Cuando la búsqueda de la justicia se convierte en infoentretenimiento
Doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires y investigadora asistente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet), Brenda Focás describió en su libro la transformación de la noticia policial en noticia de inseguridad en los medios audiovisuales, un cambio definido por la fragmentación de los acontecimientos, su dramatización según pautas de los programas de entretenimiento, la centralidad otorgada a la voz de la víctima y la construcción de un victimario asociado al joven pobre del conurbano. Esta última figura, dice, se invierte en el caso del crimen cometido en la persona de Fernando Báez Sosa ante quienes aparecen como acusados por la muerte, integrantes de familias de clase media o presuntamente alta con expectativas profesionales.
En El delito televisado, libro colectivo publicado en 2022, Focás abordó junto con Gabriel Kessler la importancia creciente de las cuestiones delictivas en la vida cotidiana. Se trata de un tema recurrente en conversaciones familiares, laborales, que se ve reforzado por la continuidad de las noticias en la agenda mediática, afirmaron. Y nuevamente la historia del joven de 18 años que murió el 18 de enero de 2020 en Villa Gesell después de recibir una brutal paliza se inscribe como un ejemplo paradigmático. Focás analiza además la repercusión del caso Báez Sosa en contraste con la del juicio en la ciudad de Santa Rosa por el crimen de Lucio Dupuy, de 5 años, en el que están acusados la madre y la pareja del menor.
-¿Cómo observás la construcción del caso Báez Sosa a través de los medios?
-En relación con lo que suele suceder, se invierten las características de las víctimas y de los victimarios que vemos habitualmente en las noticias de inseguridad. A veces los casos mediáticos se encuadran de una forma y después cambian esas normas de identificación, pero en el caso Báez Sosa el encuadre se sostiene desde un principio alrededor de la víctima visualizada como hijo único, como un joven que estudiaba, mientras los victimarios aparecen desde la maldad, la alevosía y la violencia.
-En el juicio declararon padres de los acusados y se vio que pertenecen a familias de clase media, incluso con problemas económicos. Sin embargo, hay un temor respecto a que tienen una posición acomodada en contraste con la familia Báez Sosa y que eso los puede favorecer ante la Justicia. ¿Por qué?
-En un principio, cuando sucedió el hecho, enseguida apareció esa presión justamente para que no ocurra lo que ocurre con los llamados delitos de cuello blanco, donde los victimarios tienen algún arreglo con la Justicia. Pero este caso fue muy representado con las cámaras de seguridad, hubo testigos que grabaron videos, y esos factores hicieron que impacte de la forma en que pregnó en las audiencias. Hablando con editores de distintos medios, ellos me decían que las métricas del caso son impresionantes. El juicio por Fernando Báez Sosa está en la conversación cotidiana, es el caso del que la gente habla y el que interpela a la sociedad. Como sucede con las noticias de inseguridad, circula la idea de que fue algo que a cualquiera le puede pasar: un joven fue a un boliche a bailar, algo que es común, y terminó atacado por un grupo.
El otro caso que está en la agenda mediática, el de Lucio Dupuy, no tiene en cambio las mismas audiencias. Los dos casos son terribles, pero el de Lucio toca fibras de lo moralmente inaceptable para la sociedad, es tan atroz que uno no quiere saber. El juicio por Báez Sosa, como pasó con el del asalto a Carolina Píparo o el crimen de María Marta García Belsunce, logró un seguimiento y una presión mediática muy fuerte que sin duda va a influir en la sentencia.
-En el juicio por el crimen de Lucio Dupuy está vedado el acceso a la prensa, lo que no ocurre con el de Báez Sosa.
-Sí, pero más allá de esa situación las noticias sobre Lucio no miden como las de Báez Sosa. El espectáculo de la puesta en escena del juicio atrae y agrega condimentos: quién se quiebra entre los acusados, qué actitud tienen los padres, que declara el fiscal, qué dice Fernando Burlando, un abogado que sabe manejar a los medios.
-Los audios, videos y chats son sobreabundantes en este episodio. ¿Cómo funcionan en la percepción social del hecho?
-Las filmaciones que se pasan una y otra vez revictimizan a la víctima. Pero además la visibilidad atentó contra el proceso. Durante la instrucción de la causa los acusados se negaron a declarar porque decían que después se filtraba a los medios lo que ellos decían. Este caso tuvo desde el principio un encuadre fuertemente mediático, donde se exacerbó el uso de lo interactivo, que en ese sentido fue perjudicial.
El caso Báez Sosa no responde al estereotipo o a las características clásicas de las noticias de inseguridad, aunque tiene algunos elementos en común en el tratamiento periodístico de esos hechos, como el sensacionalismo y el seguimiento del episodio como una novela. Pero lo pensaría más bien como una noticia de riesgo, esas noticias que promueven riesgos insospechados, situaciones que uno no pensaba que podían suceder. Como si dijéramos mi hijo tiene 20 años, sale a bailar y le puede pasar algo así. No era algo que ignoráramos, pero este caso impacta muy fuerte en ese sentido.
-Sin embargo, los medios suelen narrar el caso como si fuera una noticia de inseguridad.
-Hay elementos de sensacionalismo, con tintes de infoentretenimiento. Pero creo que es una noticia que tematiza un riesgo y va de la mano de la inseguridad en un sentido más amplio.
-¿El caso de Lucio Dupuy no produce ese efecto de interpelación?
-Como sociedad hay imágenes, representaciones, relatos que podemos tolerar, que podemos problematizar y discutir, y el caso de Lucio está en el borde. Es demasiado atroz. Otro tema para pensar son los estereotipos sobre la muerte violenta. Los medios generaron cadenas de sentido en los que vincularon al rugby con la violencia y desde la academia hubo trabajos sobre las masculinidades y las violencias. Habría que ver cuánta reflexión se produjo al respecto en el interior de los clubes. Escuchar a referentes como Agustín Pichot reconociendo la violencia de los ritos de iniciación en el deporte y el peso de los estereotipos del macho es un paso adelante. Creo que es algo positivo dentro del tratamiento mediático. Sin duda lo que predomina es el tratamiento que apela a lo emocional. Hay distintos sentimientos, no solo la tristeza y la angustia sino el odio, la bronca. Los medios han logrado que las audiencias tengan sentimientos de venganza. Hubo una condena social antes del juicio, donde jugaron un rol sumamente relevante.
-Desde el crimen de Ángeles Rawson se ha cuestionado el sensacionalismo en la cobertura periodística de la muerte violenta. ¿Hay algún acuse de recibo en los grandes medios?
-Las métricas gobiernan el tratamiento mediático. Antes era algo de la televisión, la preocupación por el rating y el minuto a minuto. Ahora, con las métricas en tiempo real, los editores ven cómo miden las noticias y deciden los contenidos en función de esos datos. El morbo y el sensacionalismo colaboran con que las noticias sean más leídas. En el caso Báez Sosa la interpelación social es por el lado de la víctima: las notas más leídas son las que tienen las declaraciones de los padres y del abogado Burlando. Hay un punitivismo muy fuerte de parte de las audiencias. Los comentarios generalizados en las redes piden prisión perpetua para todos los acusados.
-¿Cómo intervienen los medios en el reclamo de justicia?
-Los medios tienen un encuadre punitivista. En los primeros días del juicio la mayoría de las notas estaban encuadradas en mostrar a los acusados como personas frías, que se ocultaban detrás de los barbijos y permanecían imperturbables delante del sufrimiento de los padres de Fernando. Llamaba la atención que no se emocionaran y en la mirada de los medios eso colaboraba con la idea de que no eran humanos, que eran máquinas. Con el transcurso del juicio, seguramente por alguna estrategia de defensa, los acusados empezaron a hablar. Pero ese cambio no conmueve a la mirada punitivista. Incluso hubo comentarios muy duros de las audiencias en relación con Juan Pablo Guarino y a por qué no declaró Alejo Milanessi. La gente conoce a todos los personajes del caso. Esto no pasa con todas las noticias. Y no solo se ve en Twitter sino también en los comentarios de las noticias, en el andar cotidiano. Cualquiera que tenga una mirada alternativa a la punitivista se expone a la crítica. Ahora veremos el veredicto. Hay una expectativa por que se le dé prisión perpetua a todos los acusados.
-Tanto en el caso Báez Sosa como en el de Lucio está la expectativa de que los juicios funcionen como hitos, que sancionen un nunca más para impedir la continuidad de situaciones de violencia. ¿Cómo analizás ese aspecto?
-El caso Píparo o los casos de femicidios, entre otros, promovieron cambios legislativos y culturales. Son episodios que marcan puntos de inflexión pero también sabemos que las prácticas, las percepciones y los comportamientos no cambian solamente por las leyes o por lo mediático. Es muy claro en los femicidios. A partir de su visibilización se movió algo en el plano cultural y en el plano social. Nadie va a defender por lo menos públicamente un femicidio y los medios ya no hablan de crímenes pasionales. Pero los femicidios no bajan. Es una pregunta que da vueltas y también se plantea con Báez Sosa y con Lucio. Una legislación colabora pero hay que trabajar desde otros espacios de la sociedad civil para lograr un cambio profundo. Nos falta mucho como sociedad para salir de estos conos de violencia.
-El Centro de Estudios Legales y Sociales, el CELS, planteó en un comunicado que el juicio por Báez Sosa es una oportunidad para debatir sobre el racismo. ¿Es posible?
-Los medios hegemónicos focalizan en el juicio y en los rugbiers; en otros, alternativos y con audiencias más pequeñas, se han abordado otras dimensiones. Pero el racismo no es una discusión que esté en la agenda pública. A diferencia de lo que pasa en otros países de América Latina, en Argentina el tema racial está invisibilizado, es un tabú. No nos reconocemos como racistas.