Las expresiones de uno y otro partido sobre los otros lo que hacen es marcar el nivel de esa grieta, más allá de que no sean discursos de odio. Cuando Cristina Fernández implica que Patricia Bullrich tiene problemas con el alcohol no es odio, pero sí es una descalificación que no tiene nada que ver con la cosa pública. Cuando tildan a Cristina Fernández de “loca” o de “bipolar”, no importa si existe o no tal diagnóstico, lo que importa es que eso no tiene nada que ver con sus ideas políticas aunque tampoco sean discursos de odio. En campaña es esperable cierto nivel de belicosidad, pero expresiones así dejan en evidencia la grieta.
DISCURSOS DE ODIO De las redes a la Justicia
-¿Considerás que hay límites para la libertad de expresión?
-En Argentina y en muchos otros países la libertad de expresión está limitada, tanto en el ámbito civil como en el penal. En Argentina está prohibida la difusión de material de abuso sexual de niños y niñas, mal llamado pornografía infantil, y nadie puede difundirlo en el nombre de la libertad de expresión. No se pueden publicar videos con música que tenga derechos, como así tampoco se pueden pasar por radio canciones de las cuales no se tienen los derechos. Tampoco se puede publicar un libro con la imagen de la esvástica. Es decir que la libertad de expresión no es absoluta.
Y hay, también, limitaciones que no tienen que ver con el poder del Estado sino con los espacios en los que publicamos contenidos u opiniones. Por ejemplo, en Instagram está prohibido mostrar los pezones femeninos, porque los masculinos no lo están. ¿Acaso no tengo derecho a mostrar mis fotos en tetas? Si quiero, sí, pero no en Instagram.
-Como estudiosa de los entornos digitales, ¿creés que hay factores de la virtualidad que fomentan o agravan los discursos de odio?
-El discurso de odio no tiene que ver con una plataforma, tal vez la gente antes tenía esas expresiones y no las sabíamos. Antes yo iba mucho a la cancha y los cantos eran xenófobos y racistas, y por entonces no había redes sociales. Pensemos en las múltiples expresiones de odio antes de las redes, no hicieron falta las redes para que los nazis masacraran judíos, polacos, gitanos y homosexuales. Muchas veces ponemos la “causalidad” de cosas en los medios, cuando están en el alma de hombres y mujeres.
-Se habla mucho de la influencia de los medios en la difusión de los discursos de odio. Pero, ¿qué pasa con la audiencia?
-Pensar que lo que leen en las redes o escuchan en los medios tienen acciones directas en las decisiones que vayan a tomar las personas es subestimar a esa audiencia. Lo que sí puede haber es un refuerzo de mis ideas a partir de lo que busco y de lo que leo. Lo que encuentran casi todos los estudios sobre redes sociales y democracia es que las redes no crean fenómenos nuevos, sino que refuerzan discursos que ya están.
Sobre el final, Mitchelstein considera importante trabajar en la connotación y la denotación de las palabras, para evitar caer en la literalidad. “Hay que pensar las cosas tal como es el discurso de los seres humanos, de manera compleja. Y entender que no todo lo que no me guste o con lo que no estoy de acuerdo constituye un discurso de odio”, apunta.
Y reflexiona: “También tenemos que pensar cómo queremos hablar entre nosotros, qué ciudadanas y ciudadanos digitales queremos ser. Es muy tentador tildar a otros, decir que tal es 'facho' o que tal es 'zurdo', pero ¿realmente queremos tratarnos así? ¿En qué esfera pública queremos vivir?”.