“Ha llegado el momento de reconocer que la pericia en comunicación se ha vuelto tan esencial para el control de brotes epidémicos como la capacitación en epidemiología y el análisis de laboratorio”, sostiene la Organización Mundial de la Salud. Esa premisa vale para para cualquier crisis. Basta ver muchas de las cuentas digitales oficiales en ocasión de los incendios en Corrientes. Horrible. Muchas actuaban al principio como una pura continuidad, como la contingencia que aparece porque le toca aparecer, porque no hay nada que hacer. Mientras tanto, las autoridades nacionales y representantes de las provincias posaban sonrientes en una Asamblea Extraordinaria del Consejo Federal de Medio Ambiente para hablar sobre fuego y humedales. Spots publicitarios musicalizados. El funcionariado posando sobre aviones y helicópteros que sobrevuelan las zonas incendiadas. La comunicación oficial centrada en el aporte inventarial contable de aviones, brigadas, equipos y agua.
Baste leer a Marc Castellnou, considerado una de las principales autoridades mundiales en grandes incendios, cuando explica en una entrevista a Le Monde Diplomatique que los desafíos que plantean los incendios de sexta generación, llamados “tormentas de fuego”, son, sobre todo, en análisis y estrategia. Afirma que es “es necesario superar el concepto de apagar incendios a base de medios, hay que apagar incendios con táctica y estrategia, es decir, con planificación. Saber en qué momento, en qué lugar y durante cuánto tiempo podemos estar operando para marcar una diferencia, y saber qué es lo que tenemos que dejar que se queme para evitar que se queme una zona que queremos proteger”. ¿De la estrategia que se sigue que se sabe? Poco. ¿De los ruidos entre gobernador y gobierno nacional? Mucho.
En estas crisis relacionadas al fuego, los funcionarios vienen alertando problemas asociados al cambio climático y la generación cada vez más problemáticas de tormentas de fuego, pronósticos de sequías prolongadas y las emergencias ígneas que ello genera, carencias de logística regional adecuada, vandalismo criminal que inicia focos de incendio asociados a especulación inmobiliaria detrás de esos siniestros, prácticas y metodologías agropecuarias habituales asociadas al encendido de pastos, tanto como de hábitos culturales históricos que se siguen realizando, arreglos institucionales deficientes, políticas formuladas sin conocimiento de los riesgos, falta de regulación e incentivos para inversiones privadas en la reducción del riesgo de desastres, limitaciones en cuanto a la disponibilidad de la tecnología, utilización no sostenible de los recursos naturales y el posterior debilitamiento de los ecosistemas, son sólo algunas problemáticas, pero todas generan riesgo por donde se lo mire.
Gestionar el desastre
El Marco de Sendai, el acuerdo internacional en el marco de Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres (2015-2030), se propone “la reducción sustancial del 'riesgo de desastres' y de las pérdidas ocasionadas por ellos, tanto en vidas, medios de subsistencia y salud como en bienes económicos, físicos, sociales, culturales y ambientales de las personas, las empresas, las comunidades y los países”. Se hace particular énfasis en la gestión del riesgo de desastres, en lugar de la simple gestión de desastres. Nunca tan evidente como en estas crisis.
La crítica, tanto a gobiernos nacionales, provinciales y locales es que, si el riesgo es una construcción social, y si la insistencia en que tiene que haber un enfoque preventivo del riesgo de desastres, más amplio y centrado en las personas, ahí hay una falla colosal. La eficacia de las prácticas de reducción del riesgo debe contemplar amenazas múltiples y ser multisectoriales, inclusivas y accesibles. Aunque se reconoce la función de liderazgo, regulación y coordinación que desempeñan los gobiernos, se insta a que éstos interactúen con los actores sociales para colaborar en el diseño y la aplicación de políticas, planes y normas. No hay genuina gestión del riesgo sin la inclusión e involucramiento de la comunidad.
La cultura actual -marcada por la inacción frente al riesgo cierto de su ocurrencia- parece adherir a un casi prehistórico concepto de la palabra “desastre”. El desastre era considerado algo que llegaba del exterior, de la mano de la mala suerte o por un castigo divino. La magnitud de un desastre dejó de ser considerada en función de las pérdidas por un evento, sino como función de los procesos de la economía y la política que generan la vulnerabilidad, por lo que la responsabilidad para la ocurrencia de los desastres se centra en el ámbito político, económico y social”. Hay vulnerabilidades naturales, físicas, económicas, sociales, sanitarias, políticas, ideológicas, culturales, educativas, ecológicas o institucionales.
El “riesgo” es la probabilidad de que se produzcan los daños ocasionados por el desastre. Por tanto, esa potencial situación de crisis no depende solamente de un agente perturbador. Para que un riesgo se convierta en desastre, se requiere que no haya sido previamente reducido o minimizado. Los desastres se constituyen en detonadores o, más precisamente, en reveladores de situaciones críticas preexistentes.
Crisis
Tras esto insisto en el análisis de las agendas públicas que hayan construido consenso en desastres tan devastadores como los que se vive ahora en Corrientes, pero se vivieron con intensidad en Córdoba, Jujuy, Santa Fe, Chaco, Río Negro y la lista continúa llegando a 14 provincias. La comunicación previa se transforma en publicidad sin sentido. La comunicación habitual en la crisis tiene un triple formato: o es inventarial de lo que se despliega o es un reproche político o es una consideración heroica para los bomberos.
El rol de la comunicación es clave. Y para ello, también es clave discernir lo que significa riesgo y lo que lo diferencia de la crisis porque ello es lo que hace a la calidad de una adecuada intervención. No queda claro muchas veces la relación entre ambos conceptos y se mezclaron prácticas de uno u otro campo con resultados dispares o confusos. Y no diferenciarlos es también un episodio de posible mala praxis.
Una crisis requiere certezas comunicativas. Apunta a batallar contra la incertidumbre. Las crisis fuerzan a los gobiernos y a líderes a que se enfrenten a asuntos que no afrontan diariamente. Se espera que líderes reduzcan la incertidumbre y proporcionen una narración autorizada acerca de qué está pasando, por qué está sucediendo y qué es necesario hacer. Se espera que esos responsables políticos eviten la amenaza o, por lo menos, que minimicen el daño de la crisis en cuestión. Deben ser responsables de sacar a los ciudadanos de la crisis, explicar qué salió mal y convencer de que no volverá a ocurrir. La gestión de crisis sustenta directamente las vidas de los ciudadanos y el bienestar de las sociedades. Cuando las vulnerabilidades emergentes y las amenazas son valoradas y afrontadas adecuadamente, algunas contingencias potencialmente devastadoras simplemente no suceden. Cuando los responsables políticos responden bien a una crisis, el daño es limitado; cuando fallan, el impacto de la crisis aumenta.
Y aunque no se sepa cuando terminan las crisis, sí es deseable que terminen. Clausurarlas es un objetivo operativo implícito en la gestión de crisis. La máxima predominante en las crisis políticas es que están deben terminar cuanto antes, incluso a costa de resignar reputación o con estigmatizaciones producto de un cierre lo más acelerado posible. La prolongación de una crisis, en el intento de gestionarlas para recuperar la reputación o el poder relativo perdido, puede resultar más traumática que provechosa.
La comunicación de riesgo, en cambio, no apunta a clausurar procesos, o a generar valoraciones positivas desde la reputación, sino básicamente a prevenir, concientizar, modificar hábitos o comportamientos. El éxito del cambio depende de que la idea se transforme en un comportamiento específico. Ese es, en síntesis, el objetivo de la gestión del riesgo que también se da en contextos de incertidumbre, al igual que las crisis. El riesgo sólo necesita ser asumido. Debe procurarse que la alarma de un riesgo potencial (que no se dio y puede darse) así como de un riesgo efectivo y concreto (que ya se está dando) hagan modificar percepciones y generen un cambio en conductas.
Comunicar el riesgo implica concebir que los recursos y sus efectos deben propender a reducir la atención -y desviación- hacia temas menos importantes, y deben ser transversales, estables y constantes, como bien señalan Silvia Fontana y Pablo Cabás. Asimismo, es de vital importancia entender que la comunicación del riesgo trabaja sobre acciones integradas destinadas a reducir la vulnerabilidad: políticas, estrategias, instrumentos y medidas, sea en modo de preparación o en modo de post-impacto. Esta distinción es significativa porque hay un riesgo que se comunica en situaciones normales, donde el riesgo es futuro e hipotético. Pero hay otras situaciones en donde la crisis ya se ha manifestado y entonces el riesgo ya se ha manifestado y adquiere otra dimensión.
La gestión del riesgo suele acarrear tres problemas. Uno, la ausencia de institucionalidad para su gestión. Dos, que no todos los riesgos son mensurados. Y tres, que el riesgo es, en parte, cultural. Los límites de la racionalidad técnica son estrechos y reduccionistas, mientras que los límites de la racionalidad cultural son amplios e incluyen el uso de analogías y precedentes históricos apelando a la sabiduría popular, las opiniones y tradiciones de los grupos de pares.
Comunicar el riesgo
En situaciones de crisis, Christian Reuter, Alexandra Marx, Volkmar Pipek proponen un modelo de 4 escenarios típicos: a) organizaciones hablándole al público (el modelo básico y descendente de crisis); b) el público hablándole a las organizaciones; c) el público hablándole al público (ciudadanía integrada y activa); y d) organizaciones hablándole a organizaciones. Esta última modalidad es central para la comunicación del riesgo. Porque incorpora sociedades estratégicas en la gestión del riesgo. Es importante pensar que cuando el público le habla al público, o a las organizaciones, hay mucha capacidad para generar redes con capacidades preventivas que, ante crisis, pueden hacer funcionar mejor la comunicación. Demuestra la construcción social del riesgo como una acción de conjunto, más cooperativa.
Identificar, evaluar y monitorear los riesgos de desastres y mejorar las alertas tempranas a través de: mapas de riesgo; indicadores de gestión del riesgo y vulnerabilidades; información estadística sobre las pérdidas; alertas tempranas, sistemas de información y políticas públicas; desarrollo científico y tecnológico con socialización de la información; más la detección de riesgos regionales y emergentes. ¿Suena a ciencia ficción? Bastante, aunque no en todas las áreas. ¿Suena a mala praxis?...