Paso 1: Casos
Si hubiera un registro mundial de bandas que te hacen volar la cabeza, Metallica está en el podio. Sin embargo, junto a Lou Reed, grabaron una versión inolvidable de la ópera “Lulú”. Disruptivos, contrastantes, se volvieron exquisitos y, sobre todo, conceptuales. “Poco convencional” fue definido el álbum, criticado por la disonancia de la poesía frente a incontrolables riffs. Fue un gusto. Se dieron una licencia cultural porque quisieron, porque podían.
Es inenarrable la oscuridad ambiente, la religiosidad envolvente, la densidad que interpela, en lo que produjo el célebre Johnny Cash, por ejemplo, en canciones/himnos/plegarias como “Ain´t no grave” o “Redemption Day”. “He llorado por los que sufren mucho. ¿Pero cómo lloro por aquellos que se han ido?” casi lamentándose en versos. Conmueve. Se sumerge en hondos cuestionamientos. Fue una prédica sentida. La cultura como salmos cantados.
En el guion de la última “Batman': El Caballero Oscuro”, el personaje encarnado por Robert Pattinson deja escucharse en voz en off como un signo de los tiempos: “Piensan que me escondo en las tinieblas… yo soy las tinieblas”. Lo sombrío, la ira, lo conflictuado, la incertidumbre, lo oscuro, la negrura. El escepticismo social hecho arte (y política). La cultura como retrato de época, como manifiesto sociológico.
Paso 2: Reflexión de la profundidad
¿Qué hay en estos tres relatos? 3 modos de producción cultural. 3 analogías con la apnea, ese modo de buceo basado en la suspensión voluntaria de la respiración dentro del agua mientras se desciende hasta grandes profundidades. Ese extremo deporte es un proceso de adaptación, entrenamiento y alta concentración. Aquí, figurativamente, también se desciende a la búsqueda de uno mismo con el intento de tocarse el alma, de verse por dentro, de acongojarse, de gozarse, de conocerse.
Como un desafío a Honoré de Balzac cuando, en el “Tratado de la vida elegante”, describía los estereotipos de la sociedad parisina y planteaba que “es necesario que cada cosa parezca lo que es”. Provocaba. Pero establecía un imperativo como mandato.
Es bastante difícil pensar si efectivamente la transparencia existe. De hecho, es tan imperfecta la transparencia que es “más productivo considerar la transparencia como un accidente de la opacidad que lo contrario”, Jacques Fontanille dixit.
Cualquier transparencia plantea inmediatamente el problema de su opuesto, el secreto. O más: lo profundo. Esto va más allá de lo moral, porque esa hondura, ese interior, lo oculto, lo clandestino, lo propio, lo personal, mal o bien, parezca o no a lo que se deja ver, es indestructible.
Entonces, hay cosas que, más allá de públicas, populares, masivas o lo que sea, son lo que son en la profundidad de uno mismo. Si cultura es lo que queda después de haber olvidado lo que se aprendió, citando a Émile Herzog, en realidad es la profundidad estancada en el fondo de un recipiente cuando todo el resto drenó. Consciente o inconsciente, es la cultura para uno mismo. Lo que uno es cuando decantó todo y se fue lo sobrante. Es un fenómeno íntimo, más allá de las experiencias sociales. Un consumo cultural se lo explica socialmente, pero se lo entiende individualmente. Es un poquito de profundidad.
Paso 3: La cultura como profundidad
De acuerdo al estudio de “Consumos Culturales en Argentina” que realiza la Fundación COLSECOR, la cultura tiene buena fama. No sé bien qué cultura puede entender cada quien, pero conviene rescatar un número: 80%. Todas las preguntas en torno a ella superan el 80% de conformidad. La cultura como fenómeno social.
A la cultura la ven como sinónimo de crecimiento personal, como herramienta para promover el diálogo y la convivencia en nuestra sociedad; creen que el consumo cultural hace a un país mejor, creen que es la mejor forma de recreación; creen que los hábitos culturales te dan la posibilidad de introspección y reflexión personal; creen que consumir cultura permite relajarse y evitar la ansiedad y la angustia.
Realmente fabuloso. Con semejante valoración, es obvio que no hay una única comprensión de lo que pretenderíamos consensuar como cultura, porque se desprenden nociones educativas, tanto como recreativas, hasta dimensiones identitarias asociadas a miradas nacionalistas. No importa cuál sea la predominante, lo que sí importa es que lo cultural es un goce, una satisfacción y quizás, también como sociedad, esté atravesada por tradiciones históricas que aspiran a un estándar de educación comparativamente significativo, así como también a la posibilidad del uso del tiempo libre como situación post pandémica.
Me gustaría resaltar algo: hay una apropiación profunda de ella, al menos por un ratito. La cultura como refugio personal. Como protección frente al cansancio, el aburrimiento, la impotencia, el escepticismo. Lo que uno quiere que sea cultura. Es el gusto de la ópera Lulú, hecha por rockeros, como un freno o paréntesis del vértigo. Es la prédica de Cash, como grito, como catarsis. Es la niebla que protege de algo, que camufla frente al daño, como Batman. Pero es la apropiación personal, individual que permite entenderla como cosa de uno, sólo entendida por uno mismo.
El célebre científico alemán, Georg Lichtenberg, en uno de sus aforismos póstumos sostiene que las debilidades dejan de dañarnos tan pronto las conocemos. Como los monjes que buscan la conciencia de sí mismos al retirarse a los monasterios. De modo puro y simple, el centro de la búsqueda de la vida monástica trata de rehacer el yo y crear las condiciones de una relación más grande e intimidante con el todo, enseña el teólogo Douglas Christie que estudia y recorre monasterios localizados en desiertos.
Ese todo es la inmensidad, especialmente la inmensidad de los desiertos. Es descubrir la vulnerabilidad frente a ese todo. Parte de esa conciencia, de esa liberación es eliminar los apegos y las ansiedades. De enfrentarse continuamente a esas partes de los yoes que son las pasiones, consideradas como infelices y anómalas. Tomar conciencia de su impacto sobre cada uno, es quizá una de las prácticas espirituales más importantes en la que uno se puede implicar para incluir la conciencia de la propia fragilidad. Igual que cuando la cultura nos permite, aunque sea por un ratito, hurgar en la inmensidad de lo masivo para ver que cosa quedó solita para nosotros.
La cultura es la noción individual que nos hace ser en sociedad, pero que viene dada por lo que nos define como personas únicas. La cultura no es el todo. Somos cada quien en ese todo. Es la identidad, más allá de social, puramente subjetiva que nos hace entenderla como uno quiera. En el festejo mundialista, hay celebraciones nacionales (y mundiales quizás). Pero festejar es festejarse a uno a mismo también. Eso es la cultura. Es lo personal. Es la profundidad. Es la densidad hasta donde uno llegue.
Las características que nos permiten identificar patrones culturales están llenas de infinitos fragmentos y experiencias personales irrepetibles. Son las preguntas internas, los gustos, nuestros consumos. La cultura socialmente hablando, es un nado a mar abierto. El consumo, nuestros propios consumos culturales, son una experiencia de buceo profundo donde nos conocemos y nos transformamos todos los días un poquito más.