TIEMPOS VIOLENTOS

Héctor Spedale: “Las redes nos hubieran ayudado a tener una condena más justa”

El 8 de enero de 2005, el joven cordobés Marcos Spedale (16) fue asesinado a golpes en la calle por una patota. El drama tiene varios puntos de contacto con el caso de Fernando Baez Sosa, en Villa Gesell, sólo que antes no había celulares. Por Cris Aizpeolea
Héctor Spedale, en su casa de Mendiolaza redaccion mayo
17-01-2023
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Ya pasaron 18 años. Más tiempo del que Marcos Spedale alcanzó a vivir, antes de que una patota lo golpeara en la calle hasta arrebatarle el último aliento, por nada. “Porque a mi hijo lo mataron por nada”, dice amargamente y con el recuerdo intacto su padre, Héctor Spedale, en su casa de Mendiolaza, en las afueras de la ciudad de Córdoba. 

Es la misma casa de la que en 2005 salió Marcos con unos amigos, en bermudas, remera y ojotas, entusiasmado por lo que sería la primera ida grupal solos a Córdoba, al Cerro de las Rosas, el barrio “cheto” (con todas las comillas del caso) del norte de la Capital, donde pensaban caminar por la avenida Rafael Núñez y tomar algo. Pero tuvieron la desgracia de cruzarse en la vereda con otro grupo de muchachos un poco más grandes y, sobre todo, más violentos. 

Una provocación, un cambio de palabras, una trompada certera que le destroza el tabique, la caída de Marcos al piso (fue inmovilizado con su propia remera, tapándole la cara) y la inexplicable saña con la que luego el grupo le pegó en el suelo, hasta matarlo. Según testigos, fueron unas ocho personas. Era el 8 de enero de 2005. Marcos no había cumplido 17 años. 

“Esa madrugada, cuando llegamos al lugar mi hijo estaba tirado en la vereda. No nos dejaron ni tocarlo”, se lamenta Héctor, en diálogo con Redacción Mayo.

Hoy, cuando el juicio por la muerte de Fernando Sosa Báez, el joven asesinado a golpes por una patota de aficionados al rugby a la salida de un boliche de Villa Gesell, es el tema del día que sacude a la sociedad, la conexión con la muerte de Marcos Spedale resulta inevitable. 

“Es que son muchos puntos de contacto. Los testigos dicen que a Fernando le pegaban patadas en el suelo como si fuera una bolsa de papas. Cuando ocurrió lo de Marcos, una chica declaró que lo pateaban como si fuera una bolsa de basura”, grafica Héctor que, lógicamente, tampoco puede abstraerse de las noticias.

Oral, público y digital

Con el teléfono convertido en la extensión de la propia mano, con las pantallas prendidas sin horario y las redes sociales activando las discusiones, la sociedad es una gran audiencia que debate, toma partido, sufre, opina y sigue minuto a minuto las alternativas del juicio por la tragedia de Villa Gesell. 

En esta era de la conectividad y las redes sociales, la gente comparte en tiempo real el dolor de los padres, escucha sin intermediarios las explicaciones de los forenses y de los abogados, se espanta con los videos que grabaron las cámaras de seguridad, revisa las imágenes captadas por testigos casuales y tiene acceso directo a los chats que mantuvieron por teléfono aquella noche los imputados. Además de oral y público, es un juicio “digital”. 

Aunque eran tiempos analógicos, en su momento, también el caso Spedale tuvo amplia repercusión, por lo atroz de esa golpiza y porque los agresores eran chicos de familias reconocidas en el ámbito profesional, empresarial y político. “Chicos que iban a colegios privados, había un hijo de un concejal, de un ayudante fiscal, de un comerciante importante, de profesionales. Contrataron a abogados de mucho renombre. Recuerdo esos días del juicio, lo difícil que era todo… y cómo nos miraban. Parecía que los malos de la película éramos Silvina y yo”, dice Héctor, hablando también por su mujer, que falleció en 2017. 

“La patota de los chicos bien”, como luego se bautizó el caso, fue juzgada por homicidio simple en la Cámara 10° del Crimen de la ciudad de Córdoba a fines de 2006 a puertas cerradas, ya que cinco de los siete imputados tenían menos de 18 años al momento del hecho. Concluyó con tres absoluciones en fallo dividido y, por unanimidad, con la condena a 15 años de prisión de Ramiro Pelliza, que entonces tenía 22, y la declaración de responsabilidad penal para tres menores, que luego analizó una jueza de ese fuero. Por el tiempo transcurrido, ya todos están en libertad.

Silvina y Héctor Spedale, durante el juicio, que se celebró a puertas cerradas porque había menores de edad acusados.

Pruebas irrefutables

“Lo que nos costó llegar al juicio... Todo era muy difícil, además de doloroso. Primero trataron de ensuciar a Marcos, diciendo que había sido una pelea entre barras, una riña. Después hicieron de todo para confundir y tirar abajo los reconocimientos. En el juicio era tremendo cómo presionaban a los testigos”, destaca Héctor.

“Ahora están los videos de las cámaras de seguridad, de los teléfonos. Esas imágenes, los chats, esos videos, apoyados por testimonios, terminan siendo pruebas irrefutables para poder condenar. Da toda la impresión de que están muy comprometidos, que no hay chance de que zafen”, evalúa, con relación al juicio de Villa Gesell.

“En aquel momento casi no había celulares. Había que buscar testigos, sostenerlos emocionalmente, porque era muy fuerte la presión que ejercían para meter la duda. Porque a la prueba hay que acreditarla y el tribunal se basa en lo que está en el expediente para poder condenar. En nuestro caso, quedó gente afuera. Condenaron a cuatro y a Marcos lo mataron más personas que zafaron, que quedaron libres. En ese momento no había celulares, ni redes, ni videos. Marcos tendría que haber filmado su propia muerte para que todos fueran presos y tuviéramos una condena más justa”, señala.

“Nunca nos movió el odio ni la venganza, pero nos quedó un sabor a poco. Lo que vale es lo que está en el expediente, y si el tribunal no tiene certeza no va a condenar. Hoy en día, tener un video donde vos podes ver qué hizo cada uno, eso apoyado por un testimonio, te da una certeza terrible”, agrega.

Héctor Spedale con sus hijos Lucas y Franco. Los hermanos de Marcos tenían 13 y 14 años cuando ocurrió el crimen.

Fuerza y solidaridad

“Uno ve a los padres de Fernando y es desgarrador, que Dios les de fortaleza porque ésto recién empieza. Van a ver cosas muy feas en el juicio y cosas insoportables también, emocionalmente. Toda mi solidaridad para ellos por ese dolor inmenso”, dice Héctor, para quien, en el fondo, estas tragedias se explican en una cuestión de valores.

“Los chicos que mataron a Marcos y los que mataron a Fernando, andá a saber si dimensionan lo que hicieron. Son un poco, también, lo que ven en sus casas”, estima.

A modo de amarga anécdota, completa: “En aquel momento había muy pocos celulares… Un día, en la sala de audiencias, le sonó el teléfono móvil al padre de uno de los acusados y el hombre atendió y preguntó si ya habían pintado la pileta. Para nosotros fue tan duro... Con Marcos muerto, con un hijo adolescente acusado de homicidio, él se preocupaba por esas cosas. Así eran ellos”.

Marcos tenía dos hermanas mayores, hijas de un matrimonio anterior de Héctor, y era el mayor de los tres varones Spedale, hijos de Silvina Piedra (f). El recuerdo de ambos permanece intacto en toda la familia, ampliada hoy con seis nietos que llenan de alegría a todos. 

Marcos Spedale tenía 16 años.