“Nos va a costar que los alumnos vuelvan a la escuela, nos está costando”, admite Fabiana, docente en el Centro Educativo de Nivel Medio Adultos (Cenma) que funciona en barrio Ciudad de los Cuartetos -un barrio urbano marginal de la capital cordobesa- y del Programa de Inclusión y Terminalidad de la Educación Secundaria (PIT).
La desconexión con la cotidianeidad escolar, la pérdida del oficio de estudiar, la falta de acceso a dispositivos tecnológicos, la escasa conectividad a través de packs de datos de los teléfonos celulares, la inestable situación laboral, las logísticas familiares, los hijos e hijas sin clases presenciales o con clases alternadas por burbujas. Y así, podrían enumerarse un sinfín de motivos particulares para cada una de las personas que buscan finalizar el nivel secundario.
El impacto de la pandemia y de las nuevas formas de enseñar y aprender, muestran cómo en los sectores más vulnerables de la ciudad de Córdoba la brecha digital creciente fue surcando una brecha educativa cada vez más profunda, acentuando las desigualdades.
“Llevamos un año y medio de mucho alejamiento. El 2020 fue un año bastante discontinuo, muy distante de las familias. La vinculación educativa asincrónica, por mensajes de Whatsapp o enviando fotos generó un desfasaje entre que las actividades salían, los alumnos las descargaban, las hacían y las volvían a mandar. Fue muy complicado”, resume en diálogo con Redacción Mayo José Falco, subdirector del Ipem N°338 “Dr. Salvador Maza”, en barrio Marqués Anexo, otro sector empobrecido de la ciudad.
“Durante todo el 2020 buscamos seguir presentes en la institución y poder ser nexos, puentes, entre los docentes y las familias. Acompañamos con la entrega de kits sanitarios y de las cajas del Paicor, logramos que no abandonaran tantos niños”, detalla Falco.
“Terminamos el año con un alto porcentaje de 'escasamente aprobado': hay una gran cantidad de casos en los que el vínculo pedagógico y el aprendizaje fueron muy difíciles. En nuestro contexto la presencialidad no tiene reemplazo”, sentencia.
La utopía de estar ahí
Establecerse desde la virtualidad apenas iniciado el aislamiento social, preventivo y obligatorio (Aspo) en marzo del 2020 implicó un arduo desafío. Ni las escuelas, ni los hogares, ni las currículas estaban por entonces pensadas para la educación a distancia. Poco a poco, a medida que el aislamiento se prolongaba, las estrategias para que los contenidos llegaran a los alumnos y fueran incorporados como tales fue progresando.
Sin embargo, la sincronía fue siempre una utopía en sectores vulnerables en los que la conectividad es escasa -o nula- y los dispositivos, cuando los hay, son compartidos entre más de un miembro de la familia.
En 2021, con el retorno de la presencialidad, o de la modalidad alternada, el desafío para los educadores fue (y es) reinsertar a aquellos que se alejaron del sistema y equiparar los conocimientos para quienes no tuvieron posibilidad de llevar los contenidos al día.
Acceso a derechos
Los resultados preliminares de un estudio de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Córdoba, realizado a partir de la encuesta a 615 hogares cordobeses sobre el acceso a derechos, revelaron que existen importantes limitaciones de acceso a los servicios de internet y a los bienes tecnológicos como computadoras, celulares o impresoras no sólo en los sectores de niveles socioeconómicos bajos, y también los medio bajos.
Estas limitaciones -precisa el informe- “generan condiciones diferenciales muy desfavorables para el acceso a la educación y al teletrabajo en un contexto de pandemia (acceso a computadoras, a impresoras, a un servicio de internet de mayor calidad y accesibilidad desde lo económico y a contar con mayor disponibilidad de celulares por hogar)”.
Mientras que el 41,1% de los hogares relevados tenía una computadora de escritorio, este porcentaje en los sectores bajos fue del 21,1 %. Algo aún más dispar sucede con las notebooks, dispositivo presente en el 49,9 % de los hogares, pero sólo en el 13,5 % dentro de los sectores bajos.
Los teléfonos celulares, fundamentales en el acceso a muchos de los contenidos virtualizados durante la suspensión de las clases presenciales como así también en la modalidad alternada, son otro indicador relevante sobre las desigualdades potenciadas desde que se inició la pandemia.
De acuerdo con el estudio de la Facultad de Sociales, en los hogares de niveles socioeconómicos altos hay 1,15 teléfonos por persona mayor de 13 años en promedio, y ese porcentaje va en descenso a medida que se consideran las familias de sectores más bajos, llegando a un promedio de 0,8 teléfonos por persona en los sectores de nivel socioeconómico bajo. Las computadoras del Programa “Conectar Igualdad” aparecen en mayores porcentajes en los sectores medio y medio bajo (13,2% y 12,2% respectivamente), seguidos por el sector alto (10,7%) y, por último, el bajo (con 5,3%).
El acceso a internet presenta un amplio abanico en cuanto a calidad y precio según el nivel socioeconómico que se analice: en promedio, el 74,8 % de los hogares accede mediante cableado. Ese porcentaje alcanza el 95% en los de sector alto, mientras que en el bajo llega al 45,9%. La conexión a través de datos, que ofrece menor calidad de servicio a mayor costo, alcanza al 15,1 % de los hogares, porcentaje que llega al 40,6 % en los sectores de NSE bajo y 19,5 % en los medio bajos.
Volver al aula
La presencialidad se puede disponer por decreto pero la medida no necesariamente se refleja en el aula. O al menos, no tan rápidamente. Fabiana asegura que sus alumnos, tanto del Cenma como del PIT, están asistiendo poco a clases. “Faltan mucho o llegan tarde, han perdido los hábitos de horarios y de estudios. Los docentes nos ocupamos, los llamamos, tratamos de forjar nuevamente el vínculo y el oficio de estudiar”, ilustra la docente, en pocas palabras.
En el Cenma la matrícula está mayormente compuesta por madres de familia y mujeres que trabajan como empleadas en casas particulares. “Con la pandemia muchos de sus empleos se interrumpieron y agarraron lo que pudieron; aprovecharon que no iban a la escuela porque era virtual y ahora no tienen el tiempo para regresar a clases, así que seguimos con una modalidad combinada cuando debería ser presencial. No podemos hacer la vista gorda y dejarlos afuera”, admite Fabiana, con la esperanza de poder achicar los márgenes de deserción.
En su afán de prepararse para la virtualidad, se capacitó en programas y plataformas para sacarle provecho a la tecnología, pero la realidad fue otro cachetazo: “Toda especialización que pretendía llevar a la práctica era imposible. Teníamos voluntad, pero no los medios”, se lamenta. Con el retorno de la presencialidad, Fabiana asegura que los primeros meses sirvieron para resignificar y revisar los contenidos prioritarios que no se alcanzaron durante el 2020: “Tuvimos que empezar casi de cero, en muchos casos estoy repitiendo lo del año pasado desde esta reducida presencialidad”.
Y refuerza que en este hacer “lo que se puede” hay algo que se incrementa exponencialmente: la brecha entre los que pueden acceder y los que no. Si bien el acercamiento a la tecnología puede considerarse un aspecto positivo, la desigualdad es un cristal esmerilado que todo lo opaca.
“Se estimuló el manejo de la tecnología, sí. Pero faltaron herramientas y fue muy desigual el alcance. La idea es que todos tengan las mismas posibilidades, y sin internet ni dispositivos es imposible”, concluye Fabiana.
Recuperar la dinámica
Algo similar relata Falco, quien asegura que con el regreso de los alumnos hubo que trabajar duro en recuperar una dinámica educativa que parecía haberse perdido. La falta de sincronía (“si hacían una clase en línea entraban dos o tres, se les caía Internet o se quedaban sin datos”), la lentitud para completar el proceso de ida y vuelta de las actividades y sus correcciones, sumado al regreso cada 21 días (en tres burbujas), complicaron el avance significativo en materia de contenidos, a la par que necesitaron abordar también el costado vincular.
“La realidad nos atraviesa más rápido de lo que puede ir la escuela. Yo creo que necesitamos apostar a proyectos educativos, tener apoyo con recursos que faciliten las actividades. No se trata solo de computadoras e Internet, porque aunque necesarios, no son los únicos recursos”, apunta Falco, vicedirector de una escuela con dos especialidades vinculadas con lo digital: Informática y Arte Multimedia.
Para el docente, la barrera digital oficia en la actualidad de muralla entre los que están “adentro” y “afuera”. “Hoy, para todo tienen que tener usuario en el Ciudadano Digital (CiDi), pero tenemos que reflexionar realmente qué significa ser un ciudadano digital”, dispara. Y deja abierta la reflexión.