Ilustración Daniel "Pito" Campos
Trabajar para un empleo desde el hogar, en el que habitualmente también se trabaja, no resultó ser una conjugación sencilla principalmente durante los primeros meses de aislamiento, y en mayor medida para las mujeres que son quienes asumen habitualmente gran parte de la carga de las tareas domésticas y de cuidado.
“Las encuestas de uso del tiempo nos indican que la cantidad de horas dedicadas a las tareas del hogar ha aumentado para mujeres y para varones, pero en mayor medida para las mujeres por ser quienes asumimos más cantidad de tareas del hogar como limpieza, desinfección, acompañamiento de niños y niñas en tareas escolares. Para las mujeres, el aumento fue de casi cuatro horas más por día de exigencias”, describe la licenciada en Ciencia Política y Gobierno y Master en Políticas Sociales y Género Carolina Villanueva, cofundadora y directora de Grow, una organización que trabaja para lograr una sociedad con igualdad de oportunidades para hombres y mujeres en el ámbito laboral.
Villanueva señala que el incremento en esa demanda debió compatibilizarse con el tiempo necesario para cumplir con las demandas laborales y eso sí “derivó en una sobrecarga muy grande, particularmente para las mujeres”.
“El peor escenario son las mujeres con hijos y sin pareja, que realizan actividades superpuestas todo el tiempo. Según encuestas de Grow que midieron esa sobrecarga, esas mujeres llegaron a tener días de 35 horas de trabajo por la superposición de actividades”, apunta.
Y esa sobreexigencia no es gratis, sino que se traduce en un altísimo costo relacionado con la salud mental de las mujeres. “En promedio, hablamos de mujeres que tuvieron por día una hora menos de descanso que los varones, una hora menos de ocio o actividades deportivas, una hora menos de trabajo productivo; una hora y media más de tareas de cuidado, y una hora más de acompañamiento en tareas escolares. Un montón”, resume Villanueva.
Especialmente durante los primeros meses de aislamiento, las tareas de cuidado y de limpieza se incrementaron tanto para varones como para las mujeres. “Los varones asumieron tareas que antes no hacían, pero las mujeres asumieron más tareas, entonces se siguió sosteniendo la brecha de género en relación con esas actividades”, evalúa. Y rescata que, en ese proceso, sí comenzaron a valorizarse más aquellas tareas no remuneradas que tantas veces pasan por invisibles a los ojos de quien no las ejecuta.
Trabajo en casa, ¿mejor o peor?
En un contexto de alta demanda, trabajar desde el hogar permitió surfear varias olas en simultáneo que, de no haber existido esa posibilidad, hubiese sido más difícil sostener la permanencia en el mundo del trabajo.
Lo que sí advierten desde Grow es que el límite entre lo productivo y lo reproductivo se vio desdibujado por estas superposiciones. Interrumpir la jornada de trabajo para ocuparse de los hijos, para llevarlos o buscarlos, así como cortar para almorzar y compartir ese tiempo en familia, se transformó, en muchos casos, en una postergación de las actividades productivas. “Esas interrupciones se trasladan a más trabajo en horas de la noche, y no queda del todo claro cuáles son las horas de trabajo y las horas de vida privada”, describe Villanueva.
“Lo que sí se comprobó es que las personas son muy productivas desde su casa, a diferencia de lo que se creía. Al no perder tiempo en transporte, en reuniones presenciales, las horas dedicadas a las tareas productivas aumentan. Aunque con el riesgo que implica la falta de socialización y la falta de cortes claros de la jornada de trabajo”, apunta.
En un escenario ideal, o al menos en un escenario más parecido a la vieja normalidad -con niños y niñas que concurren a la escuela de manera presencial, con la posibilidad de tercerizar tareas de cuidado y de limpieza-, el teletrabajo aparece como una alternativa de gran compatibilidad con la vida familiar, aunque el desafío sigue siendo trazar límites claros para evitar la sobrecarga y sobre exigencia que cuestan caro.