En 2001 la Unión Cívica Radical cumplió 110 años de existencia. Ese mismo año, con el fracaso del gobierno aliancista de Fernando de la Rúa, el sistema político se apresuró a grabar las placas con la fecha de su deceso. Dos décadas después y otra alianza mediante con el PRO, los radicales intentan volver a disputar el centro de la escena nacional. Ese intento es la novedad del tablero político y por estos días lo tiene como actor principal al gobernador jujeño Gerardo Morales, flamante titular de la Convención Nacional de la UCR.
Pragmático en extremo, pendenciero y dueño de una dilatada experiencia -fue dos veces senador nacional, tuvo un paso fugaz por el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación con De la Rúa y fue segundo en la fórmula presidencial que encabezó Roberto Lavagna en 2007-, Morales quiere ser presidente. No es el único, pero es el que más exhibe esa ambición.
Que un radical busque el poder nacional es parte de la novedad: pese a la historia, a los afiliados y a la territorialidad, la UCR hasta ahora tuvo una significación secundaria dentro de la alianza opositora. Hasta hace un mes, las expectativas para 2023 se agotaban en la larga pulseada entre Horacio Rodríguez Larreta, Mauricio Macri y Patricia Bullrich, con ocasionales intervenciones de María Eugenia Vidal y Elisa Carrió. Que Morales encabece un abierto desafío a los liderazgos porteños del PRO suma tensión a un esquema nacional que desde hace 15 años agota la acción política en el ejercicio de ensanchar la grieta y en los estrictos límites que marca el conurbano bonaerense.
Morales exterioriza una postura crítica sobre la gestión macrista. “A la deuda la contrajimos nosotros”, dijo en referencia a la negociación con el FMI, y detonó la estrategia que Horacio Rodríguez Larreta había definido para Juntos por el Cambio ante una convocatoria del Ejecutivo para explicar los términos de la reestructuración que el país necesita de manera imperiosa. El jujeño dice en la prensa nacional lo que los radicales del interior mascullan hace seis años en los comités.
Además, reivindica el diálogo con el peronismo, opta por la negociación con el Gobierno en leyes clave y hace gala del dominio de la función operativa del poder a la hora del “toma y daca” con la Nación, una característica que lo distancia de los halcones del PRO y lo aproxima en su manejo político a gobernadores como el cordobés Juan Schiaretti. Esa astucia lo puso al frente de la UCR nacional el 17 de diciembre pasado. También le reporta cuestionamientos permanentes por ser funcional al kirchnerismo.
El país de interior
Aquella experiencia de la Alianza que terminó en 2001 se gestó en la ciudad de Buenos Aires. La sociedad con el PRO que formó Cambiemos y llevó a Mauricio Macri a la presidencia en 2015 fue más porteña todavía y relegó a la UCR a un segundo plano permanente. Este intento, en cambio, tiene su asiento principal en el interior del país, donde el radicalismo conserva los restos de su estructura histórica y consolidó tres gestiones provinciales robustas, todas ratificadas con segundos períodos: Jujuy con Morales, Mendoza con las gobernaciones de Alfredo Cornejo y de Rodolfo Suárez y Corrientes con Gustavo Valdés, que fue reelecto en 2021 con el 75% de los votos y también piensa en la presidencia.
Si no estuviera atravesado por una feroz interna, este intento de reposicionamiento nacional no sería radical. La disputa entre el sector que encabeza Morales y el tándem porteño Martín Lousteau-Emiliano Yacobiti, con Enrique Coti Nosiglia como armador en las sombras, acumula episodios de alto voltaje y colorida trama, pero no suma mayor densidad política al radicalismo. Todo lo contrario: fracturó el bloque de diputados y nacionalizó la interna destructiva de la UCR cordobesa: Mario Negri y Rodrigo de Loredo quedaron al frente de esos bloques, con tal desequilibrio de fuerzas que neutralizó de momento la rebelión renovadora de Lousteau. Tras ese resultado, el exministro de Economía de Cristina Fernández aceptó que Morales lidere el radicalismo nacional.
La puja radical entre porteños y provincianos suma otro elemento novedoso en el interior de Buenos Aires: Facundo Manes emergió con prescindencia de esa pulseada. Es otro de los que aspiran a la Presidencia y piensan en el interior del país como punto de despegue.
El radicalismo no sólo pretende esta vez el centro de la escena. También reclama el centro ideológico: es abierta y mayoritaria la confrontación con Patricia Bullrich por su intento de integrar a Javier Milei en Juntos por el Cambio.
La única certeza
Qué hará el PRO con las resurgidas ambiciones radicales es un gran enigma y por el momento los socios ratifican casi a diario la promesa de unidad. Cómo zanjará las diferencias entre el interior y la ciudad de Buenos Aires que están planteando con claridad los gobernadores radicales y cuál será el esquema que Juntos por el Cambio diseñe para resolver todas esas disputas internas en las Paso de 2023 son los grandes interrogantes que ofrece el panorama opositor.
Radicales y macristas cuentan con una sola certeza y es poderosa: la desaprobación de la gestión del Frente de Todos es persistentemente alta y en el horizonte asoman -además del recrudecimiento abrupto de la pandemia- un ajuste fiscal o un nuevo default, dos opciones dramáticas para cualquier partido en el poder. La oposición tiene un año y medio para definir quién, cómo y para qué: no será sencillo.