COLUMNA

Aceleracionismo y desconexión moral

Por Mario Riorda. El politólogo y presidente de la Asociación Latinoamericana de Investigadores en Campañas Electorales (ALICE) reflexiona sobre la marcada aceleración de los políticos, la desconexión moral y la época de consensos frágiles

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Mario Riorda Mario Riorda 03-06-2021

La pandemia va generando aceleraciones (así, en gerundio). Una aceleración de lo digital o ralentización de lo presencial, da lo mismo. Un tránsito de campañas mediáticas a híper mediáticas (aunque en el fondo lo que prima en términos de estilo político es la hibridez). Donde la única tendencia es que no hay tendencia salvo, quizás, que la necesidad de pelearse con la monotonía digital es a través de más y más radicalización para ganar en visibilidad.

En ese apretado diagnóstico y con tal de aparecer, diferentes personalidades políticas hacen cualquier cosa. Y cuando digo cualquier cosa es cualquier cosa. Veamos dos grandes modos.

Salir rápido como prototipo del aceleracionismo.

Salir apresurados. Acelerar cualquier posicionamiento con la impronta de ser los primeros.

Patricia Bullrich, presidenta nacional del PRO es un gran ejemplo. La imagen de la líder partidaria es una “U” con diferencial neutro (un número equivalente de imagen positiva tanto como de negativa) y perfectamente simétrica su composición (más “Muy buena” que “Buena” dentro de la positiva y más “Muy mala” que “Mala” dentro de la negativa). ¿Síntesis? Representa la grieta: gusta más a los decididos de su espacio, gusta mucho menos a los decididos del frente y gusta poco a los moderados de ambos lados. Pero es muy pública y no pasa desapercibida.

Su construcción de imagen se corresponde a lo que se denomina “líderes de popularidad”, cuyo efecto es que generan clivajes en cada posicionamiento (posiciones dicotómicas en torno a temas). Pero dentro de estos liderazgos, al decir de Pierre Rosanvallón, corresponde a la categoría de “líderes de proximidad”, algo así como una “inmersión radical en el mundo de la particularidad”. El autor le llama el “descenso de la generalidad”. Ese liderazgo baja a lo concreto y trata de empatizar ahí, frente a un estímulo y un lugar en particular”.

Rocío Annunziata e Isidoro Cheresky, con un estilo diferente pero también asociado a la proximidad, le llamaban a Scioli “el campeón del estar ahí”. Scioli se aparecía en los temas en donde no tenía respuesta, pero daba la cara. Su respuesta era la empatía. Quizás, Bullrich represente la idea de “la campeona del estar ahí, pero en protesta”. Si Scioli daba la cara, Bullrich golpea en la cara. Su dinámica implica pensar lo público desde la escenificación constante, pero siempre sobre lo concreto para alentar el disenso y desacuerdo con el oficialismo. La presencia es su señal de conocimiento frente a cada tema (aunque no lo conozca) y de realidades cotidianas, además es su signo de empatía. La inmediatez es la contracara de la política de escritorio.

No habla desde la ideología, no recurre a conceptualizaciones, sino que cada posicionamiento sobre un hecho (“issue”) se hace desde un costado extremo y conservador. Es la acumulación de apariciones y sus respuestas lo que demuestra su ideología, no su conceptualización.

Su ideología está expresada de modo explícito por lo que dice, o bien de modo implícito por lo que no dice, ya que no condena ni se distancia de hechos escandalosos en situaciones que ella promueve (excesos xenófobos, negacionistas, antidemocráticos de en marchas o de personajes con los que se reúne). Deja hacer y deja ser con tal de aparecer. Los partidos populistas de derecha parecen respaldar lo que se puede reconocer como la "Arrogancia de la ignorancia". Apelan al sentido común y al anti-intelectualismo. Marcan un regreso al pensamiento premodernista o preilustrado según Ruth Wodak. Todos los partidos populistas de derecha instrumentalizan algún tipo de política estigmatizante donde los señalados pasan a ser un chivo expiatorio para ensalzar la identidad de quién lo expresa.

Los problemas actuales o posteriores se deben a ese grupo adjetivado como peligroso (una amenaza “para nosotros”, para “nuestra” nación). Todo lo que se expresa se aproxima a una política del miedo a bien una política del asco que repugna. Pasar desapercibido nunca, jamás...

El populismo simplifica desarrollos complejos buscando un culpable, afirma Anton Pelinka. ¿Qué hacen los discursos extremos, preferentemente de las derechas radicalizadas? Simplificar a la sociedad. La diseñan -imaginariamente- homogénea y, por lo tanto, cualquier minoría -léase lo heterogéneo- pasa a ser una amenaza. Lo complejo es ajeno a su razonamiento excluyente. Entonces cualquiera puede ser, potencialmente, peligroso o perpetrador de algo.

Ese discurso “popularizante”, del aquí y ahora, además, tiene una característica: carece de pretensión de verdad. Sólo con lo verosímil alcanza. ¿Podría ser esto, definido por estas citas desde la derecha, como algo que se exprese en las izquierdas también? La respuesta es contundente: sí.

La desconexión moral que da miedo

Albert Bandura, psicólogo canadiense, habló tempranamente de «desconexión moral». De alguna manera, es el modo por el que se entienden algunos comportamientos de personas que llegan a cometer actos que signifiquen una completa transgresión de normas sociales aceptadas o bien, que directamente incurran en actos inhumanos.

Se trata de la justificación que esbozan ante hechos escandalosos, incluso muy graves, por donde, a través de un proceso sociocognitivo, permiten que la persona intente justificarse en aras de protegerse y no dañar su reputación. Se me ocurren algunos abordajes de los múltiples modos en que puede presentarse esta desconexión moral.

Uno es el de la justificación moral y otros el de la comparación ventajosa. Hace algunos días, el procurador del Tesoro Nacional, Carlos Zannini defendió las llamadas vacunas VIP. Afirmó: "Me arrepiento de no haberme sacado la foto. Ni yo ni mi mujer hemos cometido ninguna violación de normas. Si me arrepiento de algo es de haberles dado la oportunidad de que nos critiquen, pero ellos no necesitan que yo cometa errores para que me critiquen”. La justificación moral es un ejemplo que tuvo un derrotero histórico, como imperativo moral, donde personas que actúan o infligen daño (aunque sea desde el campo simbólico), se amparan en el nombre de causas justas. Ideologías, religiones, imperativos, etc.

Luego, tras contar que el periodista Verbitsky merecía la vacuna otorgada por un mecanismo informal, relató: "Le dije: 'estás equivocado, no tenés que actuar con culpa en el tema porque vos tenés derecho a eso porque sos una personalidad que necesita ser protegido por la sociedad''. Ahí funciona la idea de comparación ventajosa. Es cuando la conducta es descripta como menos perniciosa en virtud de alguna ventaja comparativa. Y puede ser doble la mirada, porque se auto comparan superiores, con más prerrogativas, o porque otros puedan hacerlo peor, entonces minimiza o plante la insignificancia de su transgresión moral.

La desconexión moral representa algún signo evidente de deshumanización. La ausencia de criterios objetivos para actuar con responsabilidad frente a los hechos provocados o actos cometidos los convierte en impunes, entiéndase: desconectados de lo que le pasa a la sociedad en un contexto dado.

En una época de consensos frágiles

Es obvio que la idea de existir no se agota en el ejemplo propuesta. Un candidato a diputado mexicano, Carlos Mayorga por el Partido Encuentro Solidario en la ciudad mexicana de Ciudad Juárez, lanzó su campaña electoral desde un ataúd y procedió a atacar a los políticos por su indiferencia ante la delincuencia y la crisis del coronavirus. Vale decir, con la idea de existir, pareciera que los límites los pone la ficción, no el respeto al contexto.

En la segunda vuelta en Perú, con la fragilidad y endeblez del sistema político peruano, con la rectificación de que son más de 180.000 las personas fallecidas a hoy (lo que describe el colapso del sistema sanitario peruano), ambos contendientes que disputan la segunda vuelta, ante una potencial paridad en los sondeos, empezaron con prácticas antisistema absolutamente infundadas con el propósito de tener una excusa ante la eventual derrota. Desde la izquierda, con Pedro Castillo, se acusa de fraude a una institución electoral (la Organización Nacional de Procesos Electorales) y desde la derecha, Con Keiko Fujimori, a la otra (el Jurado Nacional de Elecciones). Hay una desconexión moral flagrante.

Por eso, en épocas de consensos frágiles, la estabilidad está dada por la responsabilidad, el conocimiento profesional y la auto regulación. En definitiva, es más un dilema ético que político. Si ello no se da, el control ciudadano siempre será el cauce para impedir que el aceleracionismo y la desconexión moral hagan más daño.

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Redacción Mayo

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