Dos posturas opuestas respecto del significado de la devastación que está provocando Rusia en Ucrania y dos conmemoraciones separadas de nuestra guerra de Malvinas. Dos miradas enfrentadas sobre las implicancias del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional y dos estrategias diferentes e igualmente fallidas en el combate contra la inflación. Alberto Fernández y Cristina Kirchner: dos conducciones para un gobierno que se encuentra casi paralizado y una crisis que en ningún momento para de escalar en la cúspide del poder nacional.
Hay que retroceder al menos hasta 2001 para encontrar un caudal de incertidumbre como el que circula en este momento en los ámbitos donde se concentra el poder político. El nivel de inquietud que los movimientos sociales exteriorizan en las grandes ciudades de todo el país advierte, además, que el control de la calle -vieja obsesión del peronismo- ya no es un atributo del Frente de Todos.
Son numerosas las señales que indican que el sistema político argentino empieza a desconfiar de que el Gobierno que en 2019 constituyeron Alberto y Cristina pueda completar, en estas condiciones, el ciclo que concluye el 10 de diciembre de 2023. Faltan 20 meses y la existencia misma de ese gobierno está en dudas: hoy operan más bien como dos gobiernos que están enfrentados.
El riesgo del desgobierno
La gestión está en permanente estado de indefinición, las medidas que se anuncian tienen sabotaje interno inmediato y es plena la ineficacia frente a los problemas que se agravan. Valen tres ejemplos de la agenda cotidiana.
Uno: tras declarar en febrero la “guerra” contra la inflación, lanzar, relanzar y volver a anunciar nuevos Precios Cuidados, subir retenciones a los derivados de la soja para subsidiar el trigo y condenar a cadenas productivas enteras por las subas de precios, todo indica que la inflación de marzo fue la más alta de la actual gestión. Los planes sociales apenas disfrazan la indigencia y la pobreza alcanza a un tercio de los trabajadores en relación de dependencia: el sueldo promedio de los nueve millones de asalariados que hay en el país no llegó en febrero a los 56 mil pesos y la canasta básica costaba entonces 78.624 pesos.
Dos: el campo, principal fuente de divisas de la economía argentina, enfrenta dificultades inéditas en el inicio de la cosecha por falta de gasoil. Además descuenta que la próxima siembra será igual de complicada por la falta de insumos y observa la avanzada del kirchnerismo exigiendo al Presidente la aplicación de retenciones móviles. En 2008, un intento similar terminó en una dura derrota política de Cristina Fernández.
Tres: la industria se prepara para un invierno de actividad muy menguada por la falta de gas, que también puede complicar la producción de electricidad. La reducción de subsidios comprometida con el FMI es letra muerta: la Nación deberá destinar muchos más recursos al frente energético, que ahora además incluye el riesgo de desabastecimiento. El letal impacto de los precios internacionales explica en buena medida la situación, pero no reduce su capacidad de desestabilización política.
Todos los frentes se agravan mientras Cristina y Alberto exhiben en público un nivel de administración de conflictos propio de adolescentes y nadie logra determinar cuál será finalmente el rol del tercero en disputa: Sergio Massa. Hasta ahora, es completamente impredecible la salida política que encontrará el conflicto y esa es la circunstancia que multiplica la incertidumbre.
Juntos por el Cambio por el momento está mucho más dedicado a sus propias internas que a sacar rédito de los conflictos entre el Presidente y la Vice. Para la alianza opositora también es cada vez más dificultosa la determinación de liderazgos entre Horacio Rodríguez Larreta, Mauricio Macri, Patricia Bullrich y la multitud de radicales que disputan en ese espacio, por lo que de momento se limita a hacer valer es su fortaleza en el Congreso, donde el oficialismo tiene obstáculos cada vez más notorios.
Primeras reacciones en el peronismo
Es en el peronismo donde la crisis del Gobierno empieza a desesperar. El apoyo estable que los gobernadores del PJ -todos, menos el cordobés Juan Schiaretti- le ofrecieron al Presidente empieza a flaquear y los movimientos son cada vez más intensos: comienza a imponerse la percepción de que el desgobierno nacional arrastrará a derrotas en cadena en las provincias.
El tucumano Juan Manzur, que oficia como jefe de Gabinete de la Nación, y el chaqueño Jorge Capitanich son quienes lideran la avanzada de los gobernadores del norte. Ambos alimentan expectativas presidenciales y, obligados por las circunstancias, empiezan a dejar atrás la idea del Frente de Todos.
Otro frente incipiente empieza a dejarse ver desde el centro. Con la idea de dejar atrás el antagonismo que representan Cristina Kirchner y Mauricio Macri en los dos extremos de la grieta, un grupo multipartidario de “moderados” levantó el dedo. La presencia de los gobernadores Juan Schiaretti y Gerardo Morales -que además de gobernar Jujuy es titular de la UCR nacional- convive en ese sector con el exgobernador salteño Juan Manuel Urtubey, díscolos del PRO como Rogelio Frigerio y Emilio Monzó, el intendente rosarino Pablo Javkin y representantes del lavagnismo. El sector parece estar esperando a Sergio Massa y hasta se ilusiona con Rodríguez Larreta. El poder político avizora 20 meses de crisis y empieza a apurar alternativas.