Escapar a la conurbanización y habitar las ciudades "dormitorio"
Ilustración Daniel Pito Campos
Cuando, a comienzos de marzo de 2020, los empleadores de Victoria le dijeron que empezara a hacerse la idea de trabajar en su casa, el término home office no sólo que le parecía extraño, propio de un mundo que sólo llegaba por televisión e internet, sino que la sola idea le puso los pelos de punta. ¿Cómo iba a ser posible trabajar sola en su casa, sin ver a sus compañeros, sin relacionarse con sus jefes, sin tener su lugar físico de siempre?
Hacía 17 años que Victoria trabajaba como contadora en una de las firmas más grandes de Córdoba. Una empresa con proyección nacional que emplea a más de tres mil personas. Madre de dos niñas en edad escolar, ocupaba desde hacía un tiempo un puesto jerárquico, diseñando y acompañando diversos proyectos de contabilidad interna. Es decir, manejando grupos humanos.
Los primeros días de home office la encontraron sin brújula. La casa ubicada en un barrio cerrado de Mendiolaza, en lo que se llama el Gran Córdoba, comenzó a ser su referencia para todo y, cuarentena mediante, casi el único universo para ella y su familia. El matrimonio se repartió las habitaciones para trabajar y, también, el tiempo para acompañar a las chicas en las clases virtuales.
Hasta entonces, la rutina familiar estaba aceitada: las niñas iban temprano a un colegio de doble turno de la zona, mientras que la pareja viajaba en sus respectivos autos hacia el Centro de la ciudad de Córdoba, donde trabajaba. Entre las 17 y las 18, todos iniciaban el regreso a casa. Eran vecinos -contribuyentes, en realidad- de lo que se denomina, una ciudad dormitorio, como familias que prácticamente utilizaban sus viviendas de noche, mientras realizaban el resto de las actividades diarias en una ciudad mayor, cercana.
Dónde se vive mejor
El año pasado, Fundación Colsecor llevó adelante la Medición de Calidad de Vida en Pueblos y Ciudades, relevamiento que se propuso indagar por segundo año consecutivo sobre un conjunto de indicadores sobre el bienestar en la vida cotidiana, así como la satisfacción con el lugar donde se habita.
La Medición de Calidad de Vida en Pueblos y Ciudades realizada por la Fundación Colsecor desagrega también los resultados según el tamaño de las comunidades, según sean pequeñas (-10.000 habitantes), medianas (entre 10.000 y 35.000 habitantes), intermedias (entre 35.000 y 100.000 habitantes) y grandes (más de 100.000 habitantes) de nuestro país. De esta forma, se observa que quienes viven en localidades pequeñas sienten menos tristeza e insatisfacción laboral, y se muestran más conformes con sus ingresos que quienes habitan grandes urbes, fue una de las principales conclusiones del estudio.
Inseguridad, narcotráfico y los servicios públicos terminaron por ser preocupaciones mayores para quienes viven en las urbes más grandes. Tres grandes ejes que permiten explicar, en parte, por qué cada vez más personas eligen ciudades más pequeñas, circundantes a las capitales o ciudades de mayor aglomeración de personas y de oferta laboral. A lo que hay que sumarle, además, el valor de la tierra y las propiedades.
La preocupación en las grandes ciudades ya es una realidad debido a que se ven expuestas continuamente a problemáticas ambientales. La valoración positiva en pequeñas ciudades, también configuran una realidad paralela debido a la ausencia de los problemas de las grandes urbes, fue otra de las grandes conclusiones que arrojó la encuesta.
Escapar de alguna forma al fenómeno de la conurbanización en las grandes ciudades termina por ser la síntesis de esta explicación, especialmente cuando el tamaño de la urbe se convierte también en el termómetro de la degradación de la vida cotidiana.
Vivir en casa, y no sólo dormir
La era pandémica llegó para quedarse, o al menos ya se ven los rasgos de la nueva normalidad, según dicen los que estudian los comportamientos sociales. El caso de Victoria bien puede ser un ejemplo en ese sentido: a mediados de 2021, un gerente de su empresa la llamó y le dijo que estaban analizando cerrar varias oficinas ya que buena parte del trabajo continuaría siendo remoto. Y Victoria, que allá por marzo de 2020 pensó que nunca iba a acostumbrarse al home office, sonrió de alivio: en su cabeza, hacía varias noches que le rondaba el miedo a tener que volver a aquella rutina prepandémica.
Hoy, lleva a sus hijas al colegio, regresa a su casa, se conecta online y allí comienza su día laboral. Ya tiene días fijos para reuniones por Zoom o por Meet y se reserva algunos minutos extra para continuar por teléfono alguna consulta más individual, ya sea con su jefe o con sus subordinados. No le hace falta ver a sus compañeros sentados cada uno en sus escritorios para cerciorarse de que están trabajando.
Para Victoria, volver a viajar cada día al Centro de la ciudad de Córdoba ya no es una opción: piensa en las horas que perdía por día arriba del auto, en los embotellamientos, en el dinero mensual de la playa y la nafta, el nuevo embotellamiento al volver y, sobre todo, en la distancia y el ruido urbano. Hay días que trabajo en pantuflas, sin maquillaje, y miro el patio, el sol y el césped y no puedo creer que me haya perdido de esto durante tanto tiempo, asegura.
Su marido también dejó de ir a la oficina, salvo los miércoles, cuando tiene las reuniones semanales. Recuperar tiempo en el hogar -cuando el tipo de trabajo así lo permite- ha significado una notable mejora en la calidad de vida de muchas personas.
Aquellos que antes hacían vida de ciudad dormitorio ahora han podido asentarse en sus lugares de residencia, moverse por los comercios de cercanía, inyectándole dinero a esa economía local y andar menos apurados en la vida.
Se trata, como lo explicó a Redacción Mayo la magíster en Derecho del Trabajo y Relaciones Laborales Internacionales Guillermina Sabbadin , de los efectos de la revolución 4.0, motorizada por los cambios sociales y tecnológicos de los últimos años, y potenciada por la pandemia del Covid-19 y las medidas de confinamiento (ver Guillermina Sabbadin: El teletrabajo llegó para quedarse).