El Primer Diagnóstico Federal del CONSAJU, sigla con que se conoce al flamante Consejo Asesor de Salud Adolescente y Juvenil creado en septiembre de 2020, arroja conclusiones preocupantes en materia de salud mental, especialmente para los jóvenes de contextos vulnerables que, vale recordar, son amplia mayoría entre la población de 13 a 18 años en Argentina.
El informe analiza seis líneas o dimensiones expresadas en políticas públicas para jóvenes y adolescentes. Además de lo relativo a la salud mental, incluye lo atinente a la salud sexual y (no) reproductiva, las violencias, los consumos, la promoción de la salud comunitaria y la educación. Fue realizado por representantes de organismos científicos y profesionales, redes comunitarias y organizaciones de la sociedad civil relacionadas con la población adolescente. En total, participaron 99 instituciones; todas trabajaron ad honorem.
El diagnóstico revela “la fuerte invisibilización de la juventud” y la mirada adultocéntrica, biologicista y binaria que predomina en buena parte del sistema de salud, y subraya la concepción punitiva y criminalizante que equipara el consumo de sustancias con la peligrosidad, “especialmente si son jóvenes y pobres”.
El primer punto de las conclusiones destaca “el impacto que tuvo la pandemia y sus consecuencias en la salud mental de la población en general y de adolescentes y jóvenes en particular”, especialmente si tuvieron que suspender sus actividades habituales para incorporarse en un mercado laboral en condiciones de alta precarización.
En ese sentido, sostiene que “la pérdida de espacios de socialización, de desarrollo y de esparcimiento con pares” tuvo como efecto directo el aumento de problemáticas de depresión, angustia y ansiedad.
“Lo que preocupa en ese sentido es que, como respuesta a esas situaciones, se normalizó el consumo de psicofármacos sin diagnóstico, tratamiento ni seguimiento”, revela.
“El sistema de salud llega tarde o trabaja sobre la urgencia, y muy poco o nada en la promoción y prevención de la salud”, apunta otra de las conclusiones.
Frente a este panorama desolador, la buena noticia es que antes no existía la vocación de analizar la salud de adolescentes y jóvenes con un enfoque integral que contemple la participación de organizaciones e instituciones de la sociedad civil en el diagnóstico. Ahora eso está puesto de manifiesto, al igual que el compromiso de continuar avanzando en ese sentido.
La importancia de la información
El Primer Diagnóstico Federal se presentó formalmente en la ciudad de Córdoba en septiembre de 2022 en el marco de las Jornadas por los Derechos de las Juventudes, donde coincidieron funcionarios de los distintos niveles del Estado. “Para derribar las barreras de acceso a la salud de adolescentes y jóvenes, es muy necesario escucharles y trabajar en conjunto”, dijo el titular de la Dirección Nacional de Adolescencias y Juventudes, Juan Carlos Escobar, augurando la multiplicación de esos encuentros en todo el país.
La oportunidad fue propicia para compartir los despachos de las seis comisiones e intercambiar experiencias y puntos de vistas. Uno de los temas que surgió en todos los grupos de trabajo fue la falta de conocimiento en materia de leyes, derechos, programas y protocolos, tanto en los jóvenes como entre algunos profesionales y funcionarios a cargo de las áreas para favorecer el acceso a los servicios y la atención temprana y preventiva.
El rol de los medios masivos en la reproducción de mensajes estigmatizantes fue otra de las preocupaciones atravesó el debate de las comisiones. Entre otras consecuencias, se les atribuyó la responsabilidad de “crear estándares corporales hegemónicos que exigen un ideal de belleza basado en la delgadez, instalando la insatisfacción y repercutiendo en la autoestima”.
Salud mental, salud integral
Entre las preocupaciones también apareció la desigualdad en materia de acceso a los servicios, “pensados para atender casi exclusivamente las urgencias en salud mental de manera patologizante y vía farmacovigilancia”.
Según el informe, esto conlleva a que muchas personas no consulten hasta no estar en una situación de crisis, “porque no se trabaja desde la idea de salud-cuidado, sino casi exclusivamente desde la enfermedad-atención”.
“Hay una desigualdad entre el padecimiento lento y silencioso por el estilo de vida, el fin de la ilusión de la previsibilidad que a simple vista parece no necesitar atención y la urgencia de la 'situación estallada'. No se trabaja en reducción de riesgos o daños como se debiera para apuntalar la prevención y las prácticas de autocuidado”, destaca.
El capítulo referido a consumo problemático de sustancias agrega importantes definiciones, al entender que “existe una gran dificultad en el abordaje ya que no se reconoce la salud mental de manera integral”, muchas veces asociado a “la locura” o a un problema exclusivamente psicológico.
Se valoró que existen avances en cuanto a las políticas públicas en materia de adicciones que permiten realizar tratamientos ambulatorios, de modo de abordar el problema de una manera menos disruptiva con dispositivos que ofrecen talleres de oficios, espacios recreativos y culturales. Éstos dan muy buenos resultados, pero resultan insuficientes y también en este ámbito se evidencia la brecha social y la desigualdad en el acceso.
Para colmo de males, en la pandemia, la situación de consumo aumentó y las posibilidades de acceder a tratamientos disminuyeron o se profundizó una mirada sesgada, muchas veces de tintes punitivos, que afectó derechos fundamentales por lo que jóvenes y adolescentes quedaron, no sólo fuera del sistema de salud sino también, en ocasiones, fuera del sistema educativo y de acceder a actividades deportivas, recreativas o culturales.
El Primer Diagnóstico Federal sobre la salud integral de adolescentes y jóvenes no se queda en la descripción de las problemáticas, sino que avanza en propuestas de abordaje, líneas de acción y recursos temáticos para sumar y contribuir a la solución. Será todo un desafío volver sobre este informe el año próximo para ver (ojalá) cuánto avanzamos.
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